La edad pasa factura en la memoria, pero una vida sana y algunas estrategias como entrenar la memoria pueden ayudarnos a aligerar su efecto
La tecnología nos ha brindado la oportunidad de tener en nuestro bolsillo un aparato que es a la vez agenda y enciclopedia, que nos recuerda los cumpleaños de nuestras amistades y nos da acceso a todos los detalles de la tabla periódica. Aún así, tener una buena memoria nos ayuda en numerosos aspectos de nuestra vida.
El problema es que, ya sea porque somos estudiantes y tenemos que memorizar caantidad de conceptos o porque nos hacemos mayores y nuestro cerebro pierde capacidades, son muchas las razones para tratar de buscar herramientas que nos permitan entrenar y mantener nuestra capacidad mnemotécnica. Estas son algunas de las estrategias que han sido validadas por estudios científicos.
La primera nos recuerda aquella frase latina de “mens sana in corpore sano”, extraída de las Sátiras del autor romano Décimo Junio Juvenal. Distintos organismos médicos, como los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de EE UU o la Organización Mundial de la Salud, vinculan el ejercicio físico con la buena memoria.
El ejercicio podría ser especialmente recomendable a la hora de evitar la degeneración de nuestra memoria vinculada con la edad y con enfermedades como el Alzheimer. Este mismo año pueden encontrarse dos estudios centrados en esta cuestión, uno publicado en Alzheimer's Research & Therapy, y otro en Journal of Neurology, Neurosurgery & Psychiatry.
No sabemos exactamente el porqué de la relación. Mientras algunos sugieren que puede deberse a la proteína BNDF, otros creen que la relación puede originarse en una mejor oxigenación del cerebro. Más estudios se requieren en este sentido, también para establecer hasta qué punto la relación puede extrapolarse a personas más jóvenes. El problema está en que muchos de los estudios realizados en este contexto tienen muestras limitadas, lo que limita la posibilidad de generalizar sus resultados.
La alimentación es clave para el correcto funcionamiento de nuestro cerebro. Esto implica que comer bien puede ayudar también a nuestra memoria. Una dieta variada y rica en nutrientes es aquí clave. Entre las recomendaciones podemos encontrar dietas ricas en frutas, verduras y pescado, sin olvidar el papel de algunas grasas como las que nos ofrecen el aceite de oliva y los frutos secos.
De nuevo aquí podemos encontrar estudios que se centran en el deterioro de la memoria a lo largo de los años. Ejemplo de esto el estudio publicado en 2015 en la revista Nutrition, que examinó la relación entre la calidad de la dieta y el deterioro cognitivo en una muestra de más de 27.000 participantes.
El ejercicio y la dieta saludable son estrategias muy genéricas que pueden mejorar nuestra calidad de vida en general, pero existen estrategias que están más enfocadas en nuestra memoria. Como cualquier otra habilidad, la memoria puede ser entrenada.
Esta es una estrategia a largo plazo. Una revisión de la literatura publicada en 2019 no halló pruebas de la relación entre entrenar la memoria y nuestras capacidades cognitivas en adultos jóvenes, pero sí encontró una asociación positiva en adultos de edad más avanzada. Entrenar la memoria puede también ayudarnos a mejorar en tareas específicas, claro, pero los beneficios más generales sobre nuestra memoria podrían limitarse a la tercera edad.
El estrés ha sido vinculado con los problemas en la memoria, por lo que aquellas estrategias que nos permitan gestionar mejor nuestros niveles de estrés podrían ayudarnos también a memorizar con mayor agilidad. La relación (inversa) entre estrés y memoria no solo se ha vinculado con la edad avanzada sino con el problema que plantea en las aulas, donde la memorización es importante pero que a la vez incentivan el estrés.
Muy relacionada con el estrés está la cuestión de la atención. Si queremos memorizar algo resulta conveniente dedicarle el mayor grado de atención posible. Una hipótesis sobre el origen de esta relación propone que esto se debe a que nuestro cerebro entiende que aquellas tareas o ideas a las que prestamos atención tienen mayor importancia, por lo que es más propenso a guardarlas en la memoria.
Finalmente, otro consejo que puede ayudarnos mucho más allá de nuestro objetivo de mejorar nuestra memoria: dormir bien. Dormir bien y lo suficiente ayuda al correcto funcionamiento de nuestro cerebro. Pese a que los neurocientíficos no estén del todo seguros de por qué dormimos, una de las hipótesis es que a lo largo del sueño el cerebro “fija” sus memorias.
En 1973, un estudio publicado en la revista Science ahondó en esta relación, comprobando que los sueños donde la fase de movimiento ocular rápido (REM) eran más abundantes se vinculaban con peor memoria que los sueños donde la fase profunda ocupaba más en términos relativos. Desde entonces hemos ido refinando nuestro conocimiento sobre la relación, pero desde la creciente certeza de que dormir bien es esencial para una memoria sana y eficaz.
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Imagen | Laura Fuhrman
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