Ayer se publicó una lista de las 12 bacterias más peligrosas del momento. No es una sorpresa: mientras que el número de resistencias ha crecido más de diez veces en las últimas décadas, solo hemos sido capaces de sacar al mercado un puñado de antibióticos nuevos.
Ni los trasplantes, ni las cirugías mayores, ni el tratamiento de niños prematuros, ni la quimioterapia son posibles sin antibióticos. Y eso solo si nos quedamos en el ámbito sanitario: si elevamos la mirada nos daremos cuenta que la estructura misma de la sociedad urbana y globalizada dependen de ellos. Son cosas que damos por sentado, pero que están muy lejos de estarlas. Y, pese a ellos, son cosas de las que hablamos demasiado poco.
El largo camino hacia el fin de los antibióticos
Históricamente hablando, las resistencias se detectaron incluso antes de que la penicilina empezara a usarse. Y ya en su discurso de recepción del Nobel, Alexander Fleming nos avisó del peligro de las resistencias. El "padre de los antibióticos" nos avisaba de que, si los usábamos mal, las bacterias aprenderían a vencerlos y, entonces, el mundo que habíamos creado (un mundo donde la gente no moría de un sencillo corte o un simple resfriado) desaparecería para siempre.
Y eso ha pasado. Exactamente eso. La presión evolutiva causada por los millones de toneladas de antibióticos que hemos usado durante estos 75 años ha sido clave para llevarnos a las puertas de esa distopía flemingiana. En el caso de los antibióticos betalactámicos (entre los que están la penicilina o las cefalosporinas), por poner un ejemplo, las resistencias se han multiplicado por diez desde 1990.
Causando esto hay una mezcla de errores, negligencias, desconocimiento y desigualdad. Por poner un ejemplo, mientras la resistencia a la ampicilina en países de la OCDE es del 53,4%, en los países de fuera de la OCDE asciende al 79,8%. De la misma forma, solo el 2,1 por ciento de los niños infectados en la OCDE tenía infecciones resistentes al ciprofloxacino, mientras que en el resto de países ascendía al 26,8%. Doce veces más.
Pero, sobre todo, hay un problema con la ganadería (con, por ejemplo, "cifras particularmente disparatadas en India"). El uso brutal de los antibióticos en ganadería está resultando ser el mayor entrenamiento para superbacterias del mundo. Ahí, pastando en las praderas de medio mundo o estabuladas mientras comen pienso, viven las bacterias que amenazan con devolvernos al siglo XIX.
Uno de los problemas del siglo
No podemos negar que las causas de la resistencia a los antibióticos son complejas e incluyen la conducta humana a muchísimos niveles de la sociedad. Tampoco podemos negar que las consecuencias nos afectan a todos. Es decir, las similitudes con el cambio climático son más que evidentes.
Sin embargo, los esfuerzos políticos no han sido comparables. Hasta el año pasado, no había existido una acción coordinada a nivel internacional para 'combatir' este problema. Y, aun así, la esperada estrategia mundial aún no está desarrollada.
Es cierto que se han hecho muchos esfuerzos para describir las diferentes facetas de la resistencia a los antibióticos y también sobre las intervenciones necesarias para afrontar ese reto. Pero, cuando hablamos de medidas de salud pública, poco más. Los antibióticos allanaron el camino para avances médicos y sociales sin precedentes y son hoy en día indispensables para todos los sistemas de salud.
Es un clamor que, en pocos años, podríamos estar ante consecuencias médicas, sociales y económicas muy graves. Unas consecuencias que amenazan con cambiar la fisionomía del mundo actual y destruir los avances médicos que hemos conseguido.
Es hora de tomar nota de los éxitos del movimiento contra el cambio climático y comenzar a desarrollar un discurso social y científico que tome conciencia de este problema que ya podemos decir que es uno de los problemas del siglo.
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