Hay explicaciones evolucionistas para que el suicidio haya aparecido en el ser humano

El suicidio supone un rompecabezas para la teoría evolucionista. La idea de la selección natural de Darwin tiene sus raíces en la noción de Thomas Malthus de que existe una tensión entre la ilimitada capacidad de reproducción de los organismos y los recursos disponibles en el ambiente.

Si los organismos no tuvieran impedimentos, se reproducirían a una tasa geométrica hasta agotar los recursos disponibles. Tarde o temprano se llegaría a un punto en el que toda la descendencia no podría sobrevivir y se produciría una competición que ganarían los que tuvieran las características que favorecieran una mejor adaptación al ambiente.

Si un organismo transmite a su descendencia una característica heredable que les da alguna ventaja en esa lucha, esa característica se extendería gradualmente a toda la población. Y al contrario, cualquier rasgo heredable que disminuya las posibilidades reproductivas de la descendencia sería erradicado. Por tanto, si la selección natural implica la supervivencia de los más adaptados, ¿cómo se explica el éxito de un organismo que, como rasgo fenotípico, puede deliberadamente eliminarse a sí mismo de esta competición?

Algunos pueden argumentar que el suicidio no necesita una explicación evolucionista, algo en la línea de que la aparición de un supuesto libre albedrío y de la cultura nos coloca al margen de las leyes de la naturaleza. Se puede defender que el suicidio se debe a memes perjudiciales de igual manera a como se está transmitiendo, por ejemplo, el meme de no tener hijos.

Es verdad que la cultura nos da un margen de libertad frente a las limitaciones biológicas pero, a la larga, la cultura que favorezca un mayor éxito reproductivo es la que va a predominar. Como decían Lumsden y E.O. Wilson, los genes sujetan a la cultura con una correa. Podemos darle muchas vueltas a la longitud de la correa, a que la cultura también sujeta a los genes, a que genes y cultura co-evolucionan y todo lo que queramos pero, al final, los genes tienen la última palabra.

Culturas que favorezcan la contracepción y menores tasas de fertilidad serán desplazadas por culturas con mayor fertilidad. La demografía se impone. Es difícil ver cómo la suicidalidad puede mantenerse al margen de las presiones selectivas: en algún punto el más autodestructivo sería desplazado por el que más se auto-conservara o protegiera.

Por otro lado, la suicidalidad parece reunir las tres características necesarias para que actúe la selección natural: variabilidad, heredabilidad y un efecto diferencial sobre la supervivencia y reproducción. La variabilidad se puede observar en la diferente propensión al suicidio que se da entre diferentes individuos, culturas, naciones y grupos étnicos. Esta variabilidad parece tener un componente genético: el suicidio ocurre en familias, lo cual no prueba que sea influido por los genes, pero tenemos estudios de gemelos, de adopción y de GWAS (estudios de asociación en todo el genoma) que encuentran una heredabilidad del 30-55%, aunque no son definitivos.

No está claro qué es lo que se hereda porque también sabemos que los trastornos mentales son heredables y se asocian a riesgo de suicidio, pero según algunos de estos estudios, incluso descontando la heredabilidad de los trastornos psiquiátricos seguiría habiendo una heredabilidad del suicidio. No sabemos si esa heredabilidad tiene que ver con una mayor propensión a la impulsividad o a la agresividad, por ejemplo, pero parece haber acuerdo en que es significativa y eso requiere una explicación. La repercusión sobre la supervivencia es también evidente.

Tomadas en conjunto, la variabilidad, heredabilidad y repercusión sobre supervivencia y reproducción de la suicidalidad sugieren que la selección natural habría debido actuar según lo esperado y haber favorecido la descendencia de los menos suicidas con la eventual erradicación de la conducta. Que no lo haya hecho así sugiere que, paradójicamente, existen mecanismos evolutivos que mantienen la suicidalidad en las poblaciones humanas. Un rasgo se mantiene en la población sólo si no es eliminado por la selección natural.

También tenemos datos de que la suicidalidad es universal en la especie humana y que ha existido en todas las culturas, tiempos y lugares, aunque esto es imposible de probar con total seguridad. Parecen existir tabúes y prohibiciones con respecto al suicidio en la mayoría de las culturas lo que no tendría sentido si no existiera el riesgo.

Se ha informado de que el suicido es desconocido entre los Andamanese y entre los iKung, y también entre los Alorese y los Zuni, pero es dudosa la credibilidad que podemos dar a estas informaciones. Por un lado, ausencia de evidencia no es lo mismo que evidencia de ausencia pero, por otro, algunos antropólogos han afirmado cosas sorprendentes sobre algunas poblaciones que luego se ha demostrado, con más datos, que no eran ciertas.

Históricamente, la primera referencia al suicido se encuentra en un poema de hace 4.000 años en Egipto (y también la primera nota de suicidio) y persiste en toda la literatura de todas las naciones. También existe en las sociedades de cazadores y recolectores actuales y todo ello nos sugiere que probablemente el suicidio surgió en época ancestral y que ha perdurado.

Vamos a tocar, pero sin entrar a fondo, en un tema que, desde luego, es importante para la comprensión evolutiva del suicidio porque demostrar un precedente filogenético sería fundamental. Se trata del polémico asunto de si existe el suicidio en los animales, debate que divide a los autores.

Para empezar, el juicio final sobre este tema depende de la definición de suicidio que empleemos. Si utilizamos la que utiliza Soper, del que luego hablaremos, suicidio es “la muerte auto-infligida de forma deliberada e intencional”. Lógicamente, juzgar intencionalidad y deliberación en animales sin lenguaje es entrar en un terreno muy resbaladizo.

La opinión de Soper es que no existe el suicidio definido de esta manera en animales y que el suicidio es una conducta exclusiva de la especie humana. Al que quiera entrar más a fondo en la materia le recomiendo estos dos artículos de Antonio Preti de 2007 y de 2011 y el debate entre el filósofo David Peña-Guzmán, que defiende un continuo entre la conducta suicida en animales no humanos y en humanos y el propio Soper junto con Tod Shackelford, que la circunscriben a los humanos.

