Hay algunos elementos de los coches que parece que han estado siempre ahí. De esos que casi pensamos que la automoción nació con ellos. El cinturón de seguridad, no lleva tantos años entre nosotros, pero lo consideramos indispensable. Otros, como el control de crucero, hace mucho más tiempo que se implementaron, aunque parezca algo relativamente moderno.
Entre esos elementos que parece "de toda la vida" está el parabrisas. Un invento que ya llegó en el siglo XIX pero que, sin embargo, tardó unos años en imponerse. De hecho, llegó a eliminarse de los vehículos de la época al considerado mortalmente peligroso.
Un accesorio muy coqueto
Como ya te hemos contado, el Benz Patent-Motorwagen está considerado el primer coche de la historia. Aquel vehículo, que pudimos ver de primera mano durante una toma de contacto con el Mercedes Vision EQXX, es el mismo con el que Berta Benz realizó un viaje en 1888 de 194 kilómetros para demostrarle a su marido, y de paso al mundo entero, que el coche era un invento que tenía mucho futuro.
Aquel vehículo era, por aquel entonces, una "simple" evolución de un coche a caballos. En lugar del animal, el carruaje era movido por un motor que por aquel entonces estaba alimentado por ligroína. Poco a poco, sin embargo, los coches de la época fueron ganando potencia. En el mismo artículo del prototipo eléctrico de Mercedes cuento cuáles fueron mis sensaciones como pasajero a bordo de un Mercedes Simplex, un coche que en 1902 podía alcanzar los 90 km/h en una cuesta abajo.
La velocidad, sin embargo, también tuvo su contrapartida para los conductores y sus pasajeros. Conforme los vehículos ganaban velocidad, éstos tenían que soportar las incomodidades de que nada les protegiera los ojos y la cara de las piedras que podían saltar en el camino, los mosquitos o cualquier otra incomodidad. La solución la encontraron rápido los pasajeros en unas gafas.
Pero no a todos agradó esta idea de las gafas. No al menos a mademoiselle Doumayrou, de quien cuentan que patentó el parabrisas en 1892. El motivo: estaba harta de que su peinado se estropeara cuando montaba en el coche. La velocidad que empezaban a alcanzar los vehículos y el complemento de las gafas no eran más que añadidos que impedían mantener su cabellera en las mejores circunstancias.
La solución la encontró en una lámina de cristal. La idea era poner y quitar el cristal cuando ella viajara. El invento no tardó en prosperar y rápidamente se hizo popular... pero también fue rápidamente odiado.
La evolución que consolidó el parabrisas
Aunque visionaria, Doumayrou no pensó en las consecuencias negativas de su invento. El parabrisas de cristal, pronto tuvo sus detractores y a principios del siglo XX estaba en duda: se contemplaba como un accesorio muy peligroso.
El motivo era evidente, en caso de accidente, el cristal no tardaba en estallar y, en el peor de los casos, se convertía en un arma si el pasajero salía despedido hacia él. Los daños en el conductor o sus acompañantes podían ser mortales.
Poco después, y por casualidad como tantos otros inventos, el científico frances Edouard Benedictus dio con la solución: añadir nitrato de celulosa. La conclusión llegó inspirada después de que un matraz que había contenido nitrato de celulosa no se rompiera en pedazos cuando cayó al suelo. Simplemente, estalló, pero mantuvo su forma.
Intrigado por lo sucedido, Benedictus patentó en 1909 el vidrio laminado, que era más resistente que el cristal ante los golpes. La I Guerra Mundial serviría para demostrar al mundo las ventajas del nuevo invento que, finalmente, terminó por popularizarse en los coches. ¿Cómo? Con el Ford T.
El Ford T, que popularizó el vehículo en Estados Unidos, también sirvió para popularizar una evolución del invento del científico francés, que por aquel entonces tenía un problema: con el paso del tiempo su vidrio se oscurecía y quedaba inservible. El superventas ofrecía el parabrisas como un accesorio a partir de 1921 pero poco después, en 1926, el Ford Rickenbacker empezó a montarlo de serie.
Ya en 1938, el inventor Carleton Ellis, sustituyó la lámina intermedia de celulosa por resina sintética transparente, que terminaba con el problema del oscurecimiento con el paso del tiempo y, además, era más resistente ante los golpes. Poco después, llegaría el último gran cambio, cuando el material utilizado empezó a ser el butiral de polivinilo (PVB), aún más transparente que el producto anterior.
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Foto | Wil Stewart
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