La mayor ambición de la fotografía durante muchas décadas fue retratar escenas con la mayor fidelidad posible. Detalles, sombras, desenfoques que buscaban imitar al efecto óptico natural. En algún punto se volvió creativa en algunos ámbitos, pero los últimos años de la fotografía móvil (¿o deberíamos decir 'fotografía computacional?) esto se nos fue de las manos.
La fotografía ha pasado a querer impresionar. O a nosotros mismos, o a quienes las verán en nuestro feed de Instagram. Incluso los fabricantes tratan de impactar a posibles compradores con esas fotografías llevadas al extremo como parte de su marketing. Los móviles ya convierten la noche en día, saturan paisajes y crean una versión dulcificada de nuestro rostro para que por un momento olvidemos que nuestro rostro también es imperfecto y tiene arrugas, lunares, granos o una textura que definitivamente no es la de Nicole Kidman.
El modo Night Sight de los Google Pixel fue uno de los grandes síntomas de un cambio de tendencia que ya venía de lejos. Ni siquiera fue el primer modo en llegar con una propuesta similar, pero sí fue el más impresionante y quien marcó el rumbo en la industria.
La Inteligencia Artificial no llegó para que nuestras fotos retratasen de forma más fiel y clara lo que ve nuestro ojo, sino para impresionar con resultados llamativos. Un paisaje urbano nocturno de noche debería verse nítido y con claridad para ser fiel a la realidad, no tener un cielo de color gris claro y una atmósfera que emule a la de las siete de la tarde de un día nublado. Por supuesto, lo que ha triunfado ha sido lo segundo, no lo primero, terreno de las cámaras tradicionales.
Anna Martí, la redactora de Xataka que lleva publicados centenares de análisis de teléfonos móviles, apunta un aspecto interesante: "Este fenómeno lleva años en auge, aunque ahora se aprecia sobre todo en la gama media. Ahí el comprador no busca la mejor cámara, sino algo que le dé fotos muy vistosas y sea más barato. Son productos con cámaras centradas en hacer fotos que se publicarán en redes sociales, por eso los fabricantes han ido a por fotos bastante saturadas, más que realistas".
Esto no es necesariamente malo, simplemente ocurre. Es más: resulta razonable que personas que no quieren gastar demasiado dinero en un terminal no le pidan recreación fiel a un sensor que no puede acercarse a ello por su techo presupuestario. Algunos ejemplos de móviles cuyas reseñas de esta casa comentaban su excesiva saturación (el truco más elemental para hacerlas más llamativas): Honor 8X, Huawei Mate 20, P20 Pro, Galaxy S20...
Vivir en minoría forja la personalidad, y esto lo saben bien los fotógrafos que siguen disparando con sus cámaras tradicionales, que ya se venden en relación inferior a 1 por cada 100 smartphones comercializados. Y la brecha sigue creciendo. Simplemente la inmensa mayoría de la gente se conforma con disparar con su smartphone... y sus a menudo irreales resultados.
Insisto: esto no es malo per se. La llegada de mejores sensores, mejoras de software e Inteligencia Artificial a los móviles nos permite obtener resultados bárbaros para ciertos tipos de fotografía y en un dispositivo que cabe en nuestro bolsillo. El problema, para quien lo considere como tal, es que nos vamos habituando a ver cielos exagedaramente azules, árboles que parecen iluminados por focos o noches convertidas en atardeceres luminosos. El propósito de la fotografía no siempre es captar la realidad, pero a veces no hay alternativa a los resultados forzosamente impactantes. Aunque no parece que el mercado busque alternativas. Más bien está encantado con ello.
Esto se puede llevar muchísimo más allá si hablamos del modo belleza en las selfies, pero ese es otro tema.
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