Es importante también conocer algunos datos sobre la epidemiología del suicidio. No menos del 1,4% de todas las muertes se atribuyen al suicidio, unos 800.000 al año, lo que supone que muere más gente por suicidio que por guerras y homicidios juntos, según datos de la ONU, 2014. Sin embargo, la incidencia real es probablemente mayor porque muchos accidentes pueden ser en realidad suicidios y porque, debido al estigma asociado al suicidio en muchas culturas, los familiares pueden ocultar la verdadera causa de la muerte. Las muertes por suicidio son la punta del iceberg de unas conductas suicidas que son mucho más frecuentes. Se estima que por cada suicido consumado ocurren 20-25 intentos y que el 2,7% de la población mundial ha intentado quitarse la vida en algún momento de su vida, el 0,4% en un periodo de un año.

No menos del 1,4% de todas las muertes se atribuyen al suicidio, unos 800.000 al año, lo que supone que muere más gente por suicidio que por guerras y homicidios juntos, según datos de la ONU (2014)

Con respecto a la prevención del suicidio hay que decir que no tenemos suficientes conocimientos para predecirlo. Se han identificado muchos factores de riesgo pero el 95% de las personas consideradas como de alto riesgo para el suicidio no se suicidan. Cuando se clasifica a los sujetos en grupos de alto o de bajo riesgo de suicidio la mayoría de suicidios (86%) se producen en el grupo de bajo riesgo (porque es más numeroso).

La razón principal de esta baja capacidad de predicción es que el suicidio es un suceso relativamente raro con respecto a las ideas de suicidio y los intentos de suicidio, es decir, la mayoría de los que tienen ideas de suicidio nunca van a actuar en base a ellas, y lo mismo ocurre con la mayoría de los que han realizado intentos de suicidio (y éste es el factor de riesgo más conocido).

Hipótesis evolucionistas sobre el suicidio

A la hora de explicar la capacidad humana para el suicidio desde un punto de vista evolucionista tenemos básicamente tres opciones: que se trate de una adaptación, que sea un subproducto o que sea simplemente ruido. No hay otros mecanismos conocidos por los que una característica, sea fisiológica o conductual, pueda ser transmitida genéticamente de generación en generación.

Una adaptación es una característica heredada que llega a ser propia de la especie por un proceso de selección natural en el pasado debido a las ventajas adaptativas que proporciona a la descendencia que la recibe. El ojo es una adaptación, por ejemplo. Es importante darse cuenta de que las adaptaciones no tienen por qué estar presentes desde el nacimiento. Por ejemplo, la locomoción sobre dos piernas es una adaptación humana pero los niños no empiezan a andar hasta el año de edad, aproximadamente. Lo mismo ocurre con los pechos y otras características sexuales secundarias que no aparecen hasta la adolescencia.

Otra posibilidad sería que la capacidad para el suicidio fuera un sub-producto de una adaptación, es decir, que la característica en cuestión no ha sido seleccionada por la selección natural directamente sino que va, por así decirlo, en un paquete con otra característica que sí ha sido seleccionada. En este caso la característica no es beneficiosa por sí misma sino que va asociada a algo que sí es beneficioso y por lo tanto ha sido elegido por la selección natural.

Un ejemplo podría ser el color blanco de los huesos, o el ruido que hace el corazón al latir. La selección natural no ha elegido directamente el color blanco de los huesos sino la consistencia que aporta el calcio de los huesos y el color blanco es secundario. La susceptibilidad humana a los dolores lumbares y de espalda se supone que no tiene ninguna ventaja adaptativa directa sino que es un efecto secundario de nuestra postura erguida. Una explicación del suicidio como sub-producto iría en la línea de que es un coste a pagar por otras conductas que sí son ventajosas.

El tercer producto de un proceso evolucionista sería el ruido o los efectos al azar. El ruido puede ser debido a mutaciones al azar que no aportan ni quitan eficiencia al diseño de un organismo, a lo que se llama deriva genética. Estos efectos neutrales pueden pasar de generación en generación si no dañan el funcionamiento de las adaptaciones. El ruido se diferencia del sub-producto en que que no está vinculado a aspectos adaptativos sino que es independiente de esas características.

A la hora de explicar la capacidad humana para el suicidio desde un punto de vista evolucionista tenemos básicamente tres opciones: que se trate de una adaptación, que sea un subproducto o que sea simplemente ruido

Que la capacidad para el suicidio sea debida al azar es descartable por varias razones. En primer lugar, el suicidio no es algo que ocurra en algunas poblaciones aisladas o en determinados lugares sino que, como hemos discutido previamente, parece ser algo universal, lo que sugiere que la mente humana se ha visto sometida en todas partes a las mismas presiones evolutivas.

En segundo lugar, el suicidio no es neutral desde el punto de vista reproductivo sino que es perjudicial y eso no encaja con una deriva al azar. En tercer lugar, las características que ocurren por azar en una población suelen ser transitorias, pero el registro histórico indica que la suicidalidad es una característica permanente de nuestra especie. Descartado el ruido, nos quedarían la adaptación y el sub-producto como fenómenos explicativos de la capacidad humana para el suicidio.

Hay que decir que los psicólogos evolucionistas no han estudiado muy a fondo el suicidio. Que yo conozca, sólo hay dos autores que se han dedicado en profundidad a este problema y son los que vamos a ver en este artículo. Uno de ellos, Denys deCatanzaro concibe la capacidad para el suicidio como adaptación, mientras que el otro, Clifford Alan Soper, la considera un sub-producto. Denys deCatanzaro tiene varios artículos publicados sobre el asunto y también un libro, 'Suicide and Self-Damaging Behavior. A Sociological Perspective'. Por su parte, Clifford Soper ha dedicado su tesis doctoral a este problema, 'Towards Solving the Evolutionary Puzzle of Suicide', y en este año 2018 va a publicar un libro al respecto.

El suicidio como adaptación: Denys deCatanzaro

Denys deCatanzaro se basa en la teoría de la inclusive fitness de Hamilton (que Maynard Smith llamó selección de parentesco) para formular su tesis sobre el suicidio. En biología se entiende por aptitud (fitness) la capacidad de un individuo para reproducirse, para pasar sus genes a la siguiente generación. Pero Hamilton descubrió que la reproducción del propio individuo no es la única manera en la que un individuo puede promover el paso de sus genes a la siguiente generación.

Dado que sus familiares portan también sus genes en una cierta proporción (por ejemplo un hermano o un hijo en el 50%) un individuo puede favorecer el paso de sus genes a la siguiente generación ayudando a la supervivencia y reproducción de sus familiares.

