El año pasado, la Agencia Europea de Medio ambiente respondía a una pregunta que, poco a poco, ha ganado espacio en el debate público del continente: ¿cuáles son las consecuencias de la contaminación del aire en nuestra salud? En cifras y sólo para Europa: más de medio millón de muertes prematuras al año. El aire que respiramos nos está matando. Nuestras ciudades, los altos niveles de polución entre los que convivimos, suponen un alto riesgo para nuestra salud.
En España, las cifras se reducen a unos 25.000 fallecimientos. En total, más del 21% de la población del continente está expuesta anualmente a más partículas finas de las establecidas por las directivas europeas, y el 8% a más NO2 del estipulado. La Organización Mundial de la Salud es menos optimista, en parte porque sus límites son menores a los establecidos por la UE. A nivel mundial, estima más 4,3 millones de muertes prematuras directamente atribuibles a la contaminación atmosférica. Y todo ello sin contar otros riesgos derivados para nuestra salud.
Las ciudades del mundo ante un reto inmediato
Dada la magnitud de las cifras, es lógico que muchas ciudades estén trabajando activamente para atajar el problema. Por ejemplo: el pasado mes de marzo, las autoridades de París observaban con preocupación cómo los niveles de polución alcanzaban máximos históricos. "París tiene un aire más sucio que Pekín", se pudo leer en su momento. Aunque la comparación es exagerada, ponía de manifiesto el reto al que se enfrentaba la capital francesa: sus niveles de contaminación eran insostenibles, pero tenían pocas herramientas a mano para paliar la tendencia.
La respuesta más drástica del ayuntamiento parisino a su acuciante problema, manifestado casi siempre en forma de una neblina oscura con la que los habitantes de Madrid estarán familiarizados, llegó el último domingo de septiembre. Fue entonces cuando París, por primera vez en su historia desde la llegada del automóvil de combustión, cerró el centro de la ciudad al tráfico. Durante un día, y en algunas zonas parciales del centro de la urbe, París fue sólo propiedad de los viandantes parisinos. Cualquier otro elemento motorizado se había convertido en una molestia.
Cuando París ha tratado de atajar la cuestión, lo ha hecho atacando a la que, a su juicio, es la raíz del problema: el volumen de coches que circulan por sus calles a diario
Los resultados de la decisión de París no se han hecho esperar demasiado: tras limitar o prohibir en su totalidad el tráfico rodado en el 30% de la ciudad, los niveles de contaminación del aire descendieron con rapidez. Según datos recopilados por las estaciones de medición repartidas por las cuatro esquinas de la ciudad, allí donde la prohibición del gobierno local fue efectiva, la polución del aire se redujo entre un 20% y un 40%. Sin coches, los gases contaminantes se evaporaban.
Las grandes ciudades del mundo llevan años enfrentadas a un mismo problema: ¿qué hacer para evitar que el alto tráfico cause serios problemas de salud a nuestros habitantes? Al margen de iniciativas como la parisina, que poco a poco se están implantando en otras ciudades del mundo, los gobiernos trataron de atacar la raíz del problema a través de regulaciones. Conscientes de la omnipresencia del coche en nuestra vida diaria, obligaron a todas las marcas a fabricar modelos menos contaminantes. No todas cumplieron. Lo hemos descubierto gracias a Volkswagen.
Es el escándalo del año. La empresa automovilística germana, la más relevante de su país y una de las más importantes del planeta, modificó el software de sus automóviles diésel para que emitieran menos emisiones de las que realmente estaban emitiendo. Trucó sus propios coches para que, en apariencia, cumplieran los límites establecidos por los países. En la práctica no lo estaban haciendo. El fraude no sólo es económico: tiene serios riesgos para la salud de millones de personas.
Para Volkswagen, trucar las emisiones de sus coches era capital: los países cada vez imponen límites más estrictos para reducir la alta contaminación ambiental
¿Por qué era tan relevante para Volkswagen pasar los controles de emisión regulados por los estados? Porque de un tiempo a esta parte, regular la calidad del aire que respiramos es una de las prioridades tanto de los gobiernos como de diversas organizaciones internacionales. En el ojo del huracán se encuentran los coches diésel, aquellos que la empresa alemana trucó: emiten dióxido de nitrógeno (NO2), uno de los principales agentes contaminantes del aire, y precisamente uno ante el que los encargados de controlar la calidad del aire son más vigilantes.
