El «modo oscuro» está de moda. El número de aplicaciones que lo están incorporando no deja de crecer, y, sin embargo, esta prestación provoca que los usuarios nos planteemos dudas muy razonables. ¿Es realmente bueno para nuestros ojos utilizarlo cuando se acerca la noche y hay poca luz ambiental? ¿Puede ayudarnos a dormir mejor si lo usamos durante las últimas horas del día? ¿Tiene algún impacto beneficioso en la autonomía de nuestros dispositivos?
El propósito de este artículo es dar una respuesta lo mejor fundamentada y lo más objetiva posible a estas preguntas sin dejarnos llevar por los mitos que circulan por Internet acerca de este modo. Al fin y al cabo es un recurso que está al alcance de buena parte de nuestros dispositivos, como ordenadores, smartphones o tablets, por lo que, si es cierto lo que nos «venden» algunas marcas, podría tener un impacto relativamente profundo tanto en nuestra salud como en la autonomía de los equipos que utilizamos todos los días. Veamos si el modo oscuro es para tanto. O no.
Las estrategias del modo oscuro
Durante los últimos meses muchos fabricantes de hardware y desarrolladores de software han introducido este modo de funcionamiento en sus propuestas. En septiembre de 2018 llegó a macOS, y también podemos encontrarlo en apps y servicios tan populares como Instagram, YouTube, Slack o la mayor parte de las aplicaciones de Google, entre otras herramientas. Incluso lo están desplegando paulatinamente en Facebook y se espera que esté disponible oficialmente para WhatsApp en breve. Ante este panorama es inevitable preguntarse cuál es la razón por la que tantas marcas se están sumando a esta moda, si es que es realmente una moda.
El modo oscuro modifica los colores predominantes en la interfaz de las aplicaciones para conseguir que la pantalla proyecte hacia nuestros ojos una cantidad de luz sensiblemente inferior a la habitual
Y es que no podemos descartar la posibilidad de que el modo oscuro realmente tenga un impacto tangible en nuestra experiencia. El propósito de este artículo, como hemos visto, es comprobarlo, y una forma de encarar este objetivo pasa por conocer qué efecto tiene en nuestros dispositivos cuando nos animamos a activarlo. El más evidente, y el que todas las marcas implementan, consiste en modificar los colores predominantes en la interfaz de las aplicaciones para conseguir que la pantalla proyecte hacia nuestros ojos una cantidad de luz sensiblemente inferior a la habitual. Una manera eficaz de llevarlo a cabo pasa por asignar al fondo de la interfaz el color negro, o bien un tono gris notablemente más apagado que el blanco casi «nuclear» que por defecto utilizan muchas aplicaciones.
El cambio del color de fondo suele ir acompañado por la modificación de los colores utilizados en las barras de menú, las fuentes por defecto y en otros elementos gráficos de la interfaz, pero, estén o no presentes estas modificaciones, siempre persiguen un mismo propósito: reducir la cantidad de luz que las pantallas de nuestros dispositivos proyectan hacia nuestros ojos. Curiosamente, algunas aplicaciones recurren también a una segunda estrategia que pretende ir aún un paso más allá en el propósito de incrementar nuestro confort visual en aquella franja horaria en la que la luz ambiental puede escasear: actúan sobre la temperatura de color.
Una de las plataformas que ha implementado esta prestación y que pone en las manos de los usuarios cierto margen de maniobra es macOS. Y es que el sistema operativo que gobierna los ordenadores de Apple nos permite desde la actualización a la revisión 10.14 Mojave de septiembre de 2018 manipular la temperatura de color de la interfaz de usuario, proponiéndonos que utilicemos tonos más cálidos a medida que la luz diurna comienza a escasear y se acerca nuestro periodo natural de sueño. Poco después, en octubre de 2018, Microsoft introdujo en Windows 10 una medida similar que también nos permite activar el modo oscuro, y que se vio respaldada por la implementación de esta misma prestación tanto en Office como en Edge.