A eso se le llama inclusive fitness en inglés, que se puede traducir por aptitud inclusiva, eficacia inclusiva o eficacia completa. Personalmente no me gusta la traducción de fitness y de inclusive fitness al castellano así que las voy a dejar en inglés en el texto porque creo que reflejan mucho mejor el concepto biológico al que hacemos referencia.

En realidad, deCatanzaro explica el suicidio como una sinergia entre factores genéticos por un lado y culturales y de aprendizaje por otro. Con respecto a los genes lo que deCatanzaro plantea es que el suicidio ocurre en sujetos que tienen una fitness biológica reducida -en comparación con otros individuos de la sociedad- y, por lo tanto, tienen una reducida capacidad para promover la existencia de sus genes en la siguiente generación. Si esto es así, el suicidio no extrae genes del acervo genético de la población porque esos genes no iban a pasar a la siguiente generación dada esa disminución de la fitness. Por ello, la selección natural no actúa para prevenir el suicidio. El razonamiento es similar a la explicación que daba George Williams para el envejecimiento o para enfermedades que aparecen en la tercera edad.

Según deCatanzaro el suicidio ocurre en sujetos que tienen una "fitness" biológica reducida -en comparación con otros individuos de la sociedad- y, por lo tanto, tienen una reducida capacidad para promover la existencia de sus genes en la siguiente generación

Cuando nos planteamos por qué se mantiene los genes para la enfermedad de Huntington o para el Alzheimer la explicación evolucionista es que esas enfermedades aparecen después de la edad reproductiva, es decir, que para cuando aparecen los síntomas del Huntington el sujeto ya se ha reproducido.

Dicho de una manera coloquial, a la selección natural no le importa mucho lo que nos pase de mayores. Por lo tanto, cualquier condición genética que se exprese una vez que se ha perdido la capacidad reproductiva se podría mantener en la población porque sería, digamos, invisible para la selección natural. El suicido debería ser raro en sujetos con una buena fitness, una buena capacidad de pasar sus genes a la siguiente generación, como efectivamente ocurre.

Un segundo factor, muy importante, que deCatanzaro introduce es el altruismo. Cuando la capacidad reproductiva de un individuo desaparece, la forma en la que puede ayudar a la representación de sus genes en la siguiente generación es ayudar a la reproducción de los familiares que comparten sus genes. La auto-eliminación del individuo se vería favorecida si acarreara un beneficio para sus familiares (para sus genes). En este sentido, es una realidad clínica la queja de muchos pacientes suicidas de que son una carga para sus familiares y que sus familias estaría mejor si ellos no estuvieran; este tipo de ideas se considera un factor de riesgo y puede explicarse desde la inclusive fitness.

Una vez expuesto este razonamiento, deCatanzaro defiende que la mayoría de los factores de riesgo para el suicidio pueden construirse o entenderse como amenazas o reducciones de la fitness, y creo que ese punto hay que concedérselo. Sean problemas económicos, la ruptura de una relación de pareja, la muerte de un familiar, etc., la mayoría de los sucesos estresantes o factores desencadenantes del suicidio son reducciones de la fitness.

El sujeto se ve incapaz en el presente de enfrentarse a las circunstancias y cree que eso va a seguir siendo así en el futuro. Es cierto que el suicidio es más frecuente en casos de enfermedad grave, de ruina económica, que es más frecuente en solteros, divorciados y viudos, en personas mayores, en personas aisladas socialmente sin apoyo social, etc. Todas estas circunstancias pueden leerse, efectivamente, como disminuciones de la fitness.

Este enfoque podría explicar también la mayor frecuencia del suicido en hombres. El éxito reproductivo en los hombres depende más del estatus, de su capacidad para conseguir recursos económicos, estudios, etc., cosa que no es tan marcada en las mujeres. Por ello, los eventos adversos que supongan un fracaso en esa competición intrasexual tendrían consecuencias más graves para los hombres.

Pero, aún aceptando la argumentación genética, la realidad es que sólo una minoría de las personas que tienen una reducción de la fitness acaban suicidándose por lo que hay que pensar en otros factores que intervienen en el suicidio. Y deCatanzaro acepta el papel de la cultura y el aprendizaje. Tenemos datos de que el suicido se contagia y muchos de los procedimientos a emplear requieren un aprendizaje. La autodestructividad puede aprenderse y es un hecho que los métodos de suicido son diferentes en unas culturas y en otras.

El éxito reproductivo en los hombres depende más del estatus, de su capacidad para conseguir recursos económicos, estudios, etc., cosa que no es tan marcada en las mujeres. Por ello, los eventos adversos que supongan un fracaso en esa competición intrasexual tendrían consecuencias más graves para los hombres.

Es interesante la relación que deCatanzaro plantea entre tecnología y suicidio. El método de suicidio más empleado en el mundo es probablemente el ahorcamiento y ese método requiere una cierta tecnología aunque esa tecnología está disponible desde hace miles de años, por lo menos desde que somos capaces de utilizar ropa o cuerdas.

También la utilización de herramientas que corten, venenos, o el fuego requieren un desarrollo tecnológico. Otros medios para el suicidio como el ahogamiento o el salto desde un lugar elevado han estado siempre disponibles. Todo ello nos plantea que la disponibilidad de medios aunque no es una causa del suicidio sí puede ser un elemento facilitador de la realización del mismo.

En este sentido, parte de la explicación del suicidio la podríamos buscar también en un desajuste entre el ambiente ancestral en el que nuestros mecanismo psicológicos se desarrollaron y el ambiente actual de las sociedades tecnológicamente desarrolladas. Como comentábamos, ahora disponemos de todo tipo de instrumentos para causar la muerte como medicamentos, coches o armas de fuego que no existían en nuestro ambiente ancestral.

Por ejemplo, una discusión o un enfado que en el ambiente ancestral se habría pasado en 15 minutos puede llevar al uso de un arma de fuego o de un veneno altamente tóxico de los que se usan en agricultura con consecuencias fatales. Esto ocurriría porque la mente humana no ha tenido tiempo de adaptarse a estas nuevas tecnologías y estos métodos cortocircuitean los mecanismo inhibitorios naturales.

Si esto fuera cierto, los suicidios deberían ser más frecuentes en las sociedades modernas y ciertos datos apoyan esa conclusión pero es un tema que no está lo suficientemente claro. La conclusión más prudente es que la tecnología modifica los métodos de suicidio pero no está claro que cambie la frecuencia.

