Hace unos días, Marco Castelli se preguntaba si había una razón científica por la que el jetlag que sufre es peor cuando viaja hacia el este que cuando viaja al oeste. Castelli no está solo en esto, claro. Durante décadas, esa ‘sensación’ ha sido el abc de todos aquellos que hacen viajes trasatlánticos con asiduidad. Y, desde hace años, está científicamente demostrada. Lo curioso es el por qué.
Pero antes, ¿de qué hablamos cuando hablamos de jetlag? El jetlag (el desfase temporal o trastorno por disritmia circadiana) es “un problema temporal del sueño que puede afectar a cualquier persona que atraviese rápidamente varios husos horarios”. Básicamente es nuestro cuerpo tratando de adaptarse a un huso horario diferente lo más rápido que puede — y pasándolo fatal por el camino.
Como explican desde la Clínica Mayo, el jetlag puede “provocar fatiga durante el día, malestar, dificultad para mantenerte alerta y problemas estomacales”. Es un incordio, vaya. Sobre todo, si vamos de vacaciones, viaje de trabajo o, en general, pasaremos poco tiempo en el lugar al que viajamos.
¿Por qué ocurre? Por el ritmo circuadiano. En términos generales, cada uno de nosotros tenemos un ‘reloj interior’ (un conjunto de procesos biológicos que nos activa a lo largo del día y nos prepara para el sueño por la tarde y noche) que nos va marcando los ciclos de sueño y vigilia.
El problema es que los ritmos circadianos (al usar señales físicas del entorno como la luz) están pensados para ‘sincronizarnos’ con el huso horario en el que vivimos. Lo que ocurre cuando atravesamos husos horarios a gran velocidad es que nos desincronizamos. En el estudio se explica con detalle los procesos de sincronización y cómo intervienen en ellos un gran número de osciladores neuronales en las que el hipotálamo tiene un papel importante.
¿Y en qué influye si viajamos para un sitio o para otro? Hartos de escuchar esta idea una y otra vez, en 2016, un grupo de investigadores del Instituto de Investigación en Electrónica y Física Aplicada de la Universidad de Maryland se puso a investigar la asimetría que existe en la recuperación del jetlags.
Modelizando la curva de recuperación, los investigadores confirmaron que la asimetría era real. Que, en general, nos resulta más fácil alargar el ciclo asociado al ritmo circadiano (acostarnos a las tres de la mañana) que recortarlo (acostarnos a las seis de la tarde).
En este sentido, Juan Antonio Madrid, catedrático de Fisiología y director del Laboratorio de Cronobiología de la Universidad de Murcia, explicaba en El Español que "hacia el este, la tendencia natural de nuestro reloj es a retrasar, por eso los viajes que implican adelantar nuestro horario y acortar nuestro día nos cuestan más que los que implican alargarlo".
¿Podemos hacer algo para evitarlo? Desde hace una década, sabemos que nuestros ritmos circadianos pueden resincronizarse rápidamente si nos exponemos a la luz de forma estratégica. Es decir, si le damos a nuestro cerebro los estímulos correctos. Pese a que se han tratado de diseñar sistemas sencillos y hay aviones que prometen acabar con él, la dificultad suele estar en que es difícil calcular qué patrón de exposición de luz es el óptimo.
Por ello, la mayoría de viajeros optan por buscar técnicas más asequibles. Cosas como adoptar los horarios del lugar al que vamos con unos días de antelación, seguir un rígido régimen de sueño una vez que llegamos al destino que nos ayude a una sincronización más rápida o usar melatonina que es lo que usa el cuerpo de forma natural para inducir el sueño.
Imagen | Joyce Romero
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