En la Unión Europea, por ejemplo, las ciudades cuentan con límites a la cantidad de NO2 que sus ciudadanos pueden respirar diariamente. Está regulado por la directiva 2008/50. En ella, se estipula que ninguna ciudad debe superar una media anual los 40 microgramos de NO2 por metro cúbico de aire. Como se apunta en este reportaje de El Español, en el que se analizan las cifras de polución del aire de nuestras ciudades, tanto Madrid como Barcelona, las dos urbes más grandes del país, superan de forma repetida los niveles establecidos por la Unión Europea.
¿Cuántas muertes ha provocado Volkswagen?
Asma, enfermedades respiratorias, graves problemas para nuestros pulmones, bronquitis, mayor riesgo de infección para las personas vulnerables, etcétera. El listado de padecimientos ocasionados por el aire que respiramos es largo. La OMS no se limita a analizar los efectos del NO2, sino también del ozono, uno de los agentes más nocivos, el dióxido de azufre y las partículas finas. En este último caso, por ejemplo, ¿qué sucedería, según la OMS, si redujéramos la contaminación con partículas de 70 microgramos a 20? Una reducción del 15% en muertes relacionadas.
Como hemos visto, gran parte de los problemas que afrontan las ciudades vienen motivados por el elevado número de vehículos diésel. Son los más contaminantes. París, en su particular lucha contra su pésimo y muy nocivo aire, ha implantado una moratoria fechada en 2020. Se cree que de este modo se podrá reducir sustancialmente los efectos de sus emisiones en la salud de sus habitantes. Dadas las circunstancias, es lógico que tras destaparse el escándalo Volkswagen la gente comenzara a plantearse la siguiente pregunta: ¿cuántas muertes ha costado el fraude?
Extrapolando las emisiones extra de sus coches, el fraude de la empresa alemana habría provocado la muerte prematura de entre 70 y 400 personas en todo el mundo
Es complicado establecer vínculos directos entre los coches súpercontaminantes de Volkswagen y las personas fallecidas por culpa de la contaminación ambiental. Lo único que podemos establecer son relaciones numéricas: si los vehículos de la marca alemana contaminaban +X, es posible que el número de fallecimientos atribuibles a su fraude sea +Y. Es lo que hicieron en Vox. Resultado final: el fraude podría haber provocado la muerte prematura de entre 70 y 400 personas al año.
Por supuesto, sólo son estimaciones. Pero ponen de manifiesto algo: la preocupación por los niveles de contaminación del aire es cada vez más alta. The New York Times escribió una larga pieza exponiendo los problemas que muchos estados norteamericanos, como California (de los más contaminantes, y también el que cuenta con más automóviles diésel), están teniendo para reducir sus emisiones. Si el escándalo de Volkswagen es tan relevante (no sólo a nivel económico), es porque Estados Unidos ha comprobado que menos contaminación es igual a vidas más largas.
La referencia la marca la presidencia de Richard Nixon, cuando se aprobó la Clean Air Act. Desde entonces, las ciudades americanas son un poco más limpias. Siguen teniendo problemas de polución, pero han mejorado. ¿Resultado a largo plazo? Que áreas metropolitanas como Phoenix, Arizona, han logrado aumentar la esperanza de vida de sus habitantes en casi cuatro años. Una vez más, son estimaciones globales, pero indicativas de una mejora en las condiciones de vida de sus ciudadanos.
Eso sí, cuando París se comparaba a sí misma con Pekín, exageraba. Pocos países occidentales cuentan con niveles de contaminación semejantes a China. Según un reciente estudio, alrededor de 4.000 personas al día fallecen en el gigante asiático por problemas relacionados con su polución. Los motivos son varios, pero también influye la cercanía de las centrales térmicas y los núcleos industriales a las masificadas ciudades del país. Representa el 17% de la tasa de mortalidad de China. Es otro nivel, pero señalaba la alta preocupación que el problema despierta en París.
Las cifras de China, de hecho, sólo pueden ser comparadas al periodo más negro de la revolución industrial británica. En Londres y otros núcleos urbanos e industriales, los niveles de polución derivados de la quema constante de carbón tanto en las fábricas como en los hogares (calefacción) fueron la causa directa de un aumento sostenido de las muertes relacionadas con enfermedades respiratorias. Desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX, Londres vivió bajo una permanente niebla tóxica de la que no se ha librado hasta nuestros días. Y con grandes matices.
Europa y Estados Unidos ya han superado su fase del carbón, al contrario que China. Pero se enfrenta a problemas relacionados con los automóviles (muy especialmente con aquellos diésel). El escándalo de Volkswagen ha puesto en primer plano mediático, quizá como nunca antes, el enorme reto al que las grandes ciudades hacen frente. Quizá en el futuro veamos más urbes siguiendo el ejemplo de París. Lo que es seguro es que veremos coches menos contaminantes.
Imagen | Damián Bakarcic, Gaelx
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