Abundando en el desajuste entre nuestros ambientes actuales y nuestros ambientes primitivos, también plantea deCatanzaro el papel del estrés. La especie humana puede ser una especie que esta viviendo ahora en un ambiente muy diferente a aquel en el que sus genes fueron seleccionados. Según deCatanzaro, la cultura humana moderna nos coloca en situaciones de estrés para las que no estamos genéticamente preparados.

Este punto de vista coincide de alguna manera con el de Durkheim cuando hablaba de las condiciones anómicas de la sociedad moderna donde se ha producido un debilitamiento de los vínculos familiares, sociales, religiosos, del papel de la autoridad, etc. Existen ciertos datos de que esta menor integración del individuo con su grupo, comparada con la que existe en sociedades primitivas, puede correlacionarse con un mayor riesgo de suicidio.

En cuanto a una crítica de la teoría de deCatanzaro habría que decir que un primer problema es el de diferenciar la realidad objetiva de la subjetiva. Es verdad que, objetivamente, la capacidad reproductora está disminuida en trastornos mentales graves como la esquizofrenia, en enfermedades físicas graves o en las personas mayores.

Pero en muchas ocasiones los trastornos mentales -por ejemplo, una depresión- pueden ser pasajeros y una persona que en las circunstancias actuales no ve un futuro en su vida y podría cometer un suicidio no lo va a ver así cuando mejore de su depresión. No está claro que el daño a su fitness sea permanente. Asimismo, la consideración de que la familia estaría mejor sin él puede ser una visión distorsionada.

Tampoco nos explica la teoría de deCatanzaro los suicidios impulsivos que son aproximadamente la mitad de todos los suicidios: el haber sacado unas malas notas, una discusión con la pareja o con un vecino o enemigo, u otro tipo de precipitantes en esos suicidios, no suponen una disminución permanente de la fitness. También podríamos argumentar que aunque los mayores ya no pueden reproducirse, todavía pueden ayudar a la reproducción de sus hijos y de sus nietos.

Este argumento es tal vez más débil porque los ancianos que se suicidan suelen estar aislados y haber perdido esa capacidad de actuar sobre la familia, aunque no siempre. Parte de la respuesta a estas críticas podría venir por la teoría del desajuste entre el ambiente ancestral y el ambiente cultural moderno pero creo que deCatanzaro no da una respuesta satisfactoria a estas objeciones.

El suicidio como sub-producto: Clifford Alan Soper

Expongo resumida la tesis de Soper en un párrafo y luego la vemos con más detenimiento. Soper propone que el suicido es resultado de dos capacidades o adaptaciones humanas: 1) la capacidad de experimentar dolor psicológico, emocional o social y 2) nuestra capacidad intelectual, nuestra conciencia, que nos hace capaces de concebir que nuestra propia muerte puede poner fin a ese dolor. Soper las llama de forma abreviada dolor y cerebro.

Es decir, el suicidio es un subproducto de nuestra capacidad para sentir dolor y de nuestro cerebro que nos permite ver que la muerte es una escapatoria. Pero, dado que dolor y cerebro son universales, se nos plantea el problema de explicar la baja frecuencia del suicidio, el hecho de que sólo una pequeña minoría toma su propia vida. La respuesta de Soper es que existen mecanismos psicológicos en la mente humana que funcionan como defensas contra el suicidio.

Estos mecanismo defensivos surgieron precisamente como adaptaciones contra la nueva capacidad adquirida por el ser humano de suicidarse. Ser capaz de suicidarse se convirtió en una presión evolutiva que favoreció la aparición de estas defensas. Las defensas que existen contra el suicidio son de dos tipos: a) defensas de última linea, las cuales serían los trastornos mentales comunes y b) defensas de primera línea, que incluyen sesgos psicológicos, tabúes culturales y otros.

De manera curiosa, en su tesis a las defensas de última línea Soper las llama shiltons en honor de Peter Shilton, guardameta inglés y a las de primera línea las llama krols, en honor al defensa holandés Ruud Krol. En el libro que va a publicar en breve las va llamar keepers (metafóricamdnte goal-keepers, porteros) y fenders (defensas). Creo que con defensas de última línea y de primera línea nos podemos entender.

Tenemos datos robustos de que el dolor, tanto físico como mental, es adaptativo funcionalmente y que, por tanto, experimentar dolor ha sido favorecido por la selección natural. Es conocido que las personas que no experimentan dolor físico sufren accidentes, mutilaciones y una mayor mortalidad. El dolor nos moviliza para escapar de estímulos nocivos que pueden acarrear un daño para los tejidos.

También hay cierta evidencia, aunque todavía controvertida, de que el dolor psíquico o emocional utiliza unas redes cerebrales que se solapan con las del dolor físico y parece lógico pensar que utilizó esas redes preexistentes.

En cuanto a la función de este dolor mental hay dos escuelas de pensamiento que se solapan. Una de ellas propone que nuestra supervivencia depende de identificar patrones en el ambiente. Cuando el ambiente se comporta de una manera inesperada que contradice las expectativas de la persona, como por ejemplo en una suceso traumático, el dolor psicológico actuaría como señal de esa inconsistencia y demandaría la atención del sujeto para resolverla. El dolor sería una forma de responder a discrepancias de sentido.

La otra escuela plantea que el dolor psicológico funciona como señal de un potencial daño para las relaciones sociales del individuo, un sistema de alarma social para mantener esas relaciones que son fundamentales para la supervivencia y reproducción del individuo. El mismo papel que cumple el dolor físico en el mundo físico, sobre todo con respecto a proteger nuestro cuerpo, lo cumpliría el dolor psicológico en el mundo social donde protegería nuestras relaciones sociales.

Como dicen MacDonald y Leary, el dolor psicológico habría que entenderlo fundamentalmente como dolor social: una reacción emocional a la percepción de que uno está siendo excluido de una relación deseada o que está siendo devaluado por compañeros deseados o por grupos. El rechazo duele, literalmente.

Leary y Baumeister son los autores de la teoría del sociómetro de la autoestima que propone que la autoestima es precisamente un indicador, una especie de termómetro psicológico interno que mide nuestro grado de conexión y aceptación social. Sentir una baja autoestima nos movilizaría a mejorar nuestras relaciones porque nuestro éxito reproductivo depende en gran medida de nuestra capacidad para predecir, navegar y leer el mundo social.

