Y un día se rompió el móvil. Alguna de las mejores tragedias que se escribirán en el futuro, comenzarán con esas siete palabras. Y quién lo hubiera dicho hace poco más de treinta años cuando Motorola lanzó al mercado el primer teléfono móvil, aquel DynaTAC 8000X de 793 gramos.
Hoy son parte de nuestra vida cotidiana. Tanto que separarnos de nuestro smartphone puede generarnos niveles de ansiedad, estrés e inestabilidad emocional inexplicables hace medio siglo. ¿Es algo normal o esta dependencia se nos está yendo de las manos?
Miedo, ansiedad y estrés en lugares sin cobertura
No es una cuestión anecdótica. Russell Clayton y Glenn Leshner, de la Universidad de Missouri, investigaron qué pasaba cuando la gente estaba lejos de sus móviles. En el estudio, seleccionaron a usuarios de smartphone y los sentaron en una cabina a resolver rompecabezas con el supuesto objetivo de probar la fiabilidad de un nuevo manguito inalámbrico para medir la tensión.
En la primera parte, los participantes realizaban la prueba con el teléfono en su posesión; en la segunda, con el teléfono fuera de la cabina (alegando que el smartphone interfería con la señal inalámbrica del manguito); y en la tercera, con el teléfono fuera, pero sonando (y sin que pudieran cogerlo).
Los investigadores descubrieron que no tener el teléfono a mano aumentaba la frecuencia cardíaca y la presión arterial. Y el hecho de no poder cogerlo mientras sonaba, las disparaba. Encontraron altos niveles de ansiedad y malestar; y, además, un empeoramiento muy importante de la atención y las capacidades cognitivas.
Smartphone, te echo de menos
Desde un punto de vista psicológico, no es sorprendente. Pero para comprender y visualizar el fenómeno podemos usar una metáfora: las personas, en este sentido, somos como tiendas de campaña.
Una tienda vacía en el campo no es muy estable. De hecho, cuando hay mal tiempo, ni siquiera las tiendas llenas son muy estables. Por eso usamos 'vientos', cables, cuerdas o cabos que se amarran a árboles, piquetas e incluso a otras tiendas. Los vientos las mantienen fijas al suelo, les dan estabilidad.
Fruto de una mezcla de mala ciencia, sensacionalismo y un buen relato, todos estamos convencidos de que cuando perdemos a alguien importante (porque muere, porque nos deja, porque se va lejos de nosotros) atravesamos una tras otra las cinco etapas del duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación.
Esa es la idea popular, pero no es cierta. En 1969, Elisabeth Kübler-Ross publicó su famoso modelo basado en un puñado de casos de personas moribundas y en cuidados paliativos (en los que era experta la psicóloga suiza). Como digo, tuvo mucho éxito pero las investigaciones posteriores han demostrado que no es válido.
En realidad, el mejor modelo que describe qué nos pasa cuando nos falta alguien importante es este (Bisconti y otros, 2004)
Las personas importantes actúan como anclas, como vientos. Y cuando nos faltan, nuestra reacción emocional es la pura inestabilidad. Los primeros días pasamos por todas las fases y emociones. Luego, conforme pasa el tiempo, creamos nuevos vientos y, poco a poco, recuperamos la estabilidad.
Lo importante hoy es que esto no sólo pasa con las personas, claro. Animales u objetos que significan algo también funcionan como vientos y su ausencia también puede afectarnos emocional y cognitivamente. Ese es el caso de los smartphones.
¿Por qué los smartphones se han hecho tan importantes?
Hay personas que generan vínculos muy fuertes con determinados objetos, sin que exista una explicación 'racional'. Hay cientos de ataques de ansiedad a las puertas de los exámenes ante la falta del talismán (un boli, un calcetín, una estampita) de la suerte.
Quizá la cuestión más interesante son los dos fenómenos (relacionados) que hacen que los smartphones se conviertan en partes tan importantes de nuestra vida: la intensidad del uso y la sustitución psicológica.
Usamos mucho los teléfonos. No sólo van con nosotros a cualquier lugar sino que, aplicaciones mediante, los utilizamos para tareas cada vez más importantes. Eso hace que nuestros ritmos de vida y trabajo dependan de ellos. Y, por contra, que sintamos (aunque sea mentira) que los necesitamos para hacer nuestra vida normal. En una reedicción del viejo dicho de 'el roce hace el cariño', los móviles se convierten en el equivalente de las ruedecitas de bicicleta: aunque no los necesitemos, tenemos miedo a que no estén.
Por otro lado, los usos que les damos son bastante personales. Nos conectan con nuestra familia, con nuestros amigos, con nuestros hobbies. Cada vez más, todo lo que nos importa puede estar mediado por un smartphone y eso, por un fenómeno psicológico muy básico llamado sustitución estimular, hace que los móviles adquieran características de las cosas que hacemos con ellos.
Por ser más claros sobre este punto: si odiamos nuestro trabajo, lo más probable es que alejarnos del móvil laboral sea más un alivio que un problema. Si nuestro móvil nos conecta con cosas positivas (o con la posibilidad de ellas), perderlo será frustrante y nos generará ansiedad.
Feuerbach ya explicó que los seres humanos tenemos tendencia a transferir características nuestras a cosas que no las tienen por sí mismas. Y la ciencia moderna le da la razón en esto. Por eso la pregunta no es tanto si "podemos sentirnos peor al separarnos del móvil que de nuestra familia" como entender que nos sentimos mal al separarnos del móvil porque queremos y valoramos a nuestra familia. Y que los teléfonos son solo vehículos de ese cariño.
En Xataka Móvil | Éstas son las enfermedades que los teléfonos móviles sí nos están causando y ¿Y tú, hasta qué punto puedes estar sin consultar tu smartphone?
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