Los años diez en la tecnología de consumo estuvieron marcados por el auge —y posterior normalización— del smartphone, esencial en nuestras vidas de la noche a la mañana. Para potenciar sus ventas y distinguirse de competidores, los fabricantes fueron utilizando distintos elementos. Desde la carrera de los megapíxeles hasta las pulgadas de pantalla pasando por los miliamperios/hora de las baterías. En los últimos años, la batalla se libra en esas mismas baterías. Pero no dentro, sino en la puerta. En la velocidad de su carga rápida.
Oppo ya lleva tiempo levantando mancuernas en este terreno y aprovechó el MWC 2022 para sacar músculo con una carga extremadamente rápida, 240 vatios como evolución de su tecnología SuperVOOC. Algo antes, Realme hizo un anuncio similar llegando a los 150 vatios. A finales de año, el Xiaomi Redmi Note 12 Pro+ en su edición Explorer alcanzó los 210W. Récord mundial y potencia similar a la de una olla Crockpot.
Seguridad...
Oppo completó este lanzamiento con un tranquilizador anuncio, el de BHE (Battery Health Engine, motor de salud de la batería), el sistema que utiliza inteligencia artificial para monitorizar la alimentación del teléfono y los patrones de uso y carga de cara a poder alargar su vida útil. Hasta duplicándola, según la empresa.
La simultaneidad de estos anuncios no fue baladí. Tras la carga rápida a niveles extenuantes (el mercado se ha movido hacia cargar el máximo posible en muy pocos minutos) se esconde un peligro para la longevidad de esas baterías. Y en un mercado que también se ha movido hacia componentes soldados no intercambiables, eso es un problema para todo el dispositivo.
La carga rápida aumenta el calor y el estrés de los componentes, ambos enemigos de la electrónica (aunque hay quien está evitando al menos el aumento de temperatura). ¿De una forma dramática? Ni mucho menos. Pero es inevitable, al menos a día de hoy. Las baterías de iones de litio llevan siendo esencialmente las mismas desde hace muchos años, las mejoras que han traído mayores autonomías (o la misma autonomía haciendo muchas más cosas y alimentando hardware de mayor demanda) han pasado por la eficiencia de los procesadores y las mejoras de la gestión por software de los ciclos de carga, como la carga optimizada, que parte de la premisa de que las baterías están sometidas a un mayor estrés en los extremos de su capacidad, así que lo ideal es mantenerlas siempre que sea posible entre el 20% y el 80%.
Esa gestión por software es la que hace que este daño sea mucho menor ahora que hace unos años. Y es la que hace confiables los sistemas de carga rápida actuales, si bien es recomendable no abusar de ellos. Dicho de otro modo: no acostumbrarnos a cargar de forma ultrarrápida nuestro teléfono de forma cotidiana, sino tener ese cargador como una opción para los clásicos casos de llegar a casa con un 10% y tener el tiempo justo para una ducha antes de volver a salir. O estar de viaje y apenas tener veinte minutos de espera en un aeropuerto antes de tener que volver a partir. En esas ocasiones la carga ultrarrápida es sacramental.
...y longevidad
Las actitudes domésticas ante la tecnología de consumo tienen mucho de pendular. Hace quince años eran habituales ciertos temores ("¿debería dejar el cargador puesto durante doce horas en el móvil que acabo de estrenar? ¿Debería desenchufar el cargador de inmediato en cuanto la batería llegue al 100%?") que dieron paso a cierta despreocupación e improvisación que se consolidó con el auge de la carga inalámbrica. Ahora vuelven ciertos temores, especialmente cuando eso de cargar el 100% de la batería en quince minutos nos genera recelos.
Oppo ha integrado un chip de control que regula voltaje, corriente y temperatura, además de proteger el terminal de altas temperaturas con trece sensores repartidos por su chasis. Un principio similar siguen las baterías de Xiaomi, que prometió que incluso cargándolas a 120 vatios resistirían hasta 800 ciclos de carga manteniendo el 80% de su capacidad original. Las cifras actuales de Oppo prometen exactamente el doble de ciclos en el recién estrenado Find X5.
No está nada mal que tras la guerra del voltaje para la carga ultrarrápida llegue la guerra por la seguridad a largo plazo y por la preservación de la batería tras muchos ciclos. Y nos da motivos para poder usar esta tecnología algo más tranquilos. Aunque siempre será mejor idea limitarla a los escenarios donde realmente sea útil, porque las investigaciones recientes insisten: para una menor degradación, mejor cargas lentas.
Lo cual tiene otro matiz: si queremos una batería que soporte carga rápida, el separador entre cátodo y ánodo deberá ser más grande, dejando menos espacio físico para su capacidad. Es decir, para sus miliamperios. Carga rápida equivale a menor capacidad.
Y también está el hecho de lo que nos duran los smartphones. Independientemente de consideraciones económicas o ambientales, que tienen otra conversación, la mayoría de los terminales son reemplazados entre dos y tres años después de ser comprados, algo que aumenta el sentido de usar esta carga ultrarrápida sin muchos temores. Cuestión diferente es para quien estima en cinco o seis años la vida útil que dará a su teléfono. En ese caso, ni las mejores intenciones de Xiaomi, Oppo, OnePlus o quien sea podrán evitar la degradación de sus baterías. Aunque podemos retrasar el sufrimiento evitando directamente la carga rápida. Pero también hay que vivir.
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Imagen destacada | Onur Binay en Unsplash.
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