La nariz sabe muchas cosas. A veces, de hecho, sabe demasiadas. Según las investigaciones del Monell Chemical Senses Center de Filadelfia, una persona promedio pueden detectar entre 10.000 y 100.000 millones de olores distintos. Eso incluye cosas que nunca sospecharíamos.
"De manera similar a otros animales, los humanos pueden extraer señales de los olores corporales que nos permiten identificar la edad biológica, evitar individuos enfermos, elegir una pareja adecuada y distinguir a parientes de no parientes", decía Johan Lundström, neurocientífico precisamente de Monell.
Y sí, ha dicho "identificar la edad": el 'olor a persona mayor' es algo real y cada vez sabemos más sobre él.
Es tan real que los japoneses tienen una palabra para designarlo. 'Kareishu' es la palabra y, tradicionalmente, por esa devoción nipona a la ancianidad, ha sido considerado una muestra de respeto. Lo curioso es que, en realidad, hay muchas palabras de este tipo más: como explicaba la investigadora del CISC Laura López-Mascaraque, la idea de que el olor corporal cambia con nosotros está muy asentada en la cultura oriental.
Y es que, aunque cada uno tenemos cierta 'firma química' característica, cosas como la edad, el ciclo menstrual, la lactancia, los hábitos alimentarios o el estrés provocan cambios en nuestro aroma personal. Precisamente, para el "olor del estrés" los japoneses tienen el término 'sutoresushu'.
¿Cómo se hace el olor de una persona? Esto es curioso porque, a diferencia de otros animales "los seres humanos no tenemos glándulas específicas para la formación de aromas". Sin embargo, las tres principales glándulas de la piel contribuyen a crear ese olor personal e intransferible.
Las glándulas sebáceas "dan lugar a una secreción aceitosa sobre toda la superficie del cuerpo"; las ecrinas secretan el sudor; y las apocrinas "producen un fluido acuoso" en las zonas del cuero cabelludo. Las secrecciones de esas glándulas sirven de alimento a toda la microbiota que tenemos en la piel y, en último término, es toda esa actividad metabólica la que conforma nuestra identidad olfativa.
¿Y esa identidad cambia cuando envejecemos? Como explicaba Consuelo Borras Blasco, catedrática del Departamento de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Valencia en La Voz de Galicia, "los cambios hormonales, particularmente los asociados con la menopausia y la andropausia, pueden afectar el olor corporal. La disminución de las hormonas sexuales puede influir en la producción de sudor y grasa y alterar el entorno microbiano de la piel. Por último, el pH de la piel puede cambiar con la edad, afectando el microbioma de la piel y los tipos de bacterias presentes que producen olor"
Por ejemplo, la composición de la capa protectora de ácidos grasos que protege la piel cambia a partir de los 40 años y llega a tener cinco o seis veces más cantidad de omega 7. También sabemos que el deterioro de la piel favorece la oxidación de estos lípidos y produce cosas como 2-nonenal (un aldehído insaturado asociado a lo que conocemos como "olor de persona mayor").
Cambia mucho de hecho. O, al menos, lo suficiente como para identificarlo con cierta facilidad. En 2012, Lundström y su equipo comprobaron hasta qué punto los seres humanos podíamos identificar la edad de una persona solo con su olor corporal. Sus conclusiones que es que, aunque en general era fácil para los evaluadores identificar la edad por el olor, con la gente mayor la fiabildiad se disparaba (porque es la presencia de los biomarcadores asociados a la edad avanzada los que permiten identificarla).
Una investigación poco desarrollada. Ahora que las investigación sobre la microbiota del sistema digestivo empieza a ganar cuerpo, se hace aún más patente que sabemos muy poco de la microbiota que vive a nuestro alrededor.
Y es curioso porque, queramos o no, es algo que está en vuelto en multitud de procesos de salud, belleza y bienestar. Precisamente, el área en el que más ha crecido la industria farmacéutica en los últimos años.
Por suerte, como vemos, esto está empezando a cambiar y, gracias a ello, nuestros conocimientos sobre inmunología, medicina general y ecología dérmica van a abrir otra de las grandes revoluciones médicas de la década.
Imagen | Raychan
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