Pocos productos han vivido un momento de explosión tan fuerte como la bicicleta eléctrica. Aunque era un producto que iba ganando adeptos poco a poco, la pandemia de coronavirus provocó una oleada de compras masivas que terminó por llevar al mercado a una escasez como no se conocía.
Solo en España, que nunca había destacado especialmente por hacer uso de la bicicleta para ir al trabajo, incrementó los desplazamientos cotidianos en bicicleta un 75%, enfrentando datos de 2022 con los de 2019. Strava, plataforma bien conocida por los aficionados al deporte y muy presente entre los ciclistas, registró un importante aumento en trayectos en bicicleta cortos, de unos cinco kilómetros.
Con esta oleada de compras, hemos tenido ganadores más o menos esperados. Entre los menos esperados, Portugal ha conseguido posicionarse como un jugador clave en la producción de bicicletas eléctricas. Entre los más esperados: VanMoof, una firma holandesa que había destacado por bicicletas tecnológicas, de formas muy modernas y a la que se comparaba con Tesla.
En bancarrota
VanMoof es una historia de amor por el ciclismo. Su fundador cuenta (no hay manera de saber si es cierto) que durante un tiempo vivió justo enfrente de su trabajo. Lo que muchas personas pueden ver (vemos) como una ventaja, Taco Carlier aseguraba a La Vanguardia que le comía por dentro.
Simplemente, Carlier había dejado de pedalear cada mañana a la oficina. Decidido a recuperar el hábito, se mudó a las afueras de Ámsterdam para poder utilizar su bicicleta eléctrica. Ya en 2008 creó la marca VanMoof, con una idea en mente: revolucionar la bicicleta eléctrica.
Desde el primer momento, la compañía apostó por una estética cuidada, con luces integradas, sistemas eléctricos potentes, materiales de calidad y una carga tecnológica muy alta, especialmente una década atrás, incluyendo, por ejemplo, GPS integrado en sus bicicletas o conexión con el teléfono móvil como sistema de reconocimiento para desactivar el sistema antirrobo.
Con la pandemia de coronavirus, los pedidos se dispararon. Sus bicicletas eléctricas eran una interesante alternativa para quien buscaba una bicicleta eléctrica moderna, con ADN propio y, además, con un precio que, si en España no es barato, es asumible en países como Holanda o Estados Unidos.
Michael Lucassen, socio de Tiin Capital, compañía holandesa de capital de riesgo, definía así a VanMoof:
VanMoof quiere ser más que una tienda de bicicletas: es una marca, es buena para el medio ambiente, está de moda, es moderna, es el mañana.
La imagen de marca y su concepción como producto disruptivo provocaron que las comparaciones con Tesla no tardaran en llegar. Para algunos, tanto en lo bueno como en lo malo. La explosión de pedidos también hizo relucir un servicio técnico y de distribución que no estaba preparado para un crecimiento exponencial. Las quejas comenzaron a ser más recurrentes.
Y, finalmente, todo ha terminado. Desde hace tres años, VanMoof ha tenido que lidiar con problemas de fiabilidad y control de calidad en sus bicicletas, arreglos en garantía que se eternizaban y vehículos que se entregaban con arañazos en el cuadro o ruedas descentradas
En este tiempo, el gasto en el servicio postventa se ha disparado por completo. El negocio llevaba un tiempo tambaleándose, con pérdidas en 2022 por valor de más de 11,9 millones de euros. Sólo en reparaciones, el coste superó los ocho millones de euros. En 2021, la compañía ya había perdido otros 6,7 millones de euros. Todo ello ha terminado por confirmar la bancarrota de la compañía, en la que diferentes fondos de inversión habían metido 189,1 millones de euros desde 2017.
La bicicleta eléctrica y su burbuja
La caída de VanMoof es, también, la caída de un símbolo. Se pierde una empresa que había conseguido posicionarse por encima de la competencia gracias a su imagen de marca. Los ciclistas de VanMoof no sólo tenían una bicicleta eléctrica en casa, tenían una VanMoof.
La duda es si el globo de la bicicleta eléctrica se está pinchando. Con la vuelta a la normalidad en el transporte público, los trayectos en bicicleta pueden tener menos sentido pero todavía es pronto para comprobar si esta nueva forma de moverse ha hecho tracción entre los nuevos ciclistas y mantienen sus hábitos con el paso del tiempo.
El último Barómetro de la bicicleta, de 2022, seguía confirmando que los trayectos de los españoles en este medio de transporte habían crecido un 40%, en comparación a 2019. De los 8,1 millones que cogían la bicicleta habitualmente se habían pasado a 11 millones de ciclistas en nuestro país. El crecimiento llegaba al 57,1% si se tenía en cuenta a quienes cogen la bicicleta esporádicamente o sólo los fines de semana.
A falta de conocer si el uso sigue creciendo o decae en los próximos años, sí es cierto que numerosas administraciones hicieron un esfuerzo por sembrar las ciudades europeas de carriles bici. La historia demuestra que donde más énfasis se ha puesto en la infraestructura ciclista, más ha crecido su uso. Ámsterdam o Hamburgo son dos buenos ejemplos de ciudades que habían sido aplastadas por el coche y decidieron apostar por la bicicleta con buenísimos resultados.
Mikael Colville-Andersen, autor de Copenhagenize y especialista en urbanismo, defiende con dureza la creación de los carriles bici para fomentar el uso de la bicicleta. En Europa, hemos vivido una explosión de este tipo de infraestructura conforme los ciudadanos se echaron a los brazos de las bicicletas como alternativa al transporte público, no tanto del coche.
Si atendemos a las ventas, en 2022 España vivió un frenazo, después de dos años de récord. Sin embargo, si bien la bicicleta de montaña o de carretera recibió un duro ajuste, la venta de bicicletas urbanas y eléctricas ha seguido aumentando, con crecimientos del 22,5% y del 5,7%, respectivamente.
En Europa, sin embargo, el sector ha seguido creciendo, aunque se han ralentizado sensiblemente sus ventas, pasando de los 17,1 millones de unidades vendidas en 2021 a los 14,7 millones de 2022, según el Informe Europeo del Sector de la Bicicleta. De ellas, las bicicletas eléctricas ya alcanzaron los 5,4 millones de unidades vendidas y son de las pocas que aumentaron sus ventas.
Está claro que la caída de VanMoof es llamativa pero, de momento, tendremos que esperar para saber si su bancarrota se trata de algo excepcional y achacable a su crecimiento desmedido, si es un atisbo de algo más profundo o, por el contrario, el ciudadano europeo sigue decantándose por este medio de transporte.
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Foto | Julian
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