La transición hacia el coche eléctrico tiene un enorme problema a corto plazo: este gráfico

No sólo la cadena de suministros está rota y está dificultando la producción de vehículos (ya se calcula un agujero de 25 millones hasta 2030), el encarecimiento de los costes y un exceso de demanda ha disparado los precios de los coches. El contexto perfecto para que el coche eléctrico tenga aún más difícil su expansión.

Economía a escala. Desde que Henry Ford impulsara el montaje en cadena, la producción de automóviles se ha basado en la economía a escala. Esta teoría básica apunta a que los costes tenderán a bajar cuantas más unidades de un mismo producto se fabriquen. Es uno de los motivos por el que los fabricantes acuerdan sus propias sinergias y por el que las diferencias entre modelos de distintas marcas son cada vez más pequeñas.

Los costes. La fórmula es muy sencilla. El coste por producto terminado es la división de los costes fijos y variables del proceso productivo entre el número de automóviles producidos. En muy resumidas cuentas, habría que sumar el coste de la maquinaria y de las instalaciones (costes fijos) y el de las materias primas o la energía (costes variables).

La suma de ambos costes y su división entre el número de productos producidos nos dará el coste de fabricación unitario. De esta manera, se puede poner precio al mismo y estudiar el beneficio que se puede obtener con su venta al público.

La expansión. Sin embargo, en la práctica, esto no es tan sencillo cuando se pone en el mercado un nuevo producto. En el caso del coche eléctrico será necesario contar con el número de clientes necesarios que aporten dinero con las primeras unidades para financiar una producción mayor. Dicho aumento de la producción facilitará la llegada de productos más baratos, asequibles y que puedan comprarse en masa.

No es de extrañar que tal y como se han definido las normas anticontaminación europeas, a los fabricantes les interese vender vehículos eléctricos más grandes, pesados y caros. Ford, por el contrario, ha sido totalmente transparente y ha confirmado que su división de vehículos de combustión (Ford Blue) será la que financie la división de automóviles eléctricos (Ford Model e).

Adiós a la teoría. Pero la teoría solo es eso: teoría. La rotura de la cadena de suministros o la Guerra de Ucrania son factores que escapan en mayor o menor medida de la industria. Lo mismo sucede con el encarecimiento de las materias primas que pone en riesgo un abaratamiento de los costes del vehículo eléctrico a corto plazo. El resultado: los coches eléctricos seguirán siendo caros.

Las baterías. El encarecimiento de las materias primas vuelve a poner a las baterías en el ojo del huracán. A finales de 2021 ya se avisó de que el precio de fabricar baterías para coches eléctricos estaba bajando pero que su descenso se ralentizaba. Un componente que representa el 40% del coches de un vehículo eléctrico.

Ahora, Morgan Stanley apunta a que el coste del litio (casi cinco veces superior al de hace un año) provocará un aumento en el precio de las baterías de un 25%, lo que repercutirá en mayores costes para el fabricante de vehículos, menor margen de beneficios y un precio más alto para el consumidor. La demanda, además, se ha multiplicado en el último lustro.

No solo el litio parece complicar la transición al coche eléctrico. El precio del níquel también está disparado e, incluso, hace unas semanas tuvo que suspenderse el London Metal Exchange, el mercado de futuros más importante del mundo de estas materias primas.

La espada y la pared. Evidentemente, todo este baile de cifras y precios debería tener un impacto en el consumidor final. El potencial comprador se encuentra entre la espada y la pared. Las instituciones presionan para que fabricar más coches eléctricos y poner trabas al uso de vehículos de combustión. Los precios no bajan todo lo rápido que deberían. Y, en el medio, el consumidor final.

La expansión del coche eléctrico para por poner en el mercado vehículos más pequeños, polivalentes y de precios más asequibles que los actuales. Es algo de lo que lleva tiempo avisando Wayne Griffiths, CEO de Seat, pero que, por el momento, parece que tiene un futuro complicado a corto y medio plazo.

Gráfico de portada | Morgan Stanley

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