El pasado Gran Premio de Mónaco encendió una alarma recurrente en la Fórmula 1. Alarma y recurrente no deberían ir de la mano si atendemos al significado de la primera palabra que debería llevar un "excepcional" de la mano.
Pero hay alarmas a las que hacemos poco caso. De esas que suenan cada cierto tiempo en las oficinas y que provocan el caos, las carreras y una evacuación en muy poco tiempo. Poco después se descubre que era alguien fumando en el baño. Y, con el tiempo, la misma situación se repite y los trabajadores, resignados, abandonan el lugar de trabajo arrastrando los pies y farfullando que han dejado todo a medias para solucionar algo que no tiene solución.
En Mónaco se contabilizaron cuatro adelantamientos en toda la carrera. Y volvimos a escuchar voces que apuntaban a una Fórmula 1 sin rumbo y un deportivo extraordinariamente aburrido. Lo mismo que escuchamos en 2021 (0 adelantamientos), 2019 (2), 2018 (4) y 2017 (3). Si en 2022 y 2023 se contabilizaron un puñado de ellos en las calles del Principado fue porque el asfalto estaba mojado.
Para arreglar el asunto, la Fórmula 1 ha presentado un nuevo reglamento que entrará en vigor en 2026. De nuevo, la idea es fomentar más adelantamientos y facilitar la batalla en la pista.
De nuevo. Una vez más. Como siempre.
Con cada cambio, la Fórmula 1 apunta a lo mismo. Y, como siempre, el impacto real en las carreras es mínimo. Asumámoslo, el deporte, en sí mismo, hace décadas que es extraordinariamente aburrido.
Y soy el primero que lo consume.
Un 2026 que suena a lo mismo de siempre (o peor)
La Fórmula 1 podría definirse como "eso que pasa mientras los equipos negocian un nuevo cambio de reglamento". El último cambio aprobado por la FIA entrará en vigor dentro de dos temporadas y apuestan por facilitar los adelantamientos en pista que, al parecer, es el verdadero interés de la competición.
Para ello, los coches serán ahora 20 centímetros más cortos en su batalla y 10 centímetros más estrechos. Los neumáticos serán entre 2,5 y 3 centímetros más estrechos también. Aunque se podrá implementar aerodinámica activa (aunque se acaba con el DRS), se espera una carga aerodinámica un 30% inferior y una resistencia aerodinámica hasta un 50% menor.
El suelo del coche será ahora parcialmente plano y el difusor se retocará para reducir el efecto suelo. El alerón será más estrecho y el motor aumentará la potencia eléctrica. Será un híbrido donde el 50% de la potencia llegará desde el motor eléctrico, lo que aumenta su presencia en un 300%. El peso total del coche se rebajará en 30 kg.
Estas son, en palabras de Motor.es, el resumen a grandes rasgos de lo que podemos esperar de 2026.
Con menos efecto suelo y una carga aerodinámica muy inferior, podemos esperar coches que se asemejen a lo que vemos en Monza, durante el Gran Premio de Italia, todos los años. Monoplazas que deberían ser mucho más rápidos en recta pero también más lentos en curva y más nerviosos. Es decir, más complejos de pilotar.
Pero a todo lo anterior se ha añadido un cambio sustancial para favorecer los adelantamientos que no ha gustado nada y que ha dejado rumores de que Red Bull está pensando abandonar el deporte. En Motorpasión califican, directamente, de chapuza todo el asunto o, incluso, de "muerte de la Fórmula 1".
Con los cambios, se quiere capa la potencia de los coches cuando otro monoplaza esté en "distancia de adelantamiento". Con la nueva normativa, a partir de 290 km/h se quiere recortar 7 CV de potencia al motor por cada km/h superado si hay un coche por detrás. A 337 km/h se estarían dejando de emplear 340 CV, lo que facilitaría enormemente el adelantamiento.
2026, la misma Fórmula 1
El mayor problema al que se enfrenta la Fórmula 1 es que vive añorando el pasado al tiempo que se enfrenta al presente. Y, en este caso, abogo por recordar que "cualquier tiempo pasado fue anterior". No siempre lo pasado fue mejor.
Llevo unos 25 años viendo o siguiendo la Fórmula 1. Y siempre se le ha achacado lo mismo al deporte: es aburrido. Como aficionado al que solo le atraen los adelantamientos en pista, es fácil que la Fórmula 1 te expulse. Poner el foco en los adelantamientos como único interés en el deporte es un error de base.
En los últimos años se han intentado medidas de todo tipo. Se han asfaltado escapatorias, alegando que la seguridad para los pilotos es mayor y que con más coches en la pista tendremos más espectáculo. Se obligó a instalar el KERS en los motores, para tener un extra de potencia eléctrica. Se permitió la aerodinámica activa con el DRS. Se obligó a Pirelli a diseñar unos neumáticos extremadamente imprevisibles.
Y facilitando el adelantamiento, contradictoriamente, se han rebajado las emociones que se generan en la pista. Lo bonito de la Fórmula 1 es que el piloto se ganara la ventaja con el coche que tenía delante, que ganara décimas donde antes no las tenía. El DRS fue un parche porque los coches habían evolucionado tanto en su aerodinámica que ya resultaba imposible coger el rebufo del coche de delante. El deporte se llenó de adelantamientos ridículamente sencillos con coches que volaban frente a sus rivales.