Analizamos su impacto en la autonomía de nuestros dispositivos
Más adelante en este mismo artículo indagaremos en la influencia que tiene el modo oscuro en la salud de nuestros ojos y la calidad de nuestro sueño, con todo lo que esto conlleva, pero no es lo único en lo que nos hemos propuesto profundizar en este reportaje. También nos parece muy interesante descubrir si tiene algún impacto beneficioso en la autonomía de nuestros dispositivos, y la mejor forma de averiguarlo no es otra que ponerlo a prueba, así que es lo que hemos hecho.
Durante nuestros tests hemos utilizado cuatro dispositivos similares a los que muchos de nosotros usamos habitualmente: un smartphone Samsung Galaxy S7 Edge con pantalla AMOLED, un ordenador de sobremesa iMac de Apple con pantalla LCD IPS LED de 27 pulgadas, un ordenador portátil MacBook Pro de Apple con pantalla LCD IPS LED de 15,4 pulgadas y un iPad de Apple con pantalla LCD IPS LED de 9,7 pulgadas. Como cabe esperar, el tipo de panel utilizado en la pantalla de cada dispositivo condiciona claramente el impacto que el modo oscuro tiene en la autonomía, por lo que es importante que reparemos en que los dos ordenadores y el tablet incorporan un panel LCD de tipo IPS con retroiluminación LED, y el smartphone recurre a un panel AMOLED.
Para llevar a cabo las pruebas en todos los dispositivos en igualdad de condiciones puse de forma manual la entrega de brillo del panel al máximo y utilicé el modo oscuro implementado recientemente en la app Slack, que está disponible tanto a través del navegador como en iOS y Android. Un apunte que quizá os resulte curioso: esta es la herramienta de comunicación que utilizamos todos los días los editores de Xataka para coordinarnos y discutir los temas que preparamos para la publicación. Durante la prueba cada uno de los dispositivos ejecutó únicamente Slack, por lo que evité utilizarlo para ninguna otra cosa. Además, desactivé la suspensión automática con el propósito de evitar que este recurso alterase el resultado de la medición.
Lo primero que hice para ir abriendo boca fue medir el consumo del ordenador de sobremesa con un vatímetro digital tanto al activar el modo oscuro como al desactivarlo. Al habilitarlo el consumo se estabilizó alrededor de los 148 vatios, y al desactivarlo se afianzó en torno a los 152 vatios. La diferencia, como podéis ver, es mínima, así que decidí hacer una prueba más: medí su consumo con el brillo de la pantalla al mínimo. En esta ocasión el vatímetro arrojó una cifra muy inferior a las dos anteriores, como cabía esperar: 58 vatios.
Como acabamos de ver, la entrega de brillo de la pantalla tiene un impacto enorme en el consumo, pero ante una misma capacidad de entrega de luz el modo oscuro no parece tener una influencia importante en el consumo de los paneles LCD. En cualquier caso, aunque era lo que esperaba, esta era solo una observación preliminar, por lo que decidí seguir adelante con las pruebas, pero esta vez utilizando los dispositivos equipados con una batería: el ordenador portátil, el tablet y el smartphone. La tabla que tenéis debajo de estas líneas recoge el resultado de las pruebas de autonomía efectuadas en las mismas condiciones que he descrito dos párrafos más arriba.
Pruebas de autonomía | Sin modo oscuro | Con modo oscuro |
---|---|---|
Samsung Galaxy S7 Edge (panel AMOLED) | 7 horas y 19 minutos | 11 horas y 34 minutos |
Apple iPad (4ª generación) con pantalla Retina (panel LCD IPS LED) | 4 horas y 34 minutos | 4 horas y 37 minutos |
Apple MacBook Pro (finales de 2013) con pantalla Retina (panel LCD IPS LED) | 6 horas y 2 minutos | 7 horas y 4 minutos |
El resultado de las pruebas no deja lugar a dudas: el modo oscuro tiene un impacto claro en el consumo de los paneles AMOLED y mucho más discreto en el de los paneles LCD. La autonomía del tablet apenas varió unos pocos minutos al habilitarlo. La del ordenador portátil sí se vio incrementada alrededor de un 15%, pero esta cifra palidece ante el incremento de la autonomía que experimentó el smartphone: nada menos que un valor cercano al 60%. Ahí es nada. Es evidente que el tipo de panel utilizado en estos dispositivos condiciona claramente la influencia que tiene el modo oscuro en la autonomía.
