Thomas Ebeyer y su novia llegaron a su casa de Waterloo en Ontario (Canadá) tras cenar con una amiga que no habían visto en casi un año. Mientras se ponían el pijama, ella comentó que su amiga llevaba la misma ropa que había usado la última vez que se habían visto y él preguntó que cómo era capaz de recordar ese tipo de cosas un año después.
“Ya sabes, tengo una imagen muy clara de aquello en mi mente”, respondió. Aquello le cambió la vida Ebeyer: tenía 25 años, pero aquella noche, por primera vez, se dio cuenta de que, a diferencia del resto de personas de su entorno, era incapaz de tener imágenes mentales.
La audacia de (la falta de) imaginación
Unos años después, un amigo le mandó un correo con un enlace a un artículo de Carl Zimmer. En él, hablaban de MX, un inspector de edificios de 65 años, que tras un procedimiento quirúrgico menor, había perdido la capacidad de visualizar objetos. Alarmado visitó muchos médicos, pero ninguno encontró el problema hasta que en 2005 llegó al despacho de Adam Zeman, neurólogo de la Facultad de Medicina de la Universidad de Exeter.
Zeman removió todos los manuales de neurología que encontró, pero no encontró nada. Sin embargo, era un caso demasiado fascinante. Durante décadas habíamos estado discutiendo sobre cómo funcionaban las imágenes mentales y qué papel jugaban en la cognición general. La respuesta a esa pregunta estaba ahí, sentada en su despacho.
Las imágenes mentales han sido un tema controvertido en psicología y neurociencia. Muchos investigadores pensaban que este tipo de imágenes eran fundamentales en la cognición. Kosslyn (2004), por ejemplo, sostenía que “las imágenes mentales son funcionalmente similares (pero no idéntica) a la percepción”. De esa forma ver algo e imaginarlo son procesos parecidos y si podemos responder a las preguntas sobre las cosas, es en la medida en que podemos imaginar esas cosas (y recuperar esos detalles).
Buscando una respuesta
Zeman convenció a MX para que se sometiera a serie de pruebas médicas y neuropsicológicas que ayudaran a esclarecer el problema. Siguiendo teorías como la de Kosslyn, los problemas se harían evidentes rápidamente. Sin embargo, todos los resultados eran normales para un hombre de su edad: lo único raro era eso, que no podía generar imágenes mentales.
Ante esto, Zeman se planteó que era posible que lo que hubiera perdido MX fuera la "experiencia subjetiva" de experimentar esas imágenes, pero que los procesos siguieran ahí. Pero no parecía razonable porque, ante tareas diseñadas para dificultar la generación de imágenes mentales, MX respondía mejor que el resto.
Además, el equipo de Exeter decidió escanear su cerebro mientras realizaba tareas (relativamente) normales. Se dieron cuenta de que MX era capaz de reconocer caras de famosos y que, mientras lo hacía, las partes de su cerebro que se activaban eran las mismas que las de una persona normal. Pero cuando se le pedía que imaginara esas caras, las partes que debería de activarse no lo hacían.
Curiosamente, contra las teorías de Kosslyn, eso no le impedía responder preguntas que, a priori, requerirían esa capacidad de visualización mental. Por ejemplo, era capaz de decir el color de los ojos de Tony Blair o decir que letras tenían colas bajas (g, j o q). Las investigaciones posteriores lo han confirmado.
Hay más formas de mirar el mundo de las que podríamos imaginar
Ebeyer escribió a Zimmer y, para su sorpresa, se dio cuenta de que no estaba solo. Le estaban llegando correos a decenas. Así que el periodista, recogió todos esos correos y se los envió a Zeman. Él y su equipo habían encontrado más casos.
Parecía que la "afantasia", como la llamaron, era algo más común de lo que parecía. Sobre todo, porque todos ellos parecían describir una misma ‘patología’ subyacente y desconocida hasta el momento. Una que nos iba a enseñar muchas cosas sobre el universo, pero sobre todo una de esas que nos “persuaden de que existen muchas formas de experimentar la vida que son radicalmente diferentes a las nuestras”.
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