"Es otro recordatorio, que hemos hecho una y otra vez, de que las vacunas no reemplazan la necesidad de tomar otras precauciones". Con esas palabras, el secretario general de OMS, Tedros A. Ghebreyesus, hablaba de los repuntes que está viviendo la pandemia en Europa. Y llevaba razón. La cuestión nunca ha sido "vacunas u otras estrategias", sino "vacunas y otras estrategias".
Esa (y no otra) ha sido la posición de los epidemiólogos antes incluso de que tuviéramos vacunas disponibles. Sin embargo, el sorprendente éxito de éstas ha jugado en su contra. Hace solo unos días, Amós García Rojas (presidente de la Asociación Española de Vacunología y representante español del Comité Permanente de la OMS para Europa) decía en una entrevista en SINC que "les estamos pidiendo demasiado porque la pandemia nos ha costado demasiado [...] y por eso posiblemente les estamos pidiendo más de lo que nos pueden dar".
Las vacunas pueden hacer mucho, pero no pueden hacerlo todo
La idea de que las vacunas eran la llave de la vuelta a la normalidad ha sido una idea persistente a lo largo de los últimos meses. En buena medida porque es verdad. No obstante, la inminencia de la tercera dosis ante lo que parece un decaimiento progresivo de la eficacia de la vacuna (y el hecho de que en Europa tenemos vacunas disponibles para una tercera inyección) puede hacer que la "imagen" de las vacunas se vea perjudicada. Injustificadamente, de hecho.
En la entrevista que le hacía Sergio Ferrer al doctor García Rojas, este añadía más algo más a la frase de "le estamos pidiendo más de lo que nos pueden dar". El añadido era: "y mira que están dando". No debemos de olvidarlo: las vacunas no solo disminuyen radicalmente el riesgo de hospitalización y fallecimiento por COVID. También reducen el contagio y la capacidad de contagiar.
No tiene sentido esconder que tienen limitaciones y que, como estamos viendo, por sí solas no son capaces de erradicar el virus. Esto ya lo sabíamos y, precisamente por eso, no es algo que nos deba hacer perder la imagen de conjunto: sin vacunas, estaríamos avocados a confinamientos y restricciones como las del inicio de la pandemia hasta que la inmunidad natural consiguiera frenar las distintas oleadas. Eso está muy lejos de ser un escenario razonable.
A medida que los peores momentos de la pandemia se quedan en el pasado, los riesgos de sobredimensionar problemas coyunturales o limitados aumentan. Algo que, en este contexto, se traduce en creer que hemos sobredimensionado el papel de las vacunas. Y es un error por mucho que haya cada vez más voces que, bienintencionadamente, lo defiendan. Es posible que lo hayamos comunicado mal o que el entusiasmo haya invisibilizado los problemas a los que aún teníamos que hacer frente; pero hay suficiente evidencias para sostener que (pese a todo) el saldo es muy positivo. Tendremos que hacerlo mejor. El fin de la pandemia depende mucho de ello.
Imagen | Mufid Majnun
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