Los parches de rejuvenecimiento de Mercadona esconden algo más: el culmen de una larga carrera biotecnológica

Cada día que pasa las técnicas se vuelven más seguras y efectivas: la separación entre el maquillaje y la medicina estética es más pequeña.

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Da vértigo pensar que las primeras prótesis mamarias artificiales fueron bolas de cristal o que a principios del XIX se usaban sanguijuelas para disminuir la congestión venosa de los colgajos de la piel. El mundo ha cambiado tanto (y tan rápido) que habitualmente no somos capaces de ver la enorme proeza que esconden unos parches antiojeras de 3 euros y 50 céntimos.

Y, sinceramente, es un error enorme.

Lo que esconde un parche del Mercadona. Porque el hecho de que se viralicen unas 'mascarillas' de ácido hialurónico puede parecer una curiosidad. Sin embargo, hay muchísima tela que cortar.

En un diálogo que no ha llegado a ser famoso, pero que debería serlo, Miranda Presley le dice a la protagonista de 'El Diablo viste de Prada' que

"Entiendo, crees que esto no tiene nada que ver contigo. Tú vas a tu  armario y seleccionas ese jersey azul deforme porque intentas decirle al  mundo que te tomas demasiado en serio como para preocuparte por lo que  te pondrás. Pero lo que no sabes es que ese jersey no es solo azul, no  es turquesa ni es marino: es cerúleo. Tampoco eres consciente de que  [...] ese azul representa millones de dólares y muchos puestos de  trabajo. Y resulta cómico que creas que elegiste algo que te exime de la  industria de la moda cuando, de hecho, llevas un jersey que fue seleccionado para ti por personas como nosotros".

Esto (que es cierto con el mundo de la moda y con los restaurantes de élite) es exactamente así con la medicina estética y la industria cosmética contemporánea. Tras un parche baratísimo y un par de consejos para ir perfectos a la próxima boda hay no solo "millones de dólares y muchos puestos de trabajo", hay una apasionante historia científica y tecnológica.

Y el ácido hialurónico es un gran ejemplo de todo esto. Aislado por primera vez en 1934, el ácido hialurónico es un polisacárido de alto peso molecular que está presente de forma natural en nuestro cuerpo. Un ser humano adulto tiene, de media, unos 15 gramos de AH y, en torno a un tercio, se renueva diariamente. Sobre todo, lo podemos encontrar en el líquido sinovial de nuestras articulaciones; pero está en muchos más sitios, como los ojos, la matriz extracelular de cartílagos y tendones y la piel.

Aún no tenemos muy claras todas las funciones que tiene en el organismo, pero sí sabemos que tiene un papel clave en el mantenimiento de la estructura de muchos tejidos, la homeostásis, la hidratación celular y la regeneración de heridas. Esto es clave porque, con el tiempo, se sufre ”una pérdida de la calidad del tejido conectivo humano y de sus procesos de reparación" que tiene mucho que ver con él. Y la piel es el lugar donde más se nota. Usar ácido hialurónico ayuda a mitigar estos problemas.

Eso lo sabemos desde hacía mucho tiempo. Es más, sabíamos que (al formar parte de las sustancias 'naturales' del ser humano) tenía un índice de biocompatibilidad altísimo y casi ningún efecto secundario peligroso (o duradero). No obstante, su primer uso comercial en los años 40 fue como sustituto de las claras de huevo.

El problema durante décadas era el mismo: solo podíamos sacar el ácido hialurónico de sitios como el cartílago de tiburón o las crestas de los gallos. tejidos lo suficientemente ricos en este componente como para que su extracción fuera 'costo-efectiva'. Pero las técnicas de fabricación conllevaban un riesgo de alergia considerable.

El boom del hialurónico (y lo que tiene detrás). No fue hasta principios de los ochenta que un primer producto médico que lo contenía consiguió su aprobación. Eso sí, estaba orientado a cirugías oftalmológicas (cataratas) y no tenía fines cosméticos. Para eso tenemos que esperar hasta 1996 cuando empieza a utilizarse como hidratante dermo-epidérmico; pero, sobre todo, a que las técnicas que permitían fabricarlo usando bacterias modificadas genéticamente estuvieran refinadas.

Es la metáfora perfecta para hablar de lo que está ocurriendo con las intervenciones estéticas. A medida que la ciencia avanza, que la cirugía se hace micro (o nano) que la farmacología aprende a crear mejores moléculas y desarrolla mejores formas de administrarlas... la medicina estética ha dejado de ser algo peligroso, frívolo y de nicho, para convertirse en el "pan nuestro de cada día" de enormes cohorte de edad. La llegada a la senectud de la generación del baby boom (y el poderío económico que tienen) hace el resto.

La ciencia de "rejuvenecer tu cara" es un enorme negocio. Y, por primera vez en mucho tiempo, la biotecnología está preparada para ofrecer algo más que mero placebo. De la misma forma que la medicina moderna desterró miles de remedios de dudosa utilidad, la biotecnología moderna va a cambiar el cuidado de la piel (y del resto del cuerpo) para siempre.

Aunque, claro, no es solo cosa de mayores. Entre los jóvenes, todo esto también se ha disparado. Se trata de un cambio social, sí; pero propiciado por un revolucionario cambio tecnológico. Cada día que pasa las técnicas se vuelven más ambulatorias, menos intrusiva, más efectivas. Cada día que pasa la separación entre 'maquillarse' o 'cuidarse la piel' y la medicina estética es más pequeña. Cada día que pasa la "ciencia del rejevecimiento" está cerca de ser masiva y extremadamente barata: democrática.

Es decir, los parches que Mercadona vende a tres euros y medio son el resumen de una larguísima carrera científica y tecnológica de décadas que ha recorrido casi toda la industria moderna desde lo agroalimentario a la ingeniería genética pasando, por supuesto, por la cirugía estética y la medicina regenerativa. Pero, sobre todo, son un símbolo de los tiempos que (con lo bueno y con lo malo) nos han tocado para vivir.

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Imagen | Pexels - Ron Lach

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