Las estrías aparecen como consecuencia del rápido crecimiento de los animales en su crianza
El pollo comercializado por la cadena de supermercados Lidl ha sido el protagonista de la última polémica alimentaria. Hace unos días, se publicaba la noticia de que el 98% de las muestras de este producto procedían de “pollos con anomalías”. Un dato que suena alarmante pero que requiere varias matizaciones.
98%. El dato procede de un análisis realizado por la ONG Observatorio de Bienestar Animal y de un estudio realizado a partir de 6.097 muestras, recogidas en 321 puntos de venta repartidos por toda España. El estudio señaló que el 97,9% de estas muestras presentaban una “anomalía”, la de las “estrías blancas”.
El Observatorio de Bienestar Animal (OBA) una organización dedicada la lucha contra la ganadería intensiva: “nos dedicamos a luchar por un sistema alimentario libre de ganadería intensiva guiado por el bienestar animal, la salud de las personas y la protección del planeta. Y se nos da increíblemente bien”, explica la propia asociación en su página web.
Estrías blancas. El problema de las estrías blancas ni es nuevo, ni exclusivo de la cadena de supermercados Lidl, ni tiene implicaciones para la salud de las personas que consumen estos productos, coinciden en señalar diversos expertos. Estas miopatías (afecciones del tejido muscular) aparecen especialmente en partes magras del pollo como las pechugas, cuando el crecimiento de los animales es particularmente rápido.
Como explica Miguel Ángel Lurueña, experto en ciencia y tecnología de los alimentos y divulgador, estas estrías se forman cuando durante este crecimiento rápido, el tejido muscular se rompe y es sustituido por tejido adiposo o conectivo.
Ningún riesgo. Los expertos coinciden en señalar que el problema de las estrías blancas no supone ningún riesgo para la salud de quienes consumen productos con esta característica. Si acaso podría hablarse de leves cambios en los valores nutricionales de la carne derivados del simple hecho de que la proporción entre tejido muscular y adiposo cambia en comparación con la carne en la que no se presentan las estrías.
La magnitud de este cambio es muy pequeña. Como explica el propio Lurueña, la cantidad de grasa del pollo puede incrementar levemente y la proporción de proteína puede ser menor en estas carnes: “esas diferencias no son relevantes en el cómputo global de nuestra dieta”, sentencia.
La Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN), organismo encargado de velar por la seguridad de los productos alimentarios, no ha emitido ningún aviso vinculado con esta “anomalía”. Consultados, inciden en que no existe ningún potencial riesgo para la salud derivado del consumo de esta carne.
Lidl. Desde Lidl también se incide en la seguridad del producto. “La presencia de estrías blancas en la carne de ave es un elemento común en el pollo que se comercializa habitualmente en los supermercados de España (...). Tal y como manifiesta la comunidad científica, se trata de un factor visual que separa la grasa de la carne, que no afecta al valor nutricional del producto y, ni mucho menos, a su calidad y seguridad alimentaria”, explican desde la empresa.
Bienestar animal o seguridad alimentaria. Parte de la polémica viene dada al entremezclarse la cuestión del bienestar animal con las cuestiones sanitarias. Cabe recordar que la ONG que realizó el estudio no es una asociación dedicada a la seguridad alimentaria sino precisamente a la defensa del bienestar animal. “A algunos les da por mezclar la seguridad alimentaria con el bienestar animal y eso confunde a la gente” explicaba en Twitter la farmacéutica y divulgadora Gemma del Caño, también especializada en seguridad alimentaria.
Si bien las informaciones publicadas aclaraban que las estrías blancas no implican riesgo alguno para la salud, la alusión a estas “anomalías” podría haber suscitado la sensación de alarma.
Año de polémicas. Es la segunda vez que el pollo del supermercado Lidl se ve inmerso en una polémica de este tipo. En verano, otro informe del OBE denunciaba la presencia de bacterias en los productos de pollo de la empresa.
El problema era, como en esta ocasión, menos grave de lo que podría parecer. Si bien algunas de estas bacterias podían ser resistentes a los antibióticos, no lo eran a las altas temperaturas. En otras palabras, cocinar el pollo basta para eliminarlas.
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Imagen | JÉSHOOTS / K. Mitch Hodge
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