Ocho de cada diez estudiantes españoles han tenido que refrescarse o que utilizar ventiladores durante las clases. Es más, "tan solo el 16% del tiempo que pasan en las escuelas se encuentran en condiciones adecuadas". No son datos aislados: es la realidad de un país en el que la mayoría de escuelas fueron construidas antes de que existieran criterios de eficiencia energética.
Y eso, ahora que descubrimos que el calor no es solo una cuestión ambiental o de confort, sino también netamente educativa. Es un enorme problema.
¿Un problema educativo? Es lo que dicen los datos. Por ejemplo, en 2020 y tras analizar más de 13 años de exámenes y temperaturas en la ciudad de Nueva York, el profesor R. Jisung Park, de la Universidad de Pensilvania, llegó a una conclusión (quizás no tan) sorprendente: para alumnos con un nivel equivalente, hacer un examen a 32 grados suponía notas un 15% más bajas que hacerlo a 21 grados.
Eso se traducía en que (a 32 grados) había un 10,9% de posibilidades menos de aprobar la asignatura y un 2,5% menos de graduarse a tiempo. Si aterrizamos los porcentajes, nos encontramos con que, solo entre 1998 y 2011, se suspendieron 510.000 exámenes que no se habrían suspendido con mejores condiciones térmicas. Al menos 90.000 estudiantes se vieron afectados.
Y no es (ni mucho menos) un caso aislado. El mismo Jisung Park, junto a un equipo de la UCLA, indagaron en los datos en el ámbito de EEUU y descubrieron que era algo bastante establecido. Descubrieron que "sin aire acondicionado, un aumento de 0,55 grados centígrados durante el año escolar reduce el aprendizaje de ese año en un 1%". Además, eso explicaría hasta un 5% de la brecha de rendimiento entre estudiantes (porque, según descubrieron, el calor afecta más a las minorías).
"Distraídos, agitados y les cueste enfocarse". Esas palabras de otro de los investigadores de referencia internacional, Joshua Goodman, resumen bien el consenso científico.
¿Qué ocurre en España? "En la actualidad, España es uno de los países más afectados por el aumento de las temperaturas y las olas de calor dentro de la región Mediterránea", explicaba Dariya Ordanovich, del Instituto de Economía, Geografía y Demografía del CSIC. Según un estudio publicado hace unos meses, la población de España ha sido capaz de adaptarse de forma relativamente exitosa a las temperaturas extremas en los últimos años. Lo ha hecho, la mayoría de las veces, a pesar de las infraestructuras. Y el mejor ejemplo son los colegios.
Aunque cada vez está más claro que los picos de calor se van a hacer más frecuentes en los próximos años, el mensaje que se lanza desde las administraciones es que el "plan RENOVE" que necesitaríamos para climatizar los 30.000 centros educativos que hay en el país "es inasumible" y la respuesta se reduce, como denunciaba hace unas semanas la Confederación Andaluza de Asociaciones de Padres y Madres del Alumnado por la Educación Pública (Codapa), en repetir "un año tras otro los mismos planes de emergencia que no dan resultado".
Sálvese quién pueda. De hecho, en la misma Andalucía, los centros e institutos llevan años "adelantando la salida o dando clase en parques para paliar el calor". Es más, los que han instalado aire acondicionado lo han hecho (salvo alguna iniciativa municipal aislada) con el dinero del AMPA y los fondos propios del centro.
Es cierto que algunas administraciones autonómicas han anunciado la futura climatización de los centros, pero sin planes claros y concretos (o, directamente, desdiciéndose al poco tiempo). Tampoco avanzan las iniciativas para mejorar el aislamiento y el funcionamiento térmico de guarderías, colegios e institutos.
Lo único que empieza a "moverse" son regulaciones que permiten adaptar los horarios. Algo que tampoco es demasiado efectivo en un país donde el horario escolar intensivo es casi omnipresente.
¿A qué esperamos? Esa es la gran pregunta. Una pregunta que es crítica porque, aunque no hay estudios costo-efectivos en España, los que se han realizado en EEUU concluyen que las "estimaciones implican que los beneficios del aire acondicionado en las escuelas probablemente superen los costos [...] especialmente dado el cambio climático que se prevé para el futuro".
Es decir, que mientras España va camino de ser una sucursal del desierto del Sahara, el sistema educativo parece que no se ha enterado.
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