«El virus no ha cambiado por mutaciones. Ha cambiado su virulencia, es como si hubiese 'envejecido'». El 6 de junio, El Mundo publicaba una entrevista con Massimo Clementi, el director del Laboratorio de Microbiología y Virología del Hospital San Raffaele de Milán. De ella extraigo la frase que abre el párrafo y que resume a la perfección una vieja idea que llevamos escuchando casi desde el inicio de la pandemia: que el virus iba a perder su agresividad; que, si me permitís la expresión, va a domesticarse poco a poco.
Clementi y su compañero de laboratorio, Alberto Zangrillo, llevan repitiendo lo mismo desde finales de mayo y lo cierto es que no están solos. Cada vez hay más profesionales de la salud que tienen la sensación de que el virus se ha vuelto menos virulento. Sin embargo, justo esta semana la Organización Mundial de la Salud avisaba que "la situación está empeorando" a nivel mundial (con la cifra récord de 136.405 casos nuevos) y especialmente en América Latina donde ya hay más de 65.000 fallecidos y las curvas, con el relajamiento de las medidas sanitarias, no están ni cerca de empezar a frenarse. ¿Cómo es posible que estas dos situaciones convivan a la vez? ¿De verdad el virus se está haciendo menos virulento o es solo una sensación generalizada fruto de haber pasado lo peor de la pandemia?
¿Un virus envejecido?
La idea que defendían Clementi, Zangrillo y sus equipos era que "la enfermedad era cada vez menos grave y cada vez menos pacientes necesitaban ingresar en la UCI" debido, fundamentalmente, a que el virus "había reducido diez veces su carga viral en un mes y se replicaba menos rápido". Son las conclusiones de un estudio aún sin publicar que compara 100 pacientes de Covid hospitalizados en la primera quincena de marzo y 100 en la segunda quincena de mayo. Es decir, un estudio pequeño y del que desconocemos todo menos las declaraciones de sus autores en medios internacionales.
No obstante, el runrun de un virus atenuado lleva tiempo moviéndose en el mundillo porque, como señalaba, la idea ha tenido un largo recorrido durante estos meses. Se trata de un fenómeno que hemos visto en otros virus que empezaban a 'convivir' con los humanos: a grandes rasgos, las variantes menos virulentas son más exitosas al incrementar las opciones de transmitirse a nuevos sujetos y terminan por imponerse. A partir de ahí, la virulencia tiende a variar con la resistencia de los hospedadores hasta encontrar el punto óptimo que garantiza la supervivencia del virus.
A esto se suma que, como preguntaban el 8 de junio en la rueda de presa diaria del Ministerio de Sanidad, "varios médicos de hospitales españoles habían confirmado que los casos que llegan ahora son, en su mayoría, más leves" que antes. Ante la pregunta, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, reconoció que, en efecto, los datos que tenían indicaban que los casos que llegaban ahora a los hospitales españoles parecían menos graves.
"Son más leves incluso entre las personas de edad avanzada", explicó. Pero acto seguido señaló que la hipótesis de que esto se deba a que el virus ha perdido virulencia, por un lado, "no está demostrada científicamente" y, por el otro, "hay buenas razones para pensar que no sea cierta". Coincide con él, Tomás Pumarola, jefe de microbiología del hospital Vall d’Hebron, que lleva tiempo defendiendo que aunque “veamos menos casos y menos graves, no significa que el virus se haya vuelto menos agresivo”.
En sus laboratorios, Pumarola y su equipo han encontrado variedades menos agresivas, como era de esperar, pero a día de hoy es imposible saber cuánto circulan. Lo que está claro es que hoy por hoy (si, como parece, solo ha afectado a alrededor de un 5% de la población) "para su supervivencia, no necesitaría aún mutar". Es la opinión generalizada entre otros expertos como Benito Almirante del Vall d'Hebrón, Joaquín López Contreras del San Pau de Barcelona o María Montoya del Centro de Investigaciones Biológicas del CSIC.
Si no estamos ante un virus más tranquilo, ¿qué está ocurriendo?
Frente a la hipótesis de la virulencia atenuada, habría muchos factores que podrían explicar este fenómeno. Por ejemplo, Simón explicó que nuestra sensibilidad para detectar casos es ahora mucho mayor y ello conlleva, casi necesariamente, la identificación de casos más leves. O incluso asintomáticos.
El ministerio eleva ya a un 40% los infectados asintomáticos en el ámbito sanitario y en residencias de ancianos. No obstante, estos datos hemos de cogerlos con mucho cuidado: mientras hay estudios que hablan de hasta un 35% de asintomáticos, la posición de la OMS sigue siendo que estos casos son "muy raros".
Otro factor a tener en cuenta es que, en estos meses de pandemia, es que no solo ha aumentado proporcionalmente el número de casos leves de coronavirus como señalan desde el Ministerio: se ha reducido la edad media de los afectados, pasando de los más de 60 años del pico de la pandemia a los 52 que tienen en la actualidad. Esto también es fundamental porque, de media, cuanto más joven es el paciente, más leves son los síntomas que nos encontramos.
En definitiva, los datos que tenemos ahora mismo apuntan a que nos estamos encontrando con el tipo de caso que esperaríamos en una fase de la pandemia como la actual. Por eso, y por las diferentes medidas de contención y aislamiento, en los países americanos o del sur de Asia (que atraviesan ahora las fases más duras) las cifras no dejan de crecer y concentran, según al OMS, el 75% de los casos nuevos. No hay que buscar el motivo en extrañas mutaciones víricas, aquí basta con epidemiología.
En este sentido, la idea de que el virus ha perdido virulencia no solo es precipitada, sino que puede convertirse en un riesgo si llega a calar en la opinión pública y viene acompañado de un relajamiento generalizado de las medidas de distanciamiento social. Por lo que sabemos hoy por hoy, el virus sigue ahí, perfectamente en forma, y la posible pérdida de virulencia es algo que solo veremos a muy medio-largo plazo. No conviene lanzar las campanas al vuelo.
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