Para entender este comportamiento solo tenemos que recordar cómo funcionan los paneles OLED (y sus derivados, como AMOLED) y los de tipo LCD. Cada una de las celdillas autoemisivas de los primeros, que son los que utilizan diodos orgánicos, tiene la capacidad de emitir en un instante determinado un nivel concreto de luz, y también la de dejar de hacerlo. Esta habilidad es la responsable de la relación de contraste infinita que tienen los paneles OLED, pero tiene una consecuencia adicional: cuando una de las celdas del panel deja de emitir luz con el propósito de restituir el color negro su consumo se reduce a un valor mínimo. Esto significa que el consumo de cada píxel es proporcional a la intensidad de la luz que emite, por lo que es fácil intuir que una pantalla OLED que tiene muchos píxeles en negro consume menos que ese mismo panel con buena parte de esas celdas de la matriz emitiendo luz para reproducir colores que requieren una mayor entrega de brillo.
El funcionamiento de los paneles LCD que incorporan muchos de nuestros dispositivos es, sin embargo, muy diferente. Los diodos inorgánicos que utilizan estas matrices no son capaces de emitir su propia luz, por lo que es necesario que se apoyen en una fuente de luz adicional, que casi siempre es una matriz de diodos LED. Existen varias estrategias que nos permiten controlar la cantidad de luz que deja pasar cada una de las celdillas del panel LCD a través de sí misma. De hecho, esta es la diferencia fundamental que existe entre los paneles IPS, VA y TN, que son los más usados en los dispositivos LCD, y la razón por la que estas tecnologías difieren sensiblemente si nos ceñimos a parámetros tan relevantes como son su contraste nativo, ángulo de visión o relativa inmunidad a las fugas de luz.
Un apunte interesante que nos interesa recordar es que cada una de las celdas de un panel LCD no tiene asociado un único diodo LED. Cada uno de ellos proporciona la luz que necesitan un conjunto de píxeles del panel, y, por muy sofistacada que sea la tecnología de atenuación de la retroiluminación utilizada, es evidente que no existe una relación tan sólida entre el nivel de luz que entrega cada píxel del panel y su consumo como sucede en los paneles OLED. Si atenuamos al máximo la luz que entrega uno de los diodos LED de un panel LCD estaremos privando de luz a un conjunto de píxeles de la matriz, y esto no siempre es factible, por lo que esta circunstancia es poco probable. Este comportamiento explica por qué un televisor OLED consume menos que uno LCD del mismo tamaño cuando ambos reproducen el mismo contenido. Y también por qué el modo oscuro nos ayuda a dilatar la autonomía de nuestros dispositivos con panel OLED, pero no tanto la de aquellos con pantalla LCD.
El modo oscuro y su impacto en la fatiga visual y el sueño
Para indagar en la influencia que ejerce esta modalidad de uso en nuestro bienestar visual nos viene de perlas repasar brevemente cuál es la función que tienen dos de las estructuras más importantes de nuestros ojos: la retina y la pupila. Como todos sabemos, esta última es un orificio circular situado en el centro del iris y con un diámetro variable que se responsabiliza de controlar la cantidad de luz que entra en el interior del globo ocular. De manipular su tamaño se encargan dos músculos que consiguen cerrarla o dilatarla dependiendo de la cantidad de luz que haya en nuestro entorno. Si la luz abunda la pupila se contrae, y si escasea, se dilata.
El rol de la retina es muy diferente. Y es que es un tejido formado por varias capas superpuestas de células nerviosas que tienen una estructura muy compleja. Está alojada en la superficie interior del globo ocular y tiene una función similar a la de la película en las cámaras fotográficas analógicas o el sensor de las cámaras digitales: recoger la luz que incide sobre su superficie. Cuando los fotones colisionan con la capa más superficial de la retina desencadenan una serie de estímulos y procesos electroquímicos en las capas más internas de esta estructura que tienen como objetivo generar los impulsos nerviosos que viajarán hasta nuestro cerebro a través del nervio óptico.
Nuestro cerebro es el órgano responsable de interpretar la información que le envía la retina, por lo que es capaz de utilizarla para reconstruir las imágenes que tenemos ante nosotros. Si volvemos a recurrir a nuestra analogía con las cámaras de fotos digitales el componente electrónico que desempeña esta misma función es el procesador de imagen. Ahora que hemos repasado para qué sirven la pupila y la retina podemos seguir adelante describiendo qué sucede cuando nos encontramos en un espacio con muy poca luz ambiental.