El dolor nos motiva para la acción y hay una nueva acción que se convierte en prioritaria: escapar, acabar con el dolor. Un dolor intenso bloquea el acceso a nuestros recuerdos a largo plazo y nuestra capacidad de pensar de una manera reflexiva. Nuestra mente se concentra en una tarea: parar ese dolor. El dolor nos afecta cognitivamente y reduce el rango de nuestras percepciones y de nuestros pensamientos.

La parte negativa para el tema que nos ocupa es que el dolor puede mover al suicidio como forma de interrumpir un dolor insoportable si es que no hay otra manera de tratar su origen. Cuando hablamos de dolor psíquico nos referimos a un paraguas que incluye la vergüenza, la culpa, la humillación, la soledad, la desesperanza y cualquier otra variedad de tormento psicológico. Para el organismo tiene sentido agrupar todas estas emociones bajo una misma emoción aversiva.

Como vemos, la capacidad de sentir dolor psicológico es una condición necesaria para el suicidio porque nos provee la motivación para el mismo, pero es insuficiente porque la mayoría de las personas que sufren dolor psíquico no se suicidan. También otros animales tienen emociones y sufren dolor psicológico pero, como hemos visto, no parece existir un equivalente al suicidio en el mundo animal. En concreto, la experiencia de la separación es parte de la condición mamífera como lo demuestran los experimentos de Harry Harlow. Así que, además del dolor, necesitamos otro factor para explicar el suicidio.

La capacidad de sentir dolor psicológico es una condición necesaria para el suicidio porque nos provee la motivación para el mismo, pero es insuficiente porque la mayoría de las personas que sufren dolor psíquico no se suicidan

Ese segundo factor es la inteligencia, el suicidio sería un efecto colateral de nuestra sofisticada capacidad cognitiva. El suicidio, por ejemplo, es prácticamente inexistente en niños menores de 5 años y muy poco frecuente en niños menores de 10-12 años. Parece haber un consenso en que los niños no son capaces de entender la muerte por lo menos hasta los 8-9 años de edad y luego hay que entender la propia mortalidad, no la muerte en abstracto, sino la propia.

Además, hay que entender la muerte auto infligida, es decir, tener la capacidad de concebir el suicidio. Todo esto quiere decir que hay que pasar un umbral cognitivo, un suelo cognitivo, para llegar al pensamiento: “puedo parar el dolor si me mato a mí mismo”. Este umbral no estaría al alcance de animales y niños pequeños. Resumiendo, el suicidio sería el coste evolucionista a pagar por nuestra capacidad cognitiva que es una gran ventaja adaptativa y por nuestra capacidad de experimentar dolor que también lo es.

En este punto vamos a dejar por un momento las ideas de Soper para comentar la existencia de un libro que plantea una hipótesis similar en cierto modo a la de Soper. Se trata del libro de Ajit Varki (basado en las ideas de Danny Brower) 'Denial, Self Deception, false beliefs and the origin of the human mind'. Acabamos de decir que la inteligencia humana es una adaptación -que nos ha permitido dominar el planeta- pero la pregunta sería: si la inteligencia es tan buena, ¿por qué otras especies no tienen más inteligencia?

Y la respuesta sería: debido a la consciencia. Si tenemos inteligencia y una consciencia de nosotros mismos sabemos que vamos a morir, y también nuestros hijos, parejas, amigos y familiares… Y esto es doloroso. Y es muy difícil vivir con este conocimiento. Quizás la especie humana fue la primera especie que fue capaz de pasar esta barrera. Quizás otras especies llegaron a tener consciencia pero desaparecieron precisamente por culpa de ese conocimiento.

La respuesta del ser humano a este problema habría sido una negación de la realidad y el autoengaño, según Varki y Brower. Ambas hipótesis tienen en común plantear que nuestra inteligencia pudo haber supuesto un obstáculo para nuestra propia supervivencia, en el caso de Varki y Brower porque el conocimiento de la muerte nos paralizaría o aterrorizaría. Soper también mencionará el autoengaño como vamos a ver.

Así que “dolor” y “cerebro” nos ofrecen la motivación y los medios para el suicidio. Pero virtualmente todos los seres humanos tienen la capacidad de sentir dolor emocional así como la de concebir cognitivamente que existe la vía del suicidio para escapar y, sin embargo, son muy pocos los seres humanos que se suicidan.

Dada la universalidad tanto de la motivación como de los medios para el suicidio, ¿por qué no le pasa a todo el mundo? Parece lógico pensar que existen fuerzas que contrarrestan o que se oponen a la vía del suicidio como escape para el dolor. Si no existieran, la especie humana se habría extinguido, probablemente. Y aquí es donde la tesis de Soper da un giro muy interesante.

Defensas anti-suicidio de última línea

El “dolor” y el “cerebro” se convierten en una nueva presión evolutiva, en un cambio en el ambiente en el que se desenvuelve la existencia de Homo sapiens que supone una amenaza para su supervivencia. Y lo mismo que ocurre con otras presiones evolutivas, la selección natural responde con adaptaciones, con mecanismos defensivos, para hacer frente a esta nueva amenaza. Por ejemplo, si la temperatura desciende, la selección natural promoverá las mutaciones que den lugar a una piel más gruesa o a una mayor cantidad de tejido adiposo para aislar térmicamente.

De igual manera, los animales reaccionan con migraciones estacionales para hacer frente a los riesgos climáticos. Un ejemplo más apropiado podría ser el llamado “dilema obstétrico”, la dificultad del cráneo del feto para pasar por la pelvis de la madre. Este problema ha dado lugar a diferentes adaptaciones como que los bebés humanos nazcan más inmaduros, una rotación que no existe en otros primates, ensanchamiento de la pelvis, etc.

Las adaptaciones ante el dilema obstétrico tampoco han sido perfectas dado que existe una mortalidad en el parto y una dificultad mayor que en los partos de otros primates, pero el precio a pagar es aceptable comparado con las ventajas de la mayor encefalización humana.

Así que podemos suponer que la amenaza que supone la combinación dolor/cerebro ha tenido que dar lugar a nuevas adaptaciones, a nuevos mecanismo psicológicos en este caso, como defensas contra el riesgo de suicidio. Estos mecanismos psicológicos habrían ido emergiendo gradualmente a lo largo de muchas generaciones y aunque no podemos esperar un funcionamiento perfecto serían lo suficientemente eficaces para que el coste a pagar por las ventajas del “dolor” y el “cerebro” fueran aceptables. El siguiente paso de Soper es, pues, lanzarse a la búsqueda de estas defensas o mecanismos psicológicos anti-suicidio.

