El año de las brujas: Ediciones Minotauro recupera este poderoso y ancestral símbolo de libertad femenina

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Pocos mitos más sugerentes, históricamente relevantes, emancipadores y empoderadores que el de las brujas. Pero hay algo que no encaja. Y lo hemos visto mil veces. Las brujas permanecen ocultas en bosques, allá donde sus aquelarres pasan desapercibidos, ajenas a la sociedad, proscritas por decreto o voluntad propia.

Las brujas rara vez tienen hijos, con sus brebajes ayudan a abortar pero apenas extienden su estirpe, concibiendo en las sombras. Y si lo hacen, como Baba Yaga, es poniendo un huevo, como serpientes, entre el légamo. En el mito del jardín del Edén, una serpiente sedujo a Adán. En varias de las lecturas apócrifas esa serpiente no es otra que una de las muchas encarnaciones de Lilith, la verdadera primera mujer, emparentada con la lamia griega —y mencionada incluso en la Epopeya de Gilgamesh—, la cual mediante brujería hechiza al hombre para que descubra la verdad sobre su identidad.

Dichas lamias, ya en la Edad Media, serían tildadas por el archivista Isidoro de Sevilla como bestias que arrebataban bebés sanos y los despedazaban. Una retórica sugerente, de rechazos y condenas, que nos recuerda una máxima: las brujas siempre estuvieron ahí, como agentes del caos, empujando los límites. Sin las brujas el mundo aún sería ignorante.

El año de las brujas

Lilith John Collier Painting

Tal vez por ello, en aras del conocimiento, Ediciones Minotauro ha decidido recuperar este poderoso símbolo femenino ancestral. ¿El plan? Publicar un compendio de novelas escritas por mujeres, varias de ellas debuts literarios, donde los personajes principales son brujas. Y lo hace a través de cuatro pilares maestros, cuatro obras que vas a devorar: ‘El año de las brujas’, ‘Sanctuary’, ‘Aquelarre’ y ‘Brooklyn Brujas’. Porque lo oculto ha de ser desvelado.

Sin embargo, la connotación histórica y la asociación global siempre estuvo tintada por una perspectiva negativa. Augurios, pócimas secretas, conjuros de muerte…

Las brujas comparten con los vampiros, además, cierta cronología narrativa —la cual nace, a su vez, de las distintas entidades demoníacas primitivas—. Estriges, empusas, alukahs, dhampiras, súcubos, azuelas, ghouls, yuki-onnas o las citadas lamias pertenecen a mucho más que el folklore de la civilización: son parte de nuestro ADN, de nuestra historia, el disfraz semántico a los temores y evocaciones más perversas.

De esta forma enfrentamos nuestros miedos, el dolor ante la pérdida, cobrando forma física. Ya lo decía Bradbury en ‘El árbol de las brujas’: «los muertos, allá en nuestro pueblo, esta noche, diantre, nadie piensa en ellos. Nadie los recuerda; a nadie le importan. Nadie va a sentarse a conversar con ellos, eso sí que puede llamarse soledad».

Guantes y caretas para ocultar garras y rostros verdaderos (como en ‘Las Brujas’ de Roald Dahl), ira disfrazada de complacencia, revueltas campesinas aplastadas por los grandes poderes que darían forma al Estado moderno (como en ‘Calibán y la bruja’ de Silvia Federici), las brujas no son únicamente la voz de los oprimidos, son el grito explosivo ante quienes no quieren escuchar. Así bien, ¿qué mejor forma de aprender que escuchando a voces nuevas?

Cuatro autoras, un poderoso aquelarre

Portada The Year Of The Reaping Alexis Henderson 202011091600

Y comenzamos presentando la primera de esta dinastía: ‘El año de las brujas’. Tras una breve mención a un parto, el libro abre con una cita: «De la luz surgió el Padre. De la oscuridad, la Madre. Ese era el principio y el final». Las Sagradas Escrituras se cuelan en las primeras páginas. Como lo hará Lilith en las siguientes.

Sirva esta introducción para presentar ‘El año de las brujas’, de Alexis Henderson. En Charleston, Carolina del Sur, vive esta autora de ficción especulativa y fantasía oscura sobre la que coincide una crítica general: ¿de verdad es este su debut? Y es que, bajo una apariencia de cuento clásico, ‘El año de las brujas’ es capaz de conectar la opresión de ‘El cuento de la Criada’ y el hogar puritano de ‘Carrie’, con el terror rural de ‘El bosque’ o ‘The Witch’.

