Esta semana, una noticia sobre el cáncer se ha hecho hueco en la densa maraña de informaciones políticas, económicas y militares de la actualidad: un consorcio internacional liderado el Instituto de Investigación Biomédica (IRB) de Barcelona acaba de terminar los estudios pre-clínicos que colocan al anticuerpo MCLA-158 en la cabeza de la carrera por encontrar el primer fármaco dirigido a células madre cancerosas de tumores sólidos.
¿Células madre cancerosas? Hasta hace poco, creíamos que el cáncer era esencialmente una masa homogénea de células de rápida proliferación. Por eso, las terapias que iban surgiendo se centraban en eso: en eliminar esas células "altamente proliferativas". En las últimas décadas, hemos aprendido que hay una enorme diversidad en las células cancerosas. Tanto en proliferación, como en diferenciación.
Es más, en los últimos años, descubrimos las células madre cancerosas. Un pequeño subconjunto de células que, como en el caso de las células madre normales, "tienen la capacidad de renovación y de generar la variedad de células proliferantes y diferenciadas que hacen el grueso del tumor". El problema es que no resultan afectadas por las terapias que usábamos. Por decirlo en términos metafóricos, estábamos atacando a los soldados, pero la fábrica seguía en marcha.
¿Cómo diferenciar una célula madre normal de una cancerosa? Toda vez que descubrimos este problema, los investigadores se han centrado en encontrar mecanismos que nos permitan atacar a unas células sin comprometer el resto. En este caso, el MCLA-158 es un anticuerpo biespecífico que reconoce dos proteínas características de las células madre del cáncer (la EGFR y la LGR5). La idea del equipo liderado por Eduard Batlle es que, precisamente por eso, "no debía no interferir con el funcionamiento de las células madre sanas del organismo, que son esenciales para el buen funcionamiento de los tejidos".
Aún lejos de la clínica. Se trata de un descubrimiento muy importante y hay indicios para pensar que los datos son sólidos, pero debemos moderar nuestro entusiasmo. Son datos preclínicos. Ya hace tiempo que sabemos que solo un 5% de todos los fármacos que han demostrado su efectividad en fases preclínicas llegan a ponerse en el mercado. Como digo, esto no es un argumento contra este anticuerpo; es más bien un argumento contra las narrativas demasiado sensacionalistas.
Bienvenidos, organoides. No obstante, hay algo por lo que este trabajo es interesante más allá de lo que pase en el futuro: el uso de organoides. Los investigadores construyeron "un biobanco que cuenta con organoides derivados de pacientes con cáncer de colon, organoides de metástasis de cáncer de colon en el hígado y organoides de tejido normal no canceroso".
"Los organoides" nos explicaba hace unos años Benjamin Freedman, profesor de medicina en la Universidad de Washington y experto en organoides de riñón "son colecciones de células en un soporte, como una placa, que se asemejan a un tejido u órgano del cuerpo". Esto hace que, al incorporarlos en las fases más iniciales de la generación de fármacos ayude a "identificar aquellos que son efectivos para la mayoría de los pacientes o incluso para tumores portadores de una mutación en particular". Nos permite ir más rápido.
Al menos eso era lo que creíamos. Ahora, con los buenos resultados de este estudio y el desarrollo de una metodología clara para el uso de organoides, podemos confirmarlo. De esta forma, el trabajo de Batlle y su equipo abre la puerta a una ciencia oncológica mejor, más rápida y más eficaz. Aunque finalmente el anticuerpo no consiguiera llegar a los hospitales, su contribución habría sido enorme.
Imagen | RAEng
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