Una primera posibilidad -que Soper descarta- es recurrir a lo que coloquialmente llamamos “instinto de supervivencia”, una especie de imperativo innato biológico para la auto-preservación. Y lo descarta porque científicamente, desde el punto de vista evolutivo, es dudoso que tal mecanismo pueda existir. Es muy difícil que un mecanismos psicológico contenga la instrucción “evita la muerte”, por la misma razón que un programa de ajedrez no puede contener la instrucción “haz buenos movimientos”; esa instrucción es demasiado general, hay que afinar más y definir mejor cuáles son esos buenos movimientos.

La selección natural puede generar instrucciones más específicas como: “objeto tipo serpiente: ALÉJATE”, o: “probable toxina en el estómago: VOMITA” pero se trata de respuestas a amenazas concretas a determinados tipos de información o de claves ambientales. Las respuestas al suicidio deberían ser también específicas ante determinadas pistas.

En este punto, Soper sigue a los padres de la psicología evolucionista, Cosmides y Tooby, que conciben un mecanismo psicológico adaptativo como un módulo de procesamiento de información que fue seleccionado a lo largo de la historia evolutiva de una especie porque producía una conducta que solucionaba un problema adaptativo concreto. Estos mecanismos psicológicos tienen una determinada entrada (input), unas reglas de decisión o algoritmos y una salida (output) también concreta.

A partir de aquí, Soper analiza las características que deberían reunir esos mecanismos psicológicos a los que llama defensas de última línea (keepers). Detalla veinte características que no vamos a enumerar pero sí vamos a mencionar algunas para entender su proceso de razonamiento. Las defensas contra el suicidio deberían ser involuntarias, algo instintivo controlado por el sistema autonómico y no algo aprendido. Dada la gran amenaza que supone el suicidio y lo vital que es contrarrestarla, no debería ser fácil dejar de lado esas defensas de manera consciente.

Es decir, esas defensas deberían operar de forma compulsiva y no dejar que nos olvidáramos de ellas más que pasajeramente. Lo podríamos comparar con la respiración, la cual podemos detener por un momento pero nos vemos obligados a retomarla enseguida. El disparo de estas defensas serían las ideas de suicido desencadenadas por el dolor psicológico y no se dispararían antes de la adolescencia cuando no hay riesgo por la falta de desarrollo cognitivo.

Las defensas deberían disminuir la sensación de dolor o disminuir la capacidad intelectual de organizar el suicidio, o una combinación de ambas. Estas defensas deberían hacer que planificar el suicidio o llevarlo a cabo fuera más difícil. Las defensas anti-suicidio podrían hacer que el individuo se comporte de forma aparentemente irracional ya que son instintivas y compulsivas, etc.

Los Trastornos Mentales Comunes como defensas contra el suicidio

Bien, vistas las características que deberían tener las defensas anti-suicidio, ¿existen mecanismos psicológicos que encajen con estas especificaciones? La respuesta de Soper es bastante sorprendente y contraintuitiva: los trastornos mentales comunes (TMC).

Algunos de los síntomas característicos de los trastornos mentales como la depresión, el alcoholismo y otras adicciones, el trastorno obsesivo-compulsivo, las psicosis y quizás otros síndromes psiquiátricos podrían ser entendidos no como disfunciones sino como conjuntos de respuestas protectoras frente al potencial suicidogénico del dolor emocional. Hay que decir que Soper excluye enfermedades como el autismo o síndromes degenerativos como el Alzheimer o el Parkinson. Algunos de los argumentos a favor de este planteamiento serían los siguientes:

  • El dolor, tanto físico como psicológico, está fuertemente ligado a la psicopatología en general. La aparición de ansiedad y depresión se relaciona con sucesos adversos o negativos. Esto apoya que los TMC pueden operar como respuestas al dolor emocional

  • Los trastornos mentales comunes rara vez ocurren antes de la adolescencia

  • En algunos TMC se produce una especie de embotamiento de las emociones dolorosas. Es el caso de la apatía de las psicosis (aplanamiento afectivo), la analgesia emocional del trastorno por estrés post-traumático (TEPT), o el desapego emocional de la depresión. Diversos autores han propuesto que la depresión tiene el efecto de inhibir la motivación para el suicidio al producir una especie de parálisis para la acción. El alcoholismo y el consumo de opiáceos también podría ser una especie de auto-medicación, una amortiguación del dolor que impediría el suicidio. Sería un tema a debatir si las intoxicaciones alcohólicas han evitado más suicidios que los que han provocado.

  • Las autolesiones no serían un paso más en el camino al suicidio sino una forma de evitarlo, al disminuir el dolor y hacerlo más llevadero.

  • Los delirios y alucinaciones pueden ser vistos como una huida a un mundo habitable porque el real no lo es. Decía Laing, por ejemplo, que la psicosis es una estrategia especial que la persona inventa para vivir en una situación que es “invivible”. Los delirios pueden servir para encontrar un sentido o una narrativa y ha sido un comentario frecuente en psiquiatría que sin sus delirios los pacientes se quedarían vacíos y sin nada por lo que vivir.

  • El deterioro cognitivo de la depresión a nivel de memoria, atención y concentración anula o dificulta la capacidad para planificar y ejecutar el suicidio. De hecho, siempre se ha hablado del riesgo de suicido precisamente cuando los pacientes mejoran y disminuye su inhibición motora. También el aumento del riesgo de suicidio con el uso de antidepresivos podría encajar en esta perspectiva.

Todo lo anterior nos plantea también el dilema de hasta qué punto es una buena idea tratar los TMC si no buscamos previamente una solución al dolor del sujeto. También, una cuestión que toca Soper pero en la que no podemos entrar en profundidad es en la imposibilidad de reducir más la probabilidad del suicidio.

Esto no sería posible porque reducir más la tasa de suicidio sería a costa de que la selección natural diseñara trastornos mentales gravemente incapacitantes que serían peores casi que el suicidio, por así decirlo. Los suicidios que ocurren, los que evaden las defensas del organismo, serían impredecibles por definición, porque son los que se producen cuando han fallado todas las contramedidas que la selección natural ha diseñado.

