La misma semana que nos enterábamos que Salome Karwah, uno de los símbolos de la lucha contra el ébola, moría a los 26 años porque nadie se quiso a atenderla en el hospital ante el miedo de que se tratara de nuevo de esta enfermedad, la OMS, sin llamar mucho la atención, alertaba de problemas en China.
Según la Organización Mundial de la Salud en China se han dado 460 casos de gripe aviar H7N9 durante en lo que llevamos de invierno. Una cepa que, por su agresividad, ha preocupado a muchos medios. ¿Se trata de una más de las 989 alertas de salud pública que se han declarado durante la semana pasada o es algo más?
¿Otra gripe A?
Sí, soy consciente de lo que parece: "otra emergencia sanitaria que se quedará en nada". Y ojalá sea así porque estamos hablando de una cepa que tiene una mortalidad del 40% y que está mutando para volverse resistente a los antivirales que usamos para tratarla.
Aunque estamos ante el mayor brote de esta cepa desde que se encontró en 2013 y se han encontrado casos en varios países del sudeste asiático, no nos encontramos ante una amenaza de salud porque no se ha documentado transmisión directa entre humanos (prácticamente todos los contagios fueron directos desde los animales).
No es, pues, un problema. Pero al tratarse de gripe (uno de los virus más mutables que padecemos) hay que andarse con cuidado. Por eso la pregunta es si estamos preparados para enfrentarnos a la próxima gran pandemia que, según los expertos, va a ocurrir antes o después.
La pandemia que está por llegar
Como explicaba Alok Jha en The Guardian, "la amenaza de una epidemia mundial moderna es real. Muy real. Sobre todo, en un mundo tan conectado como el nuestro". Como podemos ver en la gráfica, entre 1980 y 2010 el número anual de brotes se triplicó en todo el mundo y las enfermedades casi se doblaron.
Más del 60% las 400 enfermedades emergentes que se ha identificado desde 1940 proceden de los animales. También ha sido así a lo largo de la historia: el VIH saltó a los humanos desde los monos, el Ébola desde los murciélagos, el sarampión del ganado y la gripe desde los cerdos y las aves.
Lo radicalmente nuevo es otra cosa: conforme el mundo se hace cada vez más complejo, la velocidad con que los patógenos pasan de una especie a otra crece. Y crece muy rápido a pesar incluso de que las medidas de sensibilización y supervisión han aumentado.
De hecho, ni los patógenos tienen que ser nuevos: ninguna de las cuatro emergencias globales declaradas por la OMS fue provocada por un agente infeccioso nuevo y desconocido sino por la gripe (descrita por primera vez hace 2700 años), la polio (que afectaba a centenares de culturas antiguas, pero que fue descrito en 1789), el ébola (descubierto en 1976) y el zika (conocido desde 1947).
Un problema que no nos tomamos en serio
Pese a lo que dicen los expertos y mientras que crecen el número de amenazas, el problema permanece invisibilizado. Hace mucho que el mundo no se enfrenta a una gran epidemia como la peste del siglo XIV, la viruela del XVI o la gripe española del XX (que mató, todo sea dicho, a unos 50 millones de personas en todo el mundo). Y eso da una extraña sensación de tranquilidad.
Es cierto que "los datos sugieren que, pese al incremento del número total de brotes, las mejoras globales en prevención, detección temprana, control y tratamiento son cada vez más efectivas". Nuestra capacidad para controlar las posibles epidemias es más potente que nunca.
Pero la capacidad de las epidemias para aprovechar un fallo del sistema también lo es. Y los recortes, los problemas de financiación y el fracaso de muchos programas de prevención no ayudan. Posiblemente, la epidemia china no sea la próxima pandemia, pero, cuando llegue, más nos vale estar preparados.
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