La trama dice así: un pueblo, Bethel, vive bajo las órdenes de un obsesivo líder religioso. En este pueblo nace Immanuelle Moore, en apariencia como fruto de una maldición. La niña crece y, si bien intenta seguir con absoluta obediencia las normas de una sociedad que la rechaza, conocer su pasado pasa por enfrentar su presente.

En el bosque donde un día fueron asesinadas cuatro brujas se liberarán cuatro plagas: Sangre, Enfermedad, Oscuridad y Matanza. Immanuelle, dividida entre el horror y el dolor, tratará de clausurar dicha maldición a la vez que busca comprender las conexiones de su madre con aquellas brujas, a través de un diario secreto.

‘El año de las brujas’ es una de esas lecturas adictivas y limpias de hojarasca, llena de resonancias míticas, donde el erotismo permea y cala una literatura cruda —gore, hasta cierto punto— que da por completo la vuelta al tropo de la bruja exiliada. Bethel, sin ella, será convertida en cenizas.

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Y si en ‘El año de las brujas’ los secretos irrumpen en la lectura desde las primeras páginas, en la ‘Sanctuary’ de V. V. James sucede justo al contrario: la madeja se va deshilando muy poco a poco, casi a la manera de una intriga policíaca de Mary Higgins Clark. ‘Sanctuary’ propone un macro relato sobre brechas generacionales, discriminación y un sistema mágico único herencia de John Dee y Edward Kelley salpicado con cultos pagados previos a la wicca de Gerald Gardner.

V. V. James, también conocida como Victoria James por su magnífica trilogía de fantasía Los Dones Oscuros, compuesta por ‘La jaula dorada’, ‘La jaula eterna’ y ‘Bright Ruin’, ha trabajado como productora en Channel 4 y ha dirigido documentales para BBC como su cobertura sobre Los 100 primeros días de Donald Trump en la Casa Blanca. Es, junto a voces como V. E. Schwab o Annalee Newitz, parte de una nueva generación de escritoras fundamentales para el género.

¿Y de qué va? Un (aparente) accidente acaba con la vida de Daniel Whitman, el popular quarterback de los Sanctuary Spartans, el equipo de esta pequeña ciudad de Connecticut. La inspectora Maggie Knight se presenta en la ciudad como un Dale Cooper, con intención de resolver rápidamente algo que parece esconder más sombras de las aparentes. Abigail, la madre de Daniel quiere justicia y no va a parar hasta obtenerla: la ex de Daniel era hija de una bruja y, bueno, tal vez se trate de un desencuentro amoroso. Es solo que Abigail, a la manera de ‘Jóvenes y Brujas’ (1996), también formaba parte de un viejo aquelarre con un grupo de amigas.

Si los lectores pueden encontrar veladas resonancias a Margaret Atwood en ‘El año de las brujas’, la condición coral de ‘Sanctuary’ y su forma de hacer piña y guardar secretos rememora a la ‘Big Little Lies’ de Liane Moriart, a esas tensiones con gancho más propias del thriller pop que del young adult.

El marco común es obvio: la eterna persecución histórica que han sufrido ya no las brujas, sino cualquier mujer insumisa, madre o no, que luchó por alternativas y una vida más allá de la abnegación hacia roles de poder. “No es de extrañar que las mujeres enojadas y decepcionadas recurrieran a la brujería” decía, no en vano, Vic Jones en la presentación de este libro.

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Para entender la siguiente obra de este ciclo nada mejor que trasladar las primeras líneas de su sinopsis: “Imagina un mundo en el que la brujería es real. En el que las madres transmiten su poder a sus hijas, un poder que utilizan de forma pacífica. Ahora imagina que el presidente de los Estados Unidos es un demagogo populista que ha decidido que todas las brujas deben permanecer encerradas por su propia seguridad y por la de los que las rodean, creando un mundo en el que ser mujer está solo a un paso de ser una criminal”. ¿Te suena?

«Como a muchos niños de los 90 me encantaba ‘Embrujadas’, 'Buffy' o ‘The Craft’», reza la solapa de ‘Aquelarre’. Sorprende apreciar cómo rima ‘Aquelarre’ con sus obras compañeras. Y, a su vez, sabe distanciarse del cosmos rural a través de una persecución internacional. De Texas a Moscú, pasando por la sede del MI5 en Londres, Cornualles o Nueva York, el ‘Aquelarre’ de Lizzie Fry viaja por el mundo con el frenesí de la ‘Codename Villanelle’ de Luke