Reducir más la tasa de suicidio sería a costa de que la selección natural diseñara trastornos mentales gravemente incapacitantes que serían peores casi que el suicidio

La selección natural ya habría explotado toda la información disponible que pudiera ayudar a evitarlos. Las muertes que se pudieran haber evitado ya habrían sido evitadas. El coste a pagar sería también muy alto en falsos positivos.

Defensas Anti-suicidio de Primera Línea

Concedamos que los TMC son defensas contra el suicidio. Pero son unas defensas muy caras. Los TMC se asocian a una mayor mortalidad y a una menor fertilidad, incapacitan gravemente al individuo y además no son capaces de evitar todos los suicidios. Parece lógico pensar que el organismo debería intentar primero otro tipo de medidas antes de recurrir a poner en marcha los TMC.

Para entenderlo podemos hacer un paralelismo con el Sistema Inmune. El Sistema Inmune es muy eficaz para defendernos de los parásitos e infecciones pero es también muy caro. Hay que segregar anticuerpos, citokinas, inmunoglobulinas, hay que activar macrófagos y otros tipos de células y eso supone un gran gasto energético.

Sería deseable la existencia de mecanismos que evitaran que el Sistema Inmune tuviera que dispararse. Se ha propuesto la existencia de un Sistema Inmune Conductual que serviría para evitar la puesta en marcha del Sistema Inmune en primera instancia. Pensemos en el funcionamiento del asco, por ejemplo. Se considera que el asco es una defensa contra patógenos al provocarnos por la vía de una emoción una aversión y rechazo a productos contaminantes como secreciones o heridas y a las personas que las portan. Si nos alejamos de posibles fuentes de patógenos evitamos que nuestro Sistema Inmune fisiológico tenga que actuar.

Por lo tanto, una teoría evolucionista del suicidio no estaría completa sin considerar la posible existencia de otro tipo de defensas de primera línea que eviten que tengan que aparecer los trastornos mentales comunes. Hay que decir que esta división entre defensas de primera línea y segunda línea es algo conceptual a efectos teóricos pero la realidad puede ser mas compleja y menos delimitada. Puede que ambos sistemas se solapen y que estemos ante extremos en un continuo. Dejando esta cuestión a un margen, es claro que sí encontramos mecanismos que puedan considerarse defensas de primera línea contra el suicidio. Vamos a mencionar sólo algunas posibilidades.

Una primera línea de defensa serían sistemas que mantengan el dolor por debajo de un umbral. Aquí podemos incluir una serie de sistemas que podríamos agrupar bajo el paraguas general del autoengaño (Soper habla de la self-serving self-deception: SSSD). Nos referimos a sistemas que “editan” las malas noticias, que las filtran para evitar que lleguen a la conciencia.

Se trata de sistemas para evitar que informaciones negativas procedentes el entorno lleguen a afectarnos, se trataría de ignorarlas o distorsionarlas para mantener nuestra salud mental. Aquí podríamos incluir los sesgos cognitivos, el sesgo optimista, el auto-engrandecimiento, etc. Se trata en el fondo de mutilar un poco nuestra inteligencia para hacerla menos perfecta porque una inteligencia perfecta, totalmente lúcida, podría llevarnos a la extinción.

Otras defensas de primera línea contra el suicido serían culturales más que psicológicas. Tendríamos obviamente a la religión que intenta dar un sentido al dolor disminuyendo así su impacto. El recurso a otra vida es una de las posibilidades: parece que el dolor no tiene sentido pero podemos presentarlo como una prueba de Dios que nos recompensará en otra vida, por ejemplo. Por otro lado, la mayoría de las religiones condenan el suicidio (la religión católica decía hasta hace poco que los suicidas iban al infierno y parece que en religiones que creen en la reencarnación el suicida se reencarna en un ser inferior).

También fomentan las religiones, pero no sólo ellas, el tabú del suicidio. Hablar del suicidio, o en general de la muerte, es algo que cuesta o que produce rechazo. Pensar en el suicidio, la propia idea del suicidio, es algo aversivo, se trataría de evitar siquiera que se pueda considerar el suicidio. Y también, como decíamos, está el estigma del suicidio: el suicidio es malo, el suicidio produce vergüenza y culpa en los sujetos y en sus familiares, es algo que se oculta y se disfraza.

Conclusiones e Implicaciones

La tesis de Soper es que el suicidio emergió en la especie humana como un efecto secundario de dos características que sí son adaptativas: la capacidad de sentir dolor, que nos ofrece el motivo para el suicidio y la inteligencia humana, que nos provee de los medios para llevar a cabo el suicidio. Estas dos condiciones serían suficientes, en ausencia de restricciones, para conducirnos al suicidio, cualquier animal conocedor de que el suicidio puede acabar con su dolor lo ejecutaría.

El suicidio habría supuesto una amenaza para la supervivencia y reproducción y la selección natural tuvo que favorecer barreras contra ese grave riesgo. Estas defensas serían los trastornos mentales comunes: depresión, alcoholismo y otras adicciones, delirios psicóticos, autolesiones no suicidas, trastorno obsesivo-compulsivo y tal vez otros síndromes. Parte de los síntomas de estos trastornos disminuyen el dolor y otra parte la capacidad intelectual de llevar a cabo el suicidio. Pero activar los TMC supone un coste en el sentido de un gasto de energías y recursos del organismo por lo que sería conveniente disponer de medidas de primera línea que evitaran el recurso a estas otras medidas de última línea.

La tesis de Soper es que el suicidio emergió en la especie humana como un efecto secundario de dos características que sí son adaptativas: la capacidad de sentir dolor, que nos ofrece el motivo para el suicidio y la inteligencia humana, que nos provee de los medios para llevar a cabo el suicidio

Y aquí contaríamos con sesgos cognitivos y sistemas del autoengaño así como sistemas culturales (religión, negación, tabú del suicidio, asco moral ante el suicidio, estigma, etc.) que buscarían conseguir que resultara imposible ni siquiera pensar en primera instancia en el suicidio. La religión, por ejemplo, sería una defensa adaptativa biológica contra el dolor. Su función sería disminuirlo, enmascararlo o darle un sentido para que no disparara el mecanismo del suicidio. Estas medidas culturales, en conjunto, buscan hacer que el suicidio sea impensable, un sin sentido (porque luego hay otra vida), o algo malo, condenable moralmente.

