Como ya conté en este post de qué he aprendido como ciclista en una gran ciudad, antes de trabajar en Xataka lo hacía desde una oficina. Como tenía la suerte de tener un sitio donde guardar la bicicleta y duchas en el espacio de trabajo, me decidí a utilizar este medio de transporte a diario, como alternativa al metro y el coche.
Salvo una corta visita a Ámsterdam durante mi Interrail, no había cogido una bicicleta desde que era niño, aunque siempre me ha gustado el ciclismo. Y no tardé en saber que había hecho bien. En menos de una semana había caído rendido a mi bicicleta. Volvía a estar enamorado.
Después de dos años teletrabajando, el uso de la bici, evidentemente, ha decrecido. Y aunque me da pena reconocerlo, cada día me daba más pereza ponerme el casco y animarme a utilizar la bicicleta frecuentemente como medio de transporte.
A esto hay que sumar que en los últimos meses he tenido entre manos la Vässla Bike, el BMW i4 y el Niu KQi3 PRO para analizarlos en profundidad. Por unas cosas u otras, mi bicicleta ha estado en un rincón.
Hoy por fin he vuelto a circular con ella.
Ahora no quiero otra cosa.
Está bien, pero...
Durante la prueba de la Vässla Bike hice hincapié en que el concepto está bien, puede tener su público, y, de hecho, para algunos casos concretos puede tener muy pocos rivales. Pero al estar clasificado como ciclomotor, sentía que en algunas ocasiones estaba dando un rodeo innecesario con una pseudobicicleta.
Cogí el Niu KQi3 PRO con ganas. Hacía años que no me subía a un patinete eléctrico. Tantos que, por aquel entonces, aquellos primeros artefactos eran tan blanditos e inseguros que me prometí no volver a coger uno. Como no me gusta ser esclavo de mis palabras, he estado un mes entero utilizando uno para moverme por ciudad.
Y sí, os adelanto que el patinete de Niu me ha convencido y que es un gran aparato. Pero, simplemente, no es para mí. He redescubierto este medio de transporte. La estabilidad y el peso de su armazón me han permitido circular con una seguridad que no sentí años atrás, pero aquí se acaban todos los atractivos para mí.
Ha sido volver a coger el casco y dar pedales para olvidar al momento todos los parabienes de un patinete eléctrico (y de un ciclomotor y de un coche). Hablo de moverme por ciudad, que quede claro. Cada uno tendrá sus necesidades sociales, familiares y gustos, pero yo no concibo mejor medio de transporte que una bicicleta para el entorno urbano.
"¿No te pilla muy lejos?"
El primer día que conocí las oficinas de Xataka le pregunté a mi compañero César Muela si habría algún sitio donde aparcar la bicicleta. Su respuesta: "pregunto, pero ¿no te pilla muy lejos?" Y lo cierto es que sí. Tengo a las oficinas de Xataka a unos 40 minutos pedaleando.
Ahora bien, abro Google Maps: tardo 40 minutos en transporte público. En coche, ni me planteo moverme por el centro de Madrid a primera hora de la mañana. Y es que, conforme he ido utilizando la bicicleta para más y más trayectos, he descubierto que a la mayoría de sitios tardo lo mismo o menos que en transporte público. Y dependiendo el caso (especialmente si es para ir al centro de Madrid), también tardo menos que en coche.
A mi anterior oficina tardaba 40 minutos en transporte público, una cifra similar en coche... y nunca superaba los 20 minutos pedaleando. El motivo es una mezcla de dos factores: puedo circular por asfalto, parques y carril bici (bendito Madrid Río) y en coche, aunque no lo parezca, se tarda mucho más de lo que nos imaginamos.
Tenía la sensación de que con patinete eléctrico eso iba a cambiar. Y hasta lo llegué a pensar. Pero en un trayecto que en patinete hago en 15 minutos, tardo menos de 10 en bicicleta. La estabilidad y la sensación de seguridad que tengo dando pedales no la he tenido en ningún momento en patinete eléctrico.
La respuesta inmediata y muy potente de un buen patinete eléctrico también tiene sus contrapartidas. En un camino de tierra hay que ser muy cuidadoso con el acelerador para no perder tracción. Y aunque le he ido cogiendo el punto, superar los resaltos son un verdadero dolor de cabeza.
Además, la inmensa mayoría de los bordillos para entrar o salir de un parque los puedo salvar con la bicicleta sin dificultad, en patinete me obligaba a bajarme. No digamos de un bache o de un tramo con el asfalto un poco roto. Lo que en bicicleta es un incordio, en patinete eléctrico es un riesgo evidente de caída.
El valor de lo sencillo
Mi bicicleta es una Orbea Carpe. Aunque ahora no se pueda encontrar nueva por menos de 600 euros, hace unos cinco años se vendía por mucho menos dinero. De hecho, la mía costó alrededor de 400 euros y fue un pequeño capricho. Estoy seguro que con menos dinero puedo ir, exactamente, a los mismos sitios.
Si lo comparamos con un patinete de cierto nivel, poco más tenemos que invertir para gastarnos esos 600 euros para circular. Pero es que, además, si lo comparamos con el precio de la gasolina, en apenas seis depósitos habremos amortizado la inversión.
Y otra ventaja. La bicicleta no tiene batería ni cualquier otro elemento electrónico. El mantenimiento será mínimo. De hecho, podemos hacerlo nosotros mismos con muy poco conocimiento y, además, no perderemos autonomía o efectividad porque estemos atados a una batería.
Tampoco tenemos que cargarla en casa. Parece una tontería pero para los que somos despistados, esto puede suponer un hándicap. Hasta dos veces he ido a echar mano del patinete y he descubierto que apenas le quedaban unos pocos kilómetros de autonomía.
Y eso que lo estamos comparando con una bicicleta de 600 euros. Por mucho menos dinero puedes hacerte con una de segunda mano, que para circular por ciudad es más que suficiente. Además, tiene otra ventaja, llamará menos la atención si la dejamos aparcada y, en el peor de los casos, habremos perdido mucho menos dinero si alguien nos la acaba robando.
Sin olvidarnos del peso. ¿Cansado? Cualquier bicicleta urbana o de carretera la trasladas con facilidad dentro de la red de Metro o de Cercanías. No podemos decir lo mismo de un patinete como el que he estado probando. Su peso es tan importante que puede dar pereza hasta meterlo y sacarlo del maletero del coche. De hecho, como comprobaréis en la prueba, he tenido que abatir uno de los asientos.
Aunque ahora no me desprendería de mi bicicleta, tengo muy claro que la utilizaría aún más si fuera más barata y vieja. Primero porque utilizando un candado en U dudo que alguien mostrara el suficiente interés como para robarla. En segundo lugar porque, llegado el caso, el dinero perdido sería tan bajo que tardaría varias bicicletas más en recuperar la inversión de una más cara, por lo que me despreocuparía más si estoy cenando en un restaurante y la he dejado aparcada en la puerta.
No es circular, es fluir por la calle
Volver a la bicicleta me ha devuelto esa sensación de que me muevo con mucha soltura dentro de la ciudad. Una mezcla entre la agilidad propia del vehículo, la seguridad de que puedo utilizar multitud de caminos y la sensación de fluir entre el tráfico, de que con mis pies y mis manos tengo todo el control de mi desplazamiento. Es una sensación inigualable.
Tampoco lo es la de sentir el aire en la cara (agradable en verano y notablemente frío en invierno) y, sobre todo, empezar la jornada laboral con energías renovadas, sintiendo que estás despierto mientras el resto del mundo está aún desperezándose.
No es casualidad. Con el ejercicio físico, el cuerpo se relaja. Además, tengo comprobado que cuando utilizo la bicicleta a primera hora de la mañana me despejo antes que en un coche o en transporte público. En este último porque no tengo que pensar, el metro o el autobús me llevan solos. En el segundo porque, aunque mi atención se dispara, me falta el plus de energía que me da dar pedales.
Con el patinete eléctrico he tenido más o menos las mismas sensaciones que con el coche. Quizás peores pues, si bien es cierto que ganaba en agilidad y tardaba menos a mi destino, tenía que mantenerme más alerta y prestar mayor atención a mi alrededor. Especialmente al asfalto pues, como decía, un bache o un resalto puede acabar con nuestros huesos en el suelo. Es decir, he circulado más estresado y, además, tampoco he ganado ese plus de actividad física que da el pedalear.
Y aunque es cierto que circular en bicicleta por Madrid puede servir para ganarte algún que otro enfado, utilizar el transporte público o el coche (especialmente este último) no es sinónimo de que esto no vaya a ocurrir. Lo más habitual es que en una mañana de coche por Madrid acabemos desquiciados y con un mosqueo importante. Contra todo y contra todos.
Puede sonar romántico pero no hay nada como mi bicicleta. Por la libertad de espacios que me puedo mover, por la facilidad para avanzar allí donde el tráfico está atascado y por lo sencillo que es salvar obstáculos que, en patinete, me obligaban a echar pie a tierra.
No, no hay nada parecido a una bicicleta para moverse por ciudad. Y ahora, cada vez que me subo, me acuerdo de ello.
Foto | Xataka
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