La Navidad son muchos detalles: los anuncios interminables, la lotería que no toca, los mantecados y los turrones, las posadas, los tiós, las flores rojas o los festivales de luces. Pero una de las más características, al menos para mí, es el olor a leña ardiendo.
No sé si es por el efecto hipnótico del fuego, por el calor que generan o por el aroma a madera quemada, pero una buena lumbre hace hogar. Tanto que se ha convertido en parte de la imagen arquetípica que tenemos de él. Solo hay un pequeño problema: nos mata lentamente.
No lo parece, pero...
En este punto, Sam Harris tiene razón. Por algún motivo, la gente piensa que respirar aire invernal perfumado con madera quemada es algo radicalmente distinto de encenderse un pitillo u oler el humo de los coches. No sé, es como si tuviera un aura de “cosa natural” que lo purifica y lo hace inocuo.
Pero no, nada de eso. Si algo se repite una y otra vez en la literatura científica es la certidumbre de que no hay una cantidad segura de humo de madera que respirar. Y es que ese humo tiene cientos de compuestos cancerígenos, mutagénicos, teratogénicos o simplemente tóxicos.
No es simple histeria: los niños que viven en hogares con chimeneas tienen más probabilidad de desarrollar asma, tos, bronquitis, problemas de sueño y trastornos respiratorios. Es más, la inhalación de humo de leña (por muy poco que sea) afecta al sistema inmune pulmonar aumentando la probabilidad de resfriados, gripes y otras infecciones respiratorias. Vamos, es malo para la salud.
Y sin embargo, sigue siendo lo más cool
Como señalaba Harris, en el año 2000, la ONU calculó que el uso de combustibles fósiles en el hogar causaba casi dos millones de muertes prematuras. Casi el doble del número de muertes de accidentes de tráfico. Y, sin embargo, no nos damos por aludidos. Aunque es cierto que la mayoría de esas muertes se producen en países donde aún se cocina con madera o carbón, lo cierto es que no hay ninguna razón de peso para seguir quemando madera de forma habitual.
No es que el problema de las chimeneas sea equivalente al de los cigarrillos, es que en algunas cosas es peor: los “fumadores pasivos” ya no son los que tenemos al lado, sino todo el vecindario.
Es sin lugar a dudas, un fenómeno curioso este: la idealización de un sistema de calefacción que es severamente perjudicial para la salud. Algo que, además, como señala Harris, es difícil de aceptar, que están tan normalizado que no somos capaces de asumirlo sin grandes esfuerzos. ¿No va siendo el momento de jubilar de una vez por todas las chimeneas?
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