Año 1997. La telefonía móvil, que llevaba en torno a un lustro de incipiente vida comercial, estaba dominada a nivel mundial por una empresa estadounidense (Motorola), una finlandesa (Nokia), una japonesa (Sony) y ya a cierta distancia otra japonesa (NEC) y una alemana como quinta en discordia, Siemens. El paso del tiempo fue cambiando el ranking, que hoy queda compuesto por una surcoreana liderando (Samsung), una estadounidense (Apple) y tres chinas al acecho: Xiaomi, Huawei y Oppo. Cero europeas.
Japón, que hace mucho perdió la supremacía tecnológica que ostentó en los ochenta y noventa, también ha salido del top 5 sin compasión. Sony y NEC corrieron distinta suerte aunque ninguna volvió igualmente, y otras marcas niponas tampoco han logrado encaramarse a la relevancia global en este tiempo. Fujitsu / Toshiba, Panasonic, Sharp, Kyocera, NTT DoCoMo. Ninguno se ha acercado a lo conseguido por otras empresas asiáticas de China, Taiwan o Corea del Sur.
Naufragios CE
Si negativa es la trayectoria de un país de 125 millones de habitantes, quizás peor es la de una comunidad de 450 millones. La Unión Europea, que tuvo una presencia muy fuerte durante lustros: la finlandesa Nokia, que rozó cuotas de mercado del 50%, naufragó fruto de malas decisiones y peores adquisiciones, y hoy sobrevive bajo el paraguas de HMD Global lejos de sus días de vino y rosas.
Siemens, excelencia alemana que bautizaba a sus teléfonos con un esquema de nombres como los de Mercedes-Benz y llegó a ser la aspiración en diseño, también dejó un historial bajista con operaciones que salieron pésimas, como la de BenQ. Otra desaparición.
Ericsson también un papel relevante. Primero se fusionó con Sony para su negocio móvil y desde 2012, con esa unión rota, ya no hay más Ericsson. Fin de la presencia sueca en el elenco de fabricantes. Algo al sur, en Países Bajos, estaba Philips, que tenía ingredientes para el éxito y cierta presencia a principios de siglo a los que no supo dar continuidad. Y así ya pasamos a marcas que lo intentaron, pero no tuvieron esa gran presencia internacional.
También entre tulipanes nació Fairphone con la intención de convertirse en el fabricante ético. Sus buenas intenciones no han sido suficiente para hacerse un hueco en la industria.
En España tenemos un ejemplo de cada clase. Vitelcom fabricaba teléfonos desde Campanillas (Málaga) y llegó a montar cinco millones de unidades en su mejor año. Eso fue antes de que Telefónica, que les salvó de una muerte segura por una demanda de Nokia por violar sus patentes, decidiese prescindir de la compra de sus terminales. Vitelcom fue creada casi a medida de Telefónica, así que su muerte fue inevitable.
Como final tan triste o más que el de Vitelcom, aunque con una agonía mucho más larga, quedó la de BQ y su muerte a cámara lenta. La empresa de Las Rozas que llegó a poner en aprietos a actores globales implosionó y se puso fin al sueño de tener un fabricante español exitoso. Menos lustrosa fue la historia de Geeksphone, con cierto mérito pero cerrada desde 2015.
También hay marcas que parecía que iban a lograr algo más, pero no. Caso de la británica Vertu, que tras fabricar muchas horteradas obsoletas acabó en la bancarrota. O de la también británica Kazam, que por sus fundadores, exempleados de HTC en su momento álgido, parecía que lograría algo. Tampoco.
Doble eje
El punto de inflexión estuvo, sobre todo, en el momento en que Internet empezó a estar disponible en las redes móviles. Las operadoras europeas se centraron en aislar a sus clientes para que su experiencia se limitase a los portales de navegación privados que cada una poseía. El estándar i-mode japonés fue incorporado por varios operadores europeos con este fin y el escaso éxito mostrado en estos entornos provocó escasos retornos de las gigantes inversiones en licencias 3G que se acabaron llevando las siguientes inversiones a otras latitudes.
Por supuesto, la culpa no la tienen solo las operadoras y las propietarios de las redes de telecomunicaciones. Nokia, como líder absoluto, también cometió varias decisiones que le costaron caro. Ya no solo enrocarse en Symbian (nunca sabremos si hubiese tenido éxito compitiendo usando Android), sino quizás también no haber sabido evolucionar Symbian a lo que el mercado demandaba. También hubo movimientos financieros que salieron mal.
Compró Navteq por 6.500 millones de euros en el año en que nació el iPhone para ofrecer servicios de navegación de pago. Tres años después anunció que esos servicios serían gratuitos para ganar atractivo ante el público. Regalando así la propiedad intelectual que le había costado esos 6.500 millones.
Sony-Ericsson, medio europea, también logró notoriedad a mediados de la primera década, sobre todo con sus tecnologías de cámara y de reproducción multimedia usando la marca Walkman. Tampoco supo evolucionar su interfaz a lo que empezaba a ser costumbre en la era del iPhone y Android.
Después del smartphone llegaron los relojes inteligentes como siguiente gran fenómeno donde quizás algún europeo pudiese llevarse una parte del pastel. Los ojos estaban puestos en la industria relojera suiza, pensando que quizás su enorme tradición y conocimiento en horología podría influir en este nuevo mercado. Tampoco fue así. O no lo suficiente.
Y así llegamos al período actual. El know how europeo y su innovación, el poder que dio a la región la adopción del GSM en los años ochenta, aupando a toda su industria, quedó rezagado. Hasta los sistemas operativos que han triunfado, iOS y Android, llevan ambos el sello de Made in the USA.
La Unión Europea se quedó atrás en el 4G, es completamente dependiente de otros en el 5G y la ventaja competitiva que tenía en conectividad también se evaporó. Las grandes plataformas y tecnológicas de esta era (Apple, Meta, Google, Amazon, Microsoft, AliBaba, Tencent, TSMC...) quedan a ambos lados del mapa. Incluso empresas que siguen siendo relevantes en las telecomunicaciones, como Nokia y Ericsson, tienen la desventaja de competir en inferioridad respecto a rivales de China y Corea del Sur, más baratas.
Tras tantos años con ninguna esperanza, ahora hay una, pequeña, paradójicamente se llama Nothing, y está llamada a ocupar el espacio que en 2013 conquistó OnePlus: entusiastas de la tecnología que aprecian las bondades de una propuesta diferente. Tras unos auriculares más que llamativos, su primer teléfono debutará este 12 de julio. Veremos si la marca de Carl Pei consigue reverdecer los laureles europeos de la industria móvil o se queda en otro loable intento incapaz de competir contra Samsung, Apple y las distintas chinas que han arrasado con todos los demás.
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