Si la tesis de Soper es correcta, tiene también implicaciones para la atención clínica y prevención del suicidio. Una primera consideración es que Soper aporta una explicación para el fracaso de décadas en la identificación de factores productivos del suicidio. Se estaría pidiendo a los investigadores conseguir lo que millones de años de selección natural no han conseguido.

El punto clave es que la impredicibilidad del suicidio no refleja un fallo de los investigadores sino que el proceso de selección natural ha identificado ya todos los marcadores útiles en la predicción del suicidio y ya previene los suicidios que son previsibles. Este conocimiento no tiene que llevarnos a la desesperación sino a dirigir nuestros esfuerzos a otro lugar, a restringir el acceso a los medios físicos y cognitivos para llevara a cabo el suicidio.

Si queremos combatir el suicidio tenemos que combatir el dolor crónico, intenso y emocional. El dolor nos está señalando una amenaza y si no abordamos esa amenaza el dolor va a persistir. Y tenemos un marcador claro de ese dolor emocional: los trastornos mentales comunes.

Una primera consideración sería eliminar el estigma asociado a estos trastornos y verlos como una señal que nos llama la atención sobre una grave situación en nuestras vidas que requiere atención. Según esta visión, deberíamos colocar los trastornos mentales al lado de otros síntomas como la tos, el vómito, la fiebre, etc., que son defensas contra amenazas reales. Tendríamos que dejar de hablar de deficiencias, trastornos o fracasos para considerarlas respuestas fisiológicas del organismo y en parte como aliados.

Al igual que otras respuestas fisiológicas del organismo, los trastornos mentales remitirían espontáneamente con el tiempo y el abordaje de las causas que los producen. Las intervenciones para tratarlos tendrían que dirigirse a acelerar las respuestas curativas del organismo. Sabemos muy poco de los procesos curativos en psiquiatría y este es un área que claramente necesita más investigación.

Si nos fijamos en lo que ocurre en un problema orgánico como una fractura ósea la intervención médica consiste en ayudar y poner los medios para que el propio organismo aplique sus mecanismos curativos de la manera más eficaz posible. No es el médico el que realiza la curación sino que ayuda al propio organismo a curarse.

Sobre el tratamiento medicamentoso habría que hacer también algunas consideraciones. Disminuir o aliviar el dolor puede ser positivo y deseable para disminuir el riesgo de suicidio. Pero si el dolor es sólo un indicador, las estrategias dirigidas a tratar el dolor no van a tener efectos duraderos si no intervenimos de alguna manera sobre la causa de ese dolor, los problemas en la vida de la persona.

Si volvemos a hacer una comparación con una enfermedad orgánica, ningún médico se limita ante un paciente con dolor a darle analgésicos sino que investiga el origen de ese dolor para tratar la lesión o el trastorno que lo origina. Anestesiar un trastorno mental también puede hacer sentir mejor al paciente temporalmente pero podría interferir con los procesos curativos del organismo. Una intervención de este tipo sería similar a quitar la batería al sistema de alarma anti-incendios para que deje de sonar en lugar de buscar dónde está el fuego.

Por otro lado, también es verdad que es posible que no conozcamos las causas del dolor del paciente o que esas causas sean inabordables (problemas económicos, laborales, familiares o sociales que exceden nuestras posibilidades de intervención). En esos casos estaría desde luego indicado ayudar a aliviar o sobrellevar el dolor. Resumiendo: una intervención terapéutica será eficaz no tanto por realizar ella misma la curación sino por ayudar a que se den las condiciones para que el organismo se cure a sí mismo.

Otra posibilidad de intervención es reducir el acceso a los medios letales para llegar al suicidio. Para alguien que está confuso y encuentra difícil tomar decisiones, incluso la menor complicación añadida para que pueda pensar o ejecutar un suicidio puede ser determinante para evitarlo.

Por ejemplo, poner barreras en los puentes, o que los fármacos se vendan en cajas más pequeñas con menor número de comprimidos, para impedir su acumulación. Este tipo de intervenciones pueden hacer que el proyecto de suicidio de la persona sea impracticable, al menos por esa vez. El estado suicida suele ser transitorio y durar días, horas o incluso minutos, sobre todo en el suicidio impulsivo. Un obstáculo que impida el riesgo inmediato puede mantener a la persona segura al haber pasado la crisis.

Una intervención terapéutica será eficaz no tanto por realizar ella misma la curación sino por ayudar a que se den las condiciones para que el organismo se cure a sí mismo.

Un aspecto controvertido sería el de decidir la mejor postura respecto al tabú del suicidio y otras medidas culturales que hemos comentado que buscan hacer que el suicidio sea impensable o visto como algo malo moralmente. Levantar este tipo de medidas podría hacer que los individuos pudieran buscar ayuda y hablar de su problema de una manera más franca, lo cual sería positivo y ayudaría a reducir el suicidio. Pero, por otro lado, si Soper está en lo cierto, esas medidas defensivas son recursos de la selección natural contra el suicidio y si las levantamos podríamos hacer más difícil la prevención del suicidio.

Soper es partidario de mantener estas medidas culturales. Es una postura discutible pero ya se está haciendo algo en esta línea en el tema de la información en prensa sobre los suicidios. Tenemos datos que sugieren que el suicidio se contagia y de hecho se observa que cuando alguien famoso se suicida se producen a continuación racimos de suicidios por el mismo método y de una forma muy similar.

Esto ha llevado a unos protocolos informativos en prensa para intentar disminuir este riesgo. La difícil cuestión sería encontrar un punto de equilibrio entre poder hablar del suicidio pero a a la vez no publicitarlo o no facilitar el acceso cognitivo a información y a medios para su realización.

En definitiva, creo que la una tesis de Soper está muy bien expuesta, desarrollada e informada siendo, a la vez, muy provocadora. En conjunto, considero que enriquece nuestra manera de pensar acerca del suicidio y de los trastornos mentales.

Referencias

  • deCatanzaro, D. (1981). Suicide and self-damaging behavior: A sociobiological perspective. New York, NY: Academic Press.
  • Soper, C. A. (2018). The Evolution of Suicide. Cham, Switzerland: Springer.
  • Varki, A., & Brower, D. (2013). Denial: Self-deception, false beliefs, and the origins of the human mind. New York. NY: Twelve.

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