Si la cantidad de luz que recoge nuestra retina es muy escasa nuestro cerebro no tendrá suficiente información para identificar la forma, el color y el volumen de los objetos. Por esta razón, en estas circunstancias el músculo dilatador de la pupila entra en acción para incrementar el diámetro de esta abertura y conseguir que entre una cantidad mayor de luz en el interior del globo ocular. Puede que aun así la luz sea insuficiente para que podamos ver nuestro entorno con claridad, pero esta estrategia es la ideal cuando lo que necesitamos es sacar el máximo partido a nuestro sistema visual.
Si colocamos en el interior de un espacio con muy poca luz ambiental una fuente de luz puntual con una intensidad relativamente elevada, como, por ejemplo, la pantalla de un teléfono móvil o un ordenador, seremos víctimas de un fenómeno con el que todos estamos familiarizados: el deslumbramiento. En estas circunstancias las pupilas de nuestros ojos se habrán dilatado para recoger la máxima luz posible, de manera que cuando dirijamos nuestra mirada hacia la pantalla se encontrarán con un torrente de fotones que sobreestimularán nuestra retina. Esto a su vez provocará que el nervio óptico transporte hasta nuestro cerebro una serie de impulsos nerviosos con una intensidad mayor que la que se da en circunstancias normales.
El deslumbramiento somete a nuestro sistema visual a un estrés que, si se prolonga, puede llegar a producirnos molestias oculares y dolor de cabeza
Cuando se produce este fenómeno, que es lo que todos conocemos como deslumbramiento, nuestro sistema visual se encuentra sometido a un estrés de cierta intensidad. Cuando conducimos de noche y un coche que circula en sentido contrario nos deslumbra la fatiga adicional a la que es sometido nuestro sistema visual dura un instante, pero si utilizamos una pantalla en un espacio poco iluminado durante varios minutos, o, lo que es peor, durante decenas de minutos, ese estrés se prolonga en el tiempo y puede llegar a producirnos molestias oculares, e, incluso, dolor de cabeza ocasionado por la sobreestimulación a la que se ve sometido nuestro sistema visual, en el que, como hemos visto, está involucrado nuestro cerebro.
Una forma eficaz de evitar este problema requiere iluminar de forma generosa, en la medida de lo posible, aquellos espacios en los que vamos a utilizar pantallas. No importa si la luz es natural o artificial; lo realmente crucial es que esté presente en la cantidad necesaria para que el contraste entre la pantalla y el entorno no sea excesivo y nuestra pupila sea capaz de regular con precisión la cantidad de luz que penetra en el interior de nuestro globo ocular, minimizando de esta forma la posibilidad de que se produzca esa sobreestimulación de la que hemos hablado ya varias veces a lo largo de este artículo. Como veis, hasta aquí todo es bastante intuitivo y razonable.
Sin embargo, en este punto es interesante introducir en la receta un ingrediente más: la luz azul que emiten las pantallas de nuestros dispositivos. Esta forma de radiación electromagnética está contenida dentro del espectro de la luz visible y tiene una longitud de onda que se mueve en el rango entre 400 y 495 nm. Lo interesante es que una porción de este rango, la que va desde los 400 hasta los 450 nm, se conoce en oftalmología como luz visible de alta energía. Actualmente no hay un consenso absoluto acerca de si tiene o no un impacto perjudicial en la salud de nuestros ojos, pero algunos estudios, como el que ha llevado a cabo un grupo de investigadores de la Universidad de Ohio (Estados Unidos), establece una relación entre la exposición prolongada a la luz azul emitida por las pantallas de los dispositivos y la degeneración macular.
Mucho mejor atado está el impacto que parece tener la luz azul en la calidad de nuestro sueño. Y es que abundan los estudios que defienden que la exposición a esta luz durante las horas que preceden al sueño nocturno altera nuestro ritmo circadiano. Nuestro reloj biológico. Los ritmos circadianos son las variaciones fisiológicas que experimentamos los seres vivos de forma regular como respuesta a los estímulos ambientales externos. Y uno de los estímulos más relevantes es la luz.
La sensación de adormecimiento y relajación que solemos experimentar cuando anochece está provocada por el impacto que tiene la luz en la secreción de melatonina, que es la hormona que regula el estado fisiológico que nos conduce al sueño, aunque esta no es su única función. Durante el día la glándula pineal, que es la estructura de nuestro cerebro que se encarga de segregar esta sustancia, apenas produce melatonina, pero cuando llega la noche el nivel en nuestro organismo de esta hormona alcanza su valor máximo, lo que activa la respuesta metabólica que nos induce al sueño.
El impacto que tiene el sueño en nuestra vida se conoce muy bien. Muchos estudios científicos han explicado con detalle lo importante que es dormir bien no solo para pensar con claridad, fijar los recuerdos y reaccionar con agilidad ante los estímulos externos, sino también a la hora de combatir la irritabilidad y la depresión. Algunas investigaciones incluso establecen un vínculo directo entre un sueño de mala calidad y algunas enfermedades graves, como las deficiencias cardiovasculares o la diabetes.
La luz azul está presente de forma natural durante las horas diurnas, provocando la inhibición de la producción de melatonina para mantenernos activos y vigilantes durante nuestra actividad diaria. El problema es que los diodos LED utilizados por las pantallas de nuestros dispositivos emiten luz visible con una longitud de onda amplia que contiene el rango de la luz azul. Numerosos estudios, como el que han llevado a cabo un grupo de investigadores del Centro de investigación lumínica de Nueva York, han probado que la luz artificial provoca la supresión de la segregación de melatonina, por lo que el uso de pantallas poco tiempo antes de irnos a la cama puede deteriorar sensiblemente la calidad de nuestro sueño.
Además, los estímulos que nos ofrecen algunos de nuestros dispositivos, como los teléfonos móviles, dificultan que alcancemos el estado de relajación apropiado para conciliar el sueño. Todo lo que hemos repasado hasta este momento pone en nuestras manos las herramientas que necesitamos para concluir que el modo oscuro es un aliado valioso tanto a la hora de minimizar la fatiga visual como de combatir la alteración de nuestro ritmo circadiano previniendo la supresión de la secreción de melatonina.
La utilización de tonos más cálidos y la reducción de la emisión de luz azul son dos estrategias beneficiosas que pueden ayudarnos a mantener bajo control el impacto negativo que las pantallas pueden tener en nuestro sueño cuando las utilizamos poco antes de irnos a la cama
Cuando activamos el modo oscuro en uno de nuestros dispositivos la cantidad de luz que emite su pantalla hacia nuestros ojos es sensiblemente menor debido a la presencia de un fondo oscuro. Esto provoca que el contraste entre el brillo de la pantalla y un entorno con escasa luz ambiental sea inferior, lo que, como hemos visto, reduce nuestra fatiga visual. Además, algunos modos oscuros nos proponen la posibilidad de alterar la temperatura de color hacia tonos más cálidos, y con frecuencia también incorporan un filtro de luz azul que, en teoría, reduce la cantidad de luz emitida por la pantalla en el rango de longitudes de onda que se encuentra entre los 400 y los 495 nm.
La utilización de tonos más cálidos y la reducción de la emisión de luz azul son dos estrategias beneficiosas que pueden ayudarnos a mantener bajo control el impacto negativo que las pantallas pueden tener en nuestro sueño cuando las utilizamos poco antes de irnos a la cama. Según los expertos lo ideal es que dejemos de utilizar nuestros dispositivos con pantalla un rato antes de acostarnos, pero todos sabemos que es algo que no es fácil llevar a la práctica. Y en estas circunstancias el modo oscuro ayuda. Todo lo que hemos visto nos ayuda a entender por qué, pero también hay estudios que apoyan esta misma idea, como el que ha llevado a cabo el equipo del experto en cronobiología español Juan Antonio Madrid. Su investigación describe lo beneficioso que es recurrir a la luz adecuada para minimizar en la medida de lo posible la alteración de nuestro ritmo circadiano.
Imagen de portada | Daria Shevtsova
Imágenes | Rhcastilhos | Pixabay | Bruce Mars | Marvin Raaijmakers
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