Los investigadores han encontrado un grupo que con pocas horas no solo "funcionan", incluso ven mejoras en la salud. La genética es clave
Dormir es una obsesión inherente al ser humano. Tenemos pruebas: hemos desarrollado tres herramientas para dormir rápido, sabemos la mejor hora para irnos a la cama, e incluso tenemos una infinidad de trucos para descansar mejor. Sin embargo, y aunque durante mucho tiempo hemos escuchado que dormir, cuanto más, mejor para nuestra salud, no siempre es el caso. De hecho, este año descubrimos que quizás nos hemos pasado con el número de horas. Ahora también sabemos que, en ocasiones, dormir “menos” es incluso beneficioso.
Los que duermen poco. Lo contaban hace poco en Scientific American. La idea de que todos deben dormir entre 7 y 8/9 horas por noche se ha consolidado como un estándar, apoyado por investigaciones que vinculan la falta de sueño con problemas de salud como pérdida de memoria, enfermedades cardíacas, debilidad inmunológica y hasta demencia.
Sin embargo, los seres humanos no somos iguales. De hecho, hay un grupo reducido de personas, los conocidos como los "durmientes de sueños cortos naturales", que desafían esta norma. Estas personas, genéticamente predispuestas, necesitan solo entre cuatro y seis horas de sueño para mantenerse enérgicas y saludables, lo que ha llevado a los científicos a replantearse el concepto tradicional del sueño como una actividad uniforme.
La genética es clave. En investigaciones lideradas por Louis Ptáček y Ying-Hui Fu en la Universidad de California han identificado varias mutaciones genéticas responsables del fenómeno del sueño corto natural. Entre ellas, la mutación en el gen DEC2 fue la primera descubierta. Dicho gen regula la producción de orexina, una hormona que promueve la vigilia. En este grupo especial, los niveles de orexina son más altos, lo que les permite mantenerse despiertos y activos con menos sueño.
Posteriormente, se identificaron mutaciones en otros genes como ADRB1, relacionado con la regulación del sueño en el tronco cerebral, y NPSR1, que influye en el ciclo sueño-vigilia. Estas mutaciones no solo permiten dormir menos tiempo, sino que parecen proteger contra los efectos negativos de la privación de sueño, como la disminución de la memoria. De hecho, en experimentos con ratones modificados genéticamente se observó que estos animales dormían menos pero conservaban un rendimiento cognitivo normal, lo que sugiere que sus cerebros son más eficientes en consolidar la memoria y eliminar toxinas durante el sueño.
Beneficios únicos. Las personas con esta predisposición genética no solo se benefician de un descanso reducido, sino que también exhiben características inéditas. A saber: los estudios indican que suelen ser personas más enérgicas, resilientes al estrés, optimistas y con una mayor capacidad para tolerar el dolor.
Además, investigaciones preliminares sugieren que podrían tener una mayor longevidad debido a la eficiencia de sus procesos metabólicos y de limpieza cerebral, reduciendo la acumulación de proteínas tóxicas asociadas con enfermedades como el Alzheimer.
“Dormir bien”. Lo cierto es que el descubrimiento de este grupo desafía el modelo tradicional del sueño, basado en dos procesos: el ritmo circadiano, que regula los ciclos de sueño y vigilia a través de la luz, y la llamada homeostasis del sueño, que genera una presión acumulativa por dormir tras períodos de vigilia. Para explicar el fenómeno del sueño corto, los investigadores han propuesto un tercer factor, uno denominado "impulsividad conductual," que impulsa a estas personas a mantenerse activas incluso con un descanso limitado.
A este respecto, investigadores como Phyllis Zee han planteado que la eficiencia del sueño de este grupo podría deberse a un mayor tiempo en etapas de sueño profundo (ondas lentas), un metabolismo cerebral acelerado o quizás una mayor capacidad para eliminar desechos acumulados durante el día. En cualquier caso, todo son hipótesis que abren nuevas perspectivas para comprender y optimizar el sueño humano.
El futuro y aplicaciones. Es la última pata a tratar. Una vez que se ha reconocido la existencia de este grupo, su estudio tiene implicaciones profundas en la medicina del sueño y la salud pública. Comprender los mecanismos biológicos detrás de este fenómeno podría, por ejemplo, conducir a tratamientos para trastornos del sueño y al desarrollo de intervenciones que optimicen la calidad del sueño para la población general.
No solo eso. Hay experimentos recientes que han mostrado que estímulos acústicos, como el uso del denominado como "ruido rosa", pueden mejorar las ondas lentas del sueño profundo, potenciando la memoria y la recuperación cognitiva sin necesidad de alargar el tiempo de descanso.
Dicho esto, todavía no se comprende completamente cómo estas mutaciones logran hacer el sueño más eficiente. Investigadores como Ptáček y Fu continúan sus esfuerzos para medir la actividad cerebral del grupo y explorar cómo estas adaptaciones pueden proteger contra enfermedades relacionadas con el sueño. No es un tema baladí. En juego está, quizás, redefinir las fórmulas para descansar.
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