Hans Asperger es considerado todo un pionero de la psiquiatría infantil y la neuropediatría. Su contribución a la comprensión de los trastornos de espectro autista hizo que, un año después de su muerte, la psiquiatra británica Lorna Wing nombra el Síndrome de Asperger con su nombre. Ahora sabemos que, además, era nazi.
Según la minuciosa investigación de Herwig Czech, de la Universidad Médica de Viena, el famoso médico colaboró activamente con el régimen nazi. Casi 800 niños murieron en su clínica (muchos bajo un programa conocido como “eutanasia infantil”) entre 1940 y 1945. No es un tema baladí: durante décadas hemos pensando que era un héroe.
La verdadera cara de Asperger
"El grado de participación de Asperger en la selección de los niños más vulnerables de Viena ha permanecido como una cuestión abierta e inquietante en la investigación del autismo durante mucho tiempo", escribían los editores de ‘Nuclear Autism’ la revista que ha publicado la investigación. Hasta el momento tanto ellos "como la comunidad de autismo en general, desconocíamos la estrecha alianza de Hans Asperger con el programa nazi de esterilización obligatoria y eutanasia”.
El estudio aclara muchas cuestiones. Repasa sus opiniones antisemitas, sus ideas sobre el abuso infantil (en las que culpabilizaba al propio niño) y retrata cómo su tratamiento de los pacientes distaba muchos de ser humano y compasivo. Estos nuevos datos tumban la imagen de “Schindler del autismo” que Uta Frith (una de las mayores expertas del mundo) había popularizado en su trabajo sobre el médico austriaco.
Los nombres propios de la medicina nazi
El caso de Asperger no es un hecho aislado. Más allá de los inhumanos experimentos humanos de Josef Mengele, el "ángel de la muerte" de Auschwitz, hubo un buen número de médicos que colaboraron activamente con el nazismo y se aprovecharon de las circunstancias para realizar experimentos muy poco éticos.
Hans Eppinger en Dachau contribuyó al descubrimiento del síndrome de Cauchois-Eppinger-Frugoni (la trombosis de la vena porta) y la araña vascular que lleva(ba) su nombre; Yusuf Ibrahim, a la enfermedad de Beck-Ibrahim (un candiadisis cutánea congénita); Reiter y Wegener a los síndromes que (hasta hace muy poco) llevaban su nombre y que muchos aún usan.
En los últimos años, a medida que la historiografía médica acaba a la luz estás conexiones, las organizaciones internacionales han iniciado una suerte de 'desnazificación' de los epónimos médicos. No sin polémica. Fundamentalmente porque, aunque no es razonable mantener homenajes póstumos a médicos con inmensas fallas éticas y profesionales, muchos se preguntan si no estamos reescribiendo la historia.
Asperger no será, seguramente, el último caso que nos sitúen ante el espinoso problema de que los encontronazos entre la ciencia y la ética han sido una constante en la investigación biomédica. Casos que nos obligan, una y otra vez, a mirarnos en el espejo de la Historia.
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