Hoy en día cualquier ensayo clínico tratará de medir este efecto para aislar el efecto neto del tratamiento examinado (en la medida en la que esto sea posible), pero hay también investigadores interesados en conocer mejor el efecto en sí mismo. Y los resultados de estos estudios pueden llegar a ser asombrosos, como es el caso del llamado sueño placebo.
Dormimos poco y a menudo también mal. Al menos eso es lo que se puede deducir de factores como el alto consumo de fármacos destinados a solucionar problemas de sueño.
En los últimos años algunos investigadores han intentado descubrir si el efecto placebo puede tener un efecto sobre nuestro reposo, si es capaz de compensar de alguna manera nuestra falta de sueño. La respuesta, por ahora, parece un sí.
Uno de los primeros estudios realizados en este ámbito fue el publicado en 2014 en la revista Journal of Experimental Psychology: Learning, Memory, and Cognition. Los responsables del estudio realizaron su experimento con 164 participantes, a los que en primer lugar se preguntó por su percepción sobre la calidad de su sueño.
Tras recibir una breve lección sobre la importancia de la fase REM y su duración sobre la calidad del sueño fueron sometidos a una prueba con truco. La prueba consistía en un electroencefalograma, pero los experimentadores les aseguraron que estaban midiendo el tiempo que habían permanecido en fase REM. A los participantes se les ofreció, de manera aleatoria, una lectura superior al tiempo de referencia sobre el que se les había hablado, o una lectura inferior.
Los participantes fueron finalmente sometidos a un test que medía sus funciones cognitivas, un examen en el que dormir mejor, permitiría obtener mejores resultados. El resultado fue que aquellos a los que se había dicho que habían dormido mejor obtenían un mejor resultado, en promedio, que aquellos a los que se había dicho que dormían peor.
La búsqueda continúa
Un experimento más reciente, éste publicado en 2020, secundó la idea del “sueño placebo”. El estudio fue publicado en la revista científica Journal of Psychosomatic Research, y se basó en un experimento realizado con 16 participantes.
Los participantes fueron asignados a grupos a los que se les permitía dormir 5 u 8 horas, pero el “engaño” fue al explicarles cuánto tiempo se les dio para dormir, es decir, fueron aleatoriamente informados de si habían tenido 5 u 8 horas para dormir. Tras ello se los examinó para comprobar su capacidad de vigilancia.
De nuevo, los investigadores observaron que la información que habían recibido los participantes sí modelaba su capacidad para desempeñar tareas correctamente, es decir, los que creían haber dormido ocho horas puntuaban mejor en el test. Eso sí, los investigadores llamaban la atención sobre la necesidad de estudiar con mayor detalle el asunto, y es que si bien estos no son los únicos estudios en señalar la existencia de un efecto placebo en el sueño, las pruebas son aún limitadas.
De lo que sí sabemos es de la importancia del sueño. No sólo en nuestra salud a largo plazo sino también en nuestra capacidad para mantenernos alerta y desarrollar tareas cotidianas. Dormir mal puede tener unos efectos tan nocivos como (o peores que) el alcohol sobre nuestra habilidad a la hora de realizar acciones tan importantes como conducir.
Por eso, más allá de engañar a nuestro cerebro para hacerle creer que hemos dormido bien, conviene tener en cuenta algunas estrategias que pueden ayudarnos a dormir mejor por las noches. Aquellas personas cuyos problemas de sueño están causados principalmente por la ansiedad y el nerviosismo, por ejemplo, suelen beneficiarse de técnicas de relajación como el control de la respiración.
Además de estos casos concretos, mantener una higiene del sueño apropiada es muy importante. Por higiene del sueño los expertos se refieren a una serie de pautas que nos ayudan a conciliar el sueño, como mantener unos horarios regulares, limitar la duración de nuestras siestas o controlar la temperatura y las condiciones de nuestro entorno a la hora de acostarnos, aunque esto último pueda ser difícil en verano.
Lo que hagamos en las últimas horas del día importa. Por ejemplo, aunque el ejercicio regular puede ayudarnos a dormir, debemos evitar hacerlo poco antes de acostarnos. Las luces, especialmente las luces azules pueden también atrasar la aparición del sueño. Finalmente, es conveiente evitar algunas sustancias, no sólo las que nos activan como la cafeína, sino también sustancias como el alcohol que, aun siendo relajantes pueden perjudicar la calidad de nuestro sueño.
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Imagen | Marcus Aurelius
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