Es cierto que, con los años, el sistema se ha ido afinando y las distancias donde está permitido se han modificado para vivir en la fina línea de facilitar el adelantamiento y poner las cosas un poco complicadas al piloto. Con todo, sigue siendo un artificio para mejorar el interés de lo que sucede en la pista.
El deporte está tan profesionalizado que hace mucho tiempo que dejó atrás los días en los que los pilotos marcaban verdaderas diferencias. La Fórmula 1 es un deporte de cerebros y equipos gigantescos que controlan miles de parámetros en tiempo real, que diseñan coches demasiado perfectos. Lo suficiente para que una mínima ventaja se traduzca en victorias aplastantes durante todo un año.
Por muchas normas que ponga la FIA, la Fórmula 1 vive de que los equipos busquen la laguna en el reglamento y se inventen un nuevo detalle que, por milímetros, le de una ventaja competitiva imposible de igualar a lo largo de la temporada por otro equipo, capados sus presupuestos y sin la posibilidad de realizar pruebas en circuito a lo largo del año.
Y siempre ha sido así
Aunque el dominio de Red Bull y Max Verstappen parezca aplastante, la Fórmula 1 siempre ha tenido equipos y pilotos que han pasado por encima al resto. Con la salvedad de que hace cuatro o cinco décadas el reglamento era más flexible y podíamos ver coches con turbinas o seis ruedas.
Pero conforme el deporte se ha ido profesionalizando y ganando en empleados, las distancias se han reducido hasta mínimos detalles. Una ínfima ventaja es, ahora, una victoria. Sin embargo, miramos con añoranza el pasado porque no estamos enamorados de las batallas que se presentaban en la pista, estamos enamorados de todo lo que giraba en la Fórmula 1.
Antes de Red Bull ya dominaban Mercedes y Lewis Hamilton. Brawn GP ganó un campeonato inventándose el difusor soplado. Renault dominó los años de Fernando Alonso, aunque Schumacher (Ferrari) y Räikkönen (McLaren) presentaron batalla. Con todo, los adelantamientos en pista también eran mínimos por aquel entonces.
Schumacher se paseó durante cinco temporadas con un Ferrari que se alzó con las dos primeras plazas en el campeonato en 2004 y 2002. Salvo 2003, el germano ganó con una suficiencia tal que en 2002 dejó a su compañero a 67 puntos en unos años que el ganador conseguía un máximo de 10 puntos.
En las seis temporadas de 1992 a 1997, Williams consiguió que uno de sus pilotos resultara campeón del mundo en cuatro ocasiones y se alzó con cinco mundiales de constructores (solo Schumacher rompió el dominio con Benetton). De 1984 a 1991, los pilotos de McLaren vencieron siete de las ocho temporadas. En 1988, Alain Prost y Ayron Senna se repartieron todas las victorias del año, salvo el Gran Premio de Italia.
Si echamos un repaso rápido a las imágenes más recordadas en los últimos 40 años y sus carreras más competidas, la lluvia o los hechos imprevisibles son los que protagonizan las mismas. Senna volando en Mónaco en 1984 y Prost parando la carrera, Lauda perdiendo el mundial de 1976 por negarse a competir bajo la tormenta de Fuji o los accidentes de Prost y Senna ( y Senna y Prost) o Schumacher y Villeneuve.
La lluvia del Gran Premio de Bélgica en 1998. Schumacher rompiendo el motor en Japón en 2006 después de un año de fiabilidad absoluta y Alonso perdiendo la tuerca en Hungría. La lluvia de 2008 y el primer título de Lewis Hamilton. La remontada de Sebastian Vettel en 2012... también con lluvia de por medio.
Podríamos seguir pero, en el fondo, creo firmemente que la Fórmula 1 debería enganchar a sus espectadores por la calidad (y no cantidad) de sus adelantamientos y por todo lo que gira a su alrededor, eliminando todo tipo de artificios.
Sí, estamos enamorados de las imágenes de los años 70 con los pilotos metiendo marchas en una caja de cambios en H. De Jumes Hunt fumándose un cigarrillo en el Gran Premio de España o de Senna y Prost brillando en una batalla psicológica brutal.
Pero también nos enamoramos de avances técnicos sobresalientes con un reglamento que daba pie a invenciones que no siempre tenían por qué funcionar, como el morro de morsa de BMW. O la posibilidad de llevar los motores al límite, con los míticos V10 que aullaban a 18.000 rpm con más de 800 CV de pura gasolina y que podían consumir 70 litros/100 km. Aquí tienes un artículo de Motorpasión que puede hacerte llorar.
Todos esos años fueron temporadas de dominio de uno u otro equipo. De hecho, fueron años con mucho menos adelantamientos de los que se experimentan ahora en la inmensa mayoría de las carreras gracias al DRS. Pero visto con el filtro de la nostalgia, nos parecen años irrepetibles. Y sí, se decía que la Fórmula 1 era aburrida en los años 90, los 2000 y la década pasada.
Y nos encantaba.
Imagen | Red Bull , McLaren y Ferrari
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