Era el 17 de marzo de 1926 y, aunque los que pasaban por allí no lo supieran o no se lo imaginaran, la ciudad de Madrid estaba a punto de cambiar radicalmente su forma de moverse. Se instalaba el primer semáforo de España y, desde entonces, nada volvió a ser igual: los coches habían vencido.
Tras dos meses de instalación, hace 94 años que los vehículos comenzaron a detenerse en el cruce entre las calles Alcalá y Gran Vía madrileñas, entonces Conde de Peñalver. Para ello se emplearon 23.850 pesetas, se dio aviso a la prensa y fue el artífice de la redacción del primer Reglamento del Tráfico de la ciudad.
Hasta entonces los vehículos a motor, los carruajes y los peatones tenían que convivir en uno de los cruces más concurridos de la capital. Allí, cuatro guardias urbanos se apostaban para dar paso a unos y otros. La modernidad, como casi siempre, trajo los semáforos pero también supuso el fin de estos agentes.
¡Gran regocijo!
Como era lógico, la prensa de la época fue avisada de la inauguración de este nuevo artilugio. En eso, desde luego, hemos cambiado poco. Dicen que el titular fue el siguiente: "faros luminosos - gran regocijo del público" y que en la crónica se aludía al carácter festivo de la ceremonia y de los asistentes.
El semáforo era doble, constaba de luz verde, ámbar y roja y servía tanto a los que subían como a los que bajaban por la conocida calle madrileña. Podía programarse manualmente y contaba con un sistema para ser controlado por un operario si sufría una avería. Poco después, el mecanismo se popularizó y en el mismo cruce no tardaron en aparecer otros semáforos que servían para regular el tráfico de las calles aledañas. Por ejemplo, uno en formato horizontal para quienes circulaban por la Calle Alcalá dirección Puerta del Sol.
La instalación del aparato era la constatación de que el vehículo a motor ya había ganado. De hecho, la hemeroteca madrileña cuenta con documentos sobre disposiciones relativas a automóviles del año 1902. Los peatones tenían que convivir con un nuevo agente en el tráfico madrileño y en los años venideros los coches acabaron por ser los verdaderos protagonistas. No hay que olvidar que los vehículos a motor tenían el paso permitido al parque del Retiro o a la parte interior de la Casa de Campo hasta no hace tantos años.
Además, la aparición del semáforo también obligó a que los ciudadanos tuvieran que aprenderse nuevas normas. La prensa se vio en la obligación de explicar a los ciudadanos para qué servían esas luces verdes, rojas y ámbar que se encendían y apagaban. Además, ese mismo año se publicó un nuevo Reglamento del Tráfico de la ciudad, para tratar de armonizar la revolución que se estaba viviendo, aunque hay documentos anteriores que ya avisan de los problemas circulatorios de la ciudad.
Para hacernos una mejor idea, ese mismo año hay bandos de la alcaldía de Madrid en los que se hace mención al problema que estaba provocando el aumento de los vehículos privados, tanto en su estacionamiento como en su uso. De hecho, puede leerse que algunos de los fines de la alcaldía consistían en conseguir "un uso más racional del los coches privados y favorecer en general el de los transportes públicos, amén de hacer más grata la convivencia ciudadana y contribuir a un mayor y más seguro uso de la calle por los peatones".
Mucho antes
Aunque a Madrid los semáforos no llegaron hasta 1926, se considera que el primer semáforo tal y como lo conocemos se instaló el 5 de agosto de 1914 en Cleveland, también con luces verdes y rojas, además de un zumbido que alertaba del próximo cambio de estado del mismo.
Pero hablamos de semáforos automáticos. El 9 de diciembre de 1868 se instaló en Londres el primer semáforo del que se tiene constancia. En él, un agente movía para arriba y para abajo uno de los dos brazos con los que contaba. En ellos, unas lámparas de gas de color verde y rojo indicaban si estaba o no permitido el paso, pensado especialmente para los trayectos nocturnos.
Lamentablemente, el 2 de enero de 1869 el semáforo explotó, hiriendo de gravedad al policía que lo manejaba. Por eso, automatizar el paso de un estado a otro y la posibilidad de regular el tráfico sin dedicar un agente exclusivo a esa tarea fue uno de los adelantos que revolucionaron el transporte urbano.
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