Hace 100 años, un piloto inglés tuvo una idea fantástica: poner un motor de avión a un Fiat para superar los 230 km/h

  • Mefistofele fue considerado un coche sólo al alcance de quien tenía poco aprecio por la vida. 

  • Sostenido sobre un chasis de Fiat, tiene un motor de avión de la misma compañía y se puede visitar en Turín

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Endemoniado. Así se creía que estaba aquel Fiat SB4 Corsa, una auténtica bestia que escribió una página de la historia del automóvil en 1924. El por qué, se entiende sin darle muchas vueltas: un coche con un motor de avión para alcanzar una velocidad... sí, endiablada.

El Fiat SB4, por suerte, se puede visitar en el Centro Storico que la compañía tiene en Turín. Una visita obligada si estamos en la ciudad, que ha girado alrededor de la familia Agnelli, donde Mefistofele, que así se conocía a este torpedo de cuatro ruedas, reside desde que en 1970 la compañía lo recuperara de manos de un coleccionista inglés que se había hecho con la pieza unos años antes.

El coche, pese a los designios que pudo vivir pasado medio siglo de vida, seguía en buen estado y, de hecho, funcionaba. Por eso es todavía más interesante esta pieza que en 1924 alcanzó los 234,98 km/h de velocidad punta y que ha sido el verdadero protagonista del último gran evento celebrado por la compañía en su museo.

Mefistófele, un coche endemoniado

Mefistófele está considerado uno de los demonios de la mitología germana. Goethe recogía en Fausto su presencia, que se aparecía precisamente ante éste antes de que vendiera su alma al diablo. Antes, eso sí, recordaba al protagonista que se pensara bien lo de renunciar al cielo.

Ese mismo nombre fue el que se le adjudicó al Fiat SB4, una bestia creada por Ernest Eldridge, un piloto de carreras londinense que tenía un propósito simple, sencillo... y peligroso: conducir el coche más rápido del mundo. Y para conseguirlo, no tuvo mejor idea que plantar el motor de avión a un coche.

Como el personaje mitológico, Mefistofele (ahora el coche, sin la tilde propia del castellano) debía tentar a Eldridge con promesas difíciles de igualar por cualquier otro. Pero, al mismo tiempo, recordándole que como mejor estaría sería con los dos pies sobre el asfalto y las manos lejos de su volante. De hecho, Eldridge acabó siendo el único que tomó la mano que le tendía el esbirro del diablo.

Pese a ello, Eldrige pensó que tenía manos suficientes para retar al mismísimo diablo. Tenía experiencia como conductor de ambulancias durante la Primera Guerra Mundial pero igual que otros hijos de familias acomodadas se fue acercando más y más al mundo del motor, que entonces crecía sin límite alguno.

A partir de ahí, se dedicó a la aviación y a las carreras de coches, sus dos grandes pasiones. Con su desarrollo en cada una de ellas aprendió algo valioso que terminó por germinar en la construcción de su propio coche. Tomando el chasis de un Fiat SB4 Corsa de competición, aplicó las modificaciones suficientes para dar salida a una bestia como nunca se había visto.

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La teoría era simple: empotrar un motor de avión de origen Fiat en el coche. Éste propulsor, muy preciado en los bombarderos, era un seis cilindros y 21.706 centímetros cúbicos. Quedaba por buscar las vueltas para adaptarlo a las cuatro ruedas. Por ejemplo, modificó los cilindros para que funcionaran con cuatro válvulas y unas bujías de origen Magneti Marelli.

Los cambios llevaron al bólido a desarrollar 350 CV a 1.800 rpm, empleando una relación de compresión de 5:1 que era el causante de un ruido infernal que debía escucharse en toda Inglaterra. Quedaba "vestir" al motor, para lo que Eldrige empleó la carrocería de un autobús londinense accidentado.

Satisfecho, el inglés tenía su obra maestra. Y no sabemos si por el ruido de Mefistofele o por sus manos, imaginamos que por lo segundo, Delage (firma especializada en los vehículos de competición) le retó a un duelo: conseguir un nuevo récord de velocidad.

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Día y hora, debió decir Eldridge. 5 de julio de 1924 en la Route Nationale 20, cerca de Arpajon (Francia), contestaron desde Delage.

Y allí aparecieron. Eldridge a los mandos de Mefistofele, sin necesidad de mayor carta de presentación. Delage con René Thomas, campeón de las 500 Millas de Indianapolis una década antes y subcampeón en 1920 y La Torpille (El Torpedo), con un fantástico V12 que también entregaba 350 CV de potencia.

Reconocido el escenario, Eldridge se arremangó y realizó los ajustes pertinentes. Después, arrancó el motor y con un bramido infernal aceleró al máximo hasta alcanzar 230,55 km/h. Nuevo récord del mundo. O, al menos, eso se pensaba antes de la reclamación de Thomas, quien alegó que la cifra debía quedar invalidada porque Mefistofele carecía de marcha atrás, requisito imprescindible para certificar el récord.

La maniobra de los franceses fue aceptada y un día después darían su golpe de gracia. La Torpille se fue hasta los 230,63 km/h. Ahora sí, teníamos nuevo récord del mundo. Francia había vencido a Inglaterra. La Marsellesa podía sonar hasta tapar los aullidos de Mefistofele. O eso habrían querido. Porque Eldridge puso una nueva fecha: 12 de julio de 1924.

La celebración debió ser comedida para Delage. Toda la semana debieron tener la mirada puesta de reojo en la Route Nationale 20. Y no era para menos. Con puntualidad inglesa, Eldridge se presentó en la salida, de nuevo, con Mefistofele. Ahora sí. Arrancó, pisó el acelerador y alcanzó unos increíbles 234,98 km/h. Teníamos nuevo récord del mundo.

Uno que, además, pasó a la historia por ser el último en carretera abierta, ya que a partir de entonces estas pruebas se trasladaron por seguridad a entornos cerrados o, al menos, cortados al tráfico. Como aquel día de 1938 en el que se cerró una Autobahn para que Rudolph Caracciola alcanzara la impresionante cifra de 432,7 km/h. Pero eso, es otra historia que puedes leer en este enlace.

Fotos | Fiat

En Xataka | “Disparaba llamas a la cara de peatones inocentes”: cómo la bestia de Turín alcanzó 212 km/h en 1913

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