Es 2022 y no dejan de sucederse las noticias sobre avances en baterías de litio, en las de estado sólido, en el uso de hidrógeno o en la posibilidad de utilizar combustibles sintéticos para impulsar nuestros automóviles. Y no es un hecho casual, hace más de un siglo, la automoción vivía en el mismo estado de ebullición.
En estos momentos estamos buscando un método para sustituir los vehículos de combustión en Europa por una tecnología menos contaminante. De una manera u otra, estamos reinventando el automóvil y, por tanto, no es extraño que vayan y vengan ideas nuevas de cómo propulsar los automóviles.
A finales del Siglo XIX, la pelea era la misma. Karl-Benz, con la ayuda de su mujer Bertha Benz, estaba inmerso en el desarrollo de su vehículo de combustión y a principios del Siglo XX también se llegaron a ver artefactos que, incluso, proponían utilizar hélices para mover los automóviles. Antes, de llegar a cualquiera de estos dos hitos, se optó por una tecnología que ya se sabía que funcionaba: el motor de vapor.
El coche de vapor
En las últimas dos décadas del Siglo XIX, los automóviles de vapor y los de combustión interna pelearon por convertirse en la mejor tecnología del momento. Durante cuarenta años, ambas tecnologías convivieron hasta que, finalmente, los propulsores de combustión interna acabaron imponiéndose a principios de los años 20 del siglo pasado.
Hasta que la combustión interna consiguió imponerse por su mayor eficiencia y comodidad, los vehículos a vapor fueron la referencia en un mundo de la competición todavía incipiente. Estos automóviles tenían la ventaja de que sus motores ya contaban con cierto desarrollo previo derivado de su empleo en locomotoras pero pecaban de algunos defectos difíciles de solventar.
Una de sus grandes desventajas era el enorme peso de los mismos. Pero, sin embargo, el defecto mayor era el tiempo de espera hasta poder moverse con ellos. Lo normal a finales del Siglo XIX es que un pasajero tuviera que esperar del orden de 20 minutos hasta que el motor conseguía una presión del aire suficiente para emprender la marcha. El motor de combustión, aquí, era muy superior.
Hay muchas dudas sobre el verdadero inventor del vehículo a vapor. Se considera, por ejemplo, que el primer automóvil a vapor se inventó ya en 1672 en China. El creador fue Ferdinand Verbiest, un misionero jesuita que viajó y vivió lo que quedaba de su vida en el país asiático. Se cree, pese a todo, que el primer kilómetro realizado por un vehículo de estas características lo realizó el invento de Nicolas Joseph Cugnot en 1769, con fines militares.
Sin embargo, se considera que el verdadero primer coche de vapor fue el diseñado por el francés Amédée Bollée, quien consiguió recorrer la distancia que separa Le Mans de París (ahora son 209 kilómetros por carretera) en 18 horas y con 12 personas a bordo. El invento podía alcanzar los 30 km/h una vez lanzado. Era 1875.
Campeón sin corona
Pero hay algo donde los motores a vapor eran superiores: la competición. A finales del Siglo XIX, el ser humano decidió que aquellos enormes carruajes también se podían poner a prueba para demostrar qué vehículos eran superiores y más rápidos que sus rivales.
Animados por los resultados de los últimos años, en la década de 1890 hubo una explosión de fabricantes que se dedicaron a vivir su propia aventura en un sector en auge. Y qué mejor escenario para demostrar las capacidades técnicas de sus vehículos que enfrentándose a sus rivales.
Así, un periodista de Le Petit Journal convocó la que se conocería como la primera carrera de la historia del automovilismo. Para demostrar qué "coche sin caballos" era el más rápido, se idearon tres jornadas de competición. En la primera, los vehículos serían expuestos para ser contemplados por un jurado. El segundo día se realizaron pruebas clasificatorias en cinco recorridos de 50 kilómetros con origen en París. El tercer día, la jornada grande, se tendría que cubrir la distancia entre París y Ruen (126 kilómetros) en el menor tiempo posible pero con algunas paradas obligatorias, incluida un primer descanso para desayunar.
A la competición se apuntaron 102 participantes, pero sólo 26 de ellos consiguieron alcanzar la línea de salida. Tras las pruebas clasificatorias, 21 vehículos tomaron la salida desde París camino Ruen, en modo contrarreloj con 30 segundos de separación entre vehículo y vehículo.
El vencedor fue el conde Jules-Albert de Dion, con uno de los vehículos De Dion-Bouton, compañía que había creado el conde junto a Georges Bouton y Charles Trépardoux, este último cuñado de Bouton. Sin embargo, el vehículo de vapor no pudo considerarse ganador de este primer certamen a pesar de haber empleado el menor tiempo en el recorrido, pues contaba con un carbonero para alimentar el propulsor, lo que no estaba permitido según el reglamento.
Además de la competición más pura, durante el fin de semana también se entregaron premios a los vehículos más seguros, a los más fáciles de usar y a los que mejor relación calidad/precio tenían en aquel momento. Incluso, un juez que viajaba en el propio vehículo se encargaba de valorar con una nota de 0 a 20 el estilo de conducción del piloto.
Inalcanzables
El vehículo a vapor del conde Jules-Albert de Dion fue el primero en ganar una carrera (al menos moralmente) pero no fue el único gran hito del vehículo a vapor.
De hecho, esta tecnología llegó a ser utilizada en una carrera que aún hoy continúa: la búsqueda por inventar el vehículo más rápido del mundo. Se considera que en 1898 se estableció el primer récord de velocidad de la historia. Lo llevó a cabo el conde Gaston de Chasseloup-Laubat con un Jeantaud eléctrico que se disparó hasta los 63,15 km/h.
Esta cifra duraría muy poco. En 1902, el francés Léon Serpollet se convirtió en la primera persona en superar los 120 km/h. El coche empleado era un vehículo a vapor. En esos primeros años de la automoción, la fiebre por ser el más rápido se disparó. Las cifras fueron creciendo y tan solo cuatro años después, en 1906, Fred Marriott se convirtió en Daytona en la primera persona en superar los 200 km/h. Consiguió alcanzar una velocidad punta de 205,5 km/h al volante de un Stanley Steamer apodado "Rocket", un automóvil a vapor.
Poco después, el motor de vapor caería en desuso. La mayor facilidad de uso del motor de combustión y el desarrollo del mismo consiguió que se impusiera a esta tecnología. Sin embargo, queda para su propio orgullo que hubo un tiempo en el que los coches a vapor fueron los más rápidos del mundo.
Foto: Wikipedia
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