La mejor noticia de la pandemia es que las vacunas están haciendo justicia a las enormes expectativas que se levantaron cuando vimos, por primera vez, sus datos preliminares. Allá donde los niveles de vacunación están cubriendo a una parte significativa de la población, la evolución de la pandemia no deja de darnos buenas noticias.
Sin embargo, hay un enorme punto negro en el corazón de estas vacunas: aunque parece claro que protegen contra la enfermedad, no se sabe si impiden que los vacunados se infecten y transmitan el virus de forma asintomática. Algo que, aunque pueda parecer de menor importancia ahora mismo, es crucial para definir nuestro el futuro a medio plazo de la pandemia.
Ayer, la Universidad de Oxford y AstaZeneca presentaron unos resultados de su vacuna que, a falta de ser revisados en profundidad, dibujan un escenario moderadamente optimista: pese a que no midieron la transmisión del virus entre vacunados, hay medidas indirectas que podrían encajar con ello. Sería una buena noticia. Una noticia que seguimos sin poder confirmar. Veamos por qué.
Los reinfectados pueden seguir contagiando, ¿y los vacunados?
Lo primero que tenemos que entender es que, aunque es raro que una persona que ya ha superado la enfermedad vuelva a contagiarse, ocurre. Es más, estas personas tienen niveles altos del virus en la garganta y la nariz (aunque no desarrollen síntoma alguno). Es decir, a falta de buenos estudios que lo analicen con más detalle, todo parece indicar que pueden contagiar a otras personas.
La única buena noticia de esto es que ocurre en menos del 1% de los casos. Es decir, aunque los reinfectados fuera realmente muy contagiosos, son tan pocos que el efecto de inmunidad de grupo podría funcionar perfectamente. Por ello, no suponen una amenaza a largo plazo.
El problema es que, como recuerda la OMS, la inmunidad de grupo solo puede ser un objetivo asumible si se alcanza "mediante la vacunación". Y es que, permitir que "la enfermedad se propague a cualquier segmento de la población [...] daría lugar a casos y muertes innecesarios". ¿Ocurre con los vacunados lo mismo que con los que han pasado la enfermedad de forma natural?
El punto ciego de las vacunas
Y la respuesta es sencillísima: no lo sabemos. Es decir, no sabemos cuántos vacunados se infectan por el virus y, pese a no tener síntomas graves, son capaces de contagiar el SARS-CoV-2 al resto. ¿Por qué no lo sabemos? Porque no se ha estudiado con detenimiento.
Como nunca antes habíamos conseguido una vacuna exitosa frente a un coronavirus humano y, de hecho, las pocas que hemos desarrollado para animales no funcionan demasiado bien, los investigadores se centraron en la eficacia de sus vacunas y se olvidaron de estudiar el problema de la transmisión.
Ahora que tenemos vacunas eficaces, la pregunta por la transmisión un enorme punto ciego que retrasará la eliminación de otras medidas y restricciones hasta que las campañas de vacunación estén muy avanzadas. Hay dos grandes motivos para ello.
El primero es que, como nos recuerda el biólogo Javier Arcos, no es la primera vez que ocurre algo similar con una vacuna. Históricamente, la erradicación de la polio, por ir al ejemplo más evidente, ha requerido dos vacunas distintas porque era la única forma de reducir el contagio asintomático e impedir que volviera a infectar a nuevas generaciones aún no inmunizadas.
El motivo es que, si el número de vacunados que pueden contagiar a otros es muy grande, la inmunidad de grupo se desmoronaría. Este tipo de inmunidad colectiva se basa en un principio muy simple: cuando más inmunes tengo a mi alrededor, menor es el riesgo de infectarme. Los brotes que surgen se sofocan porque no encuentran nuevos sujetos que contagiar.
De esta forma, vacunándonos no solo nos estamos protegiendo a nosotros mismos, sino también a aquellas personas que por distintos motivos no pueden hacerlo. Pero si el coronavirus puede moverse con total libertad de un vacunado a otro, la vacuna reducirá la mortalidad de los inmunizados, pero no ayudará en nada a todas esas personas que no lo están (ya sea por cuestiones médicos o porque aún no la han recibido). El virus se movería libremente por la población hasta encontrarlas.
¿Qué impacto tiene todo esto en nuestra capacidad para controlar la pandemia?
El principal impacto de esta falta de estudios, datos y evidencias es que la llegada de las vacunaciones masivas no conllevará un cambio en el resto de medidas de control de la pandemia. Las mascarillas, la distancia social y las restricciones en espacios cerrados van a seguir siendo elementos importantísimos para controlar la pandemia.
No parece probable que las cifras de vacunados capaces de reinfectarse e infectar a otros sea muy alto. Sin embargo, si algo nos ha enseñado esta pandemia es que no se pueden diseñar política sanitarias para el mejor de los casos. La prudencia, mientras no haya estudios claros, manda mantener las medidas y así está haciéndose. Israel, pese a tener a un cuarto de su población vacuanda, sigue bajo confinamiento estricto.
La buena noticia es que este problema (en caso de confirmarse) ralentizará la vuelta a la normalidad, sí; pero, por lo que sabemos de otras enfermedades, no tendría por qué impedir que podamos controlarla. Quedan muchos retos (las nuevas variantes, la inmunización de los países menos desarrollados, etc...), pero el fin de la pandemia empieza a materializarse. Aunque sea más lento de lo que esperábamos.
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