Eso es lo que acaba de hacer Médicos sin Fronteras. Rechazar un millón de dosis de vacunas contra la neumonía que había puesto sobre la mesa la famosa farmacéutica norteamericana Pfizer.
La neumonía causa la muerte a un millón cuatrocientos mil niños al año; es decir, está detrás del 18% de todas las muertes de niños menores de 5 años del mundo. En muchos países en desarrollo es una auténtica epidemia que se repite cada año. Ante esta situación, ¿por qué rechazar un millón de vacunas gratis?
Contra la primera causa de muerte en la infancia
La principal arma contra el Streptococcus pneumoniae han sido las vacunas y lo seguirán siendo porque, en las últimas décadas, la resistencia de los neumococos a los antibióticos ha ido creciendo cada vez más. El problema fundamental es que la vacuna clásica solo era eficaz en adultos.
Por eso se desarrollaron varias vacunas conjugadas (vacunas que mediante la unión covalente con una proteína hace que sean inmunogénicas en menores de 2 años) que tuvieron un éxito importantísimo.
La aplicación masiva de la PCV7 (que cubría siete serotipos - algo así como "versiones" de la bacteria) redujo la incidencia de la neumonía de forma drástica. Pero, paralelamente, descubrieron que los serotipos no incluidos empezaban a creer (en España pasaron del 38 al 72%).
Por eso se desarrollaron nuevas vacunas, la más conocida hoy por hoy es la PCV13 (o Prevenar 13, su nombre comercial). Una vacuna que ha conseguido disminuir hasta el 88% las neumonías infantiles en Estados Unidos y que Médicos sin Fronteras acaba de rechazar.
¿Nos hemos vuelto todos locos?
Eso se preguntaba Sally Beatty, la portavoz de Pfizer en Estados Unidos al conocer la noticia. "Pfizer está comprometida con hacer accesibles las vacunas a cuanta gente sea posible, particularmente a aquellos que necesitan asistencia humanitaria", explico Beatty en The Atlantic. Y por eso mismo "estaba muy en desacuerdo" con la decisión de Médicos sin Fronteras que podría hacer pensar que "estas donaciones no tienen valor".
Jason Cone, director regional de MSF, explicaba que, aunque es indudable que esas vacunas podrían ayudar a mucha gente a corto plazo, si vemos la imagen completa causan más problemas que beneficios. Según la organización, no sólo la donación es insignificante ante un problema de esta escala, sino que este tipo de iniciativas se usan posteriormente como justificación para mantener los precios altos e impedir, por tanto, que otras organizaciones y estados puedan adquirirlas.
Es decir, Médicos sin Fronteras rechaza la donación porque el uso de ese millón de vacunas no tendrá un efecto real en el problema en su conjunto y, además, el coste de aceptarlo es "contribuir a legitimar un sistema que impide el acceso real de millones de personas a la vacuna".
Como explicaba Alain Alsahani, experto en vacunas de MSF, la organización no está contra las donaciones por sistema. Pero en este caso, la donación "no es una solución en ningún sentido de la expresión".
Economía de una vacuna
La dosis de Prevenar 13 cuesta en España 76,34€, por lo que el tratamiento de inmunización completo con todas sus dosis supera los 300 euros. Según MSF, en Marruecos cada dosis cuesta 63,70 dólares, en Francia 58,40 y en Estados Unidos llega a los 136. Hoy el precio del tratamiento es 68 veces más caro que en 2001, recién salida la PCV7.
Sin embargo, el precio para GAVI, un grupo de organizaciones públicas y privadas que trabaja estrechamente con agencias de la ONU, el precio es de un poco más de 9 dólares. Y, precisamente, esa es una de las demandas de MSF en los últimos años: que dejen a las organizaciones humanitarias unos precios similares a los que ya han aceptado. ¿Por qué no lo hacen? Nadie lo sabe.
Según la representante de Pfizer, "estamos explorando activamente un amplio número de nuevas opciones para permitir un mejor acceso a nuestras vacunas en contextos de crisis humanitaria". Como hemos visto en otras ocasiones, en el debate se mezclan criterios de rentabilidad de la investigación y desarrollo con argumentos puramente comerciales.
Y mientras tanto, las organizaciones humanitarias se encuentran en la tesitura de elegir entre colaborar con las campañas de relaciones públicas de las compañías que no bajan los precios o renunciar a ellas con el impacto negativo en sus pacientes. MSF se ha decidido por la segunda opción.
El problema, como casi siempre, son las patentes
La PCV13 está protegida por patentes. No es extraño. Pese a la tradicional opacidad de las cuentas de las farmacéuticas, los expertos estiman que esta vacuna es una de las mayores fuentes de ingresos de Pfizer y de los 13 mil millones de dólares en dividendos que repartieron el año pasado.
De hecho, no sólo está protegido el producto final, sino que la tecnología usada para producirlo también está protegida por múltiples patentes. Esto hace que los competidores tengan muy difícil generar análogos y competir en el mercado. Sin ir más lejos, SK Chemicals estuvo cerca de conseguirlo y fue demandado por Pfizer en 2015. No hace falta decir que nadie quiere ser demandado por un gigante del tamaño de Pfizer.
Este problema se repite en casi todas las vacunas nuevas. Son fabricadas solo por uno (o, a lo sumo, dos fabricantes) creando monopolios o duopolios que, como consecuencia adicional, generan un equilibrio entre las grandes farmacéuticas. No se trabaja en el mercado de los demás para que los demás no trabajen en el nuestro.
Como en el mundo del software y la tecnología, las patentes están suponiendo un desafío importante en el desarrollo normal de la ciencia y la biotecnología. El ejemplo más conocido es el genoma humano, cuyas "partes libres" generan un 30% más de innovaciones que las sujetas a patentes. Pero es algo que se repite en todos los campos de la ciencia. Algo que, cuando llegamos a la medicina, deja de ser una cuestión económica para convertirse en una humanitaria.
Imágenes | Carlos Reusser Monsalvez
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