Ozempic se enfrenta ahora a su principal enemigo: las expectativas que está creando

No dejan de aparecer problemas en los que la semaglutida puede ayudar. Son buenas y malas noticias

Ozempic y el resto de agonistas del receptor GLP-1 surgieron para ayudar a controlar mejor la diabetes tipo 2, pero rápidamente demostraron su potencial para perder peso. Eso los ha convertido en los medicamentos de moda, ha hecho que sus fabricantes se disparen en bolsa y han creado un mercado potencial de 30.000 millones de dólares.

Pero la cosa no se quedó ahí. Rápidamente descubrimos que podía poner en aprietos a las grandes cadenas de distribución, ayudaba a reducir el consumo de alcohol y podía ser un arma contra la inflamación. A todo eso, ahora hay que sumar que podría aliviar la enfermedad del hígado graso no alcohólico.

¿Hígado graso? Según un estudio reciente aún en marcha, un tratamiento de seis meses con semaglutida reducía un 31% la acumulación de grasa en el órgano. Como consecuencia de esto, “un 29% de participantes experimentaron una resolución completa del hígado graso, lo que significa que su grasa hepática se redujo a un 5 por ciento o menos del contenido hepático total”.

Esto es importante porque, según el NIAID norteamericano, hasta un 40% de los pacientes de VIH desarrollan hígado graso como consecuencia secundaria del tratamiento antirretroviral. Pero lo cierto es que el hígado graso va mucho más allá. En Occidente, es la principal causa de problemas hepáticos y, en algunos países del mundo, la esteatosis hepática no alcohólica llega a afectar hasta el 24% de la población.

Ahora bien, no es un camino de rosas. Ahora mismo, la FDA está monitorizando tres posibles efectos adversos de los agonistas del receptor GLP-1 (pérdida de cabello, la inhalación accidental de objetos extraños y pensamientos suicidas) que se sumarían a los ya conocidos problemas digestivos (náuseas,  vómitos, malestar estomacal, dolor abdominal, diarrea o estreñimiento) y los dolores de cabeza.

Hay algunas sospechas más y casos muy raros, es cierto. Y sin embargo, la imagen pública de estos medicamentos (ya sea semaglutida, liraglutida o tirzepatida) permanece incólume.

Y ese empieza a ser su gran problema. A raíz de los Oscar, el tema del uso médico-estético de estos medicamentos ha vuelto a la palestra (pese a que alguno de sus fabricantes, como Lilly, han publicado anuncios advirtiendo contra un uso inadecuado de los mismos). Y eso no es más que un indicio de los profundos cambios que están empezando a darse en la forma en la que las sociedades modernas piensan en la obesidad.

A menudo, se ha dicho que "el metabolismo y el apetito son hechos biológico, no elecciones morales" y durante décadas se ha tratado de asentar en la sociedad la visión de la obesidad como lo que es: una enfermedad. Pues bien, la aparición de estos medicamentos parece estar haciendo más por ese trabajo que décadas de campañas de comunicación.

¿Podrán pagar los cheques que están extendiendo? Esa es la gran pregunta. Nadie duda del potencial de estos fármacos y la innovación que estamos viendo en el campo es realmente esperanzadora. No hay que olvidar que, día de hoy, mueren más personas por obesidad que por accidentes de tráfico y, desde 1975, la obesidad infantil se ha multiplicado por diez. Es decir, hay un mandato ético que va más allá de lo estético: tenemos que intentar frenar una epidemia que aún no sabemos controlar muy bien.

Por eso, las expectativas son tan grandes: es un cambio cualitativo en la sanidad global. Lo que está en juego no son un par de kilos, es la medicina de las próximas décadas.

Imagen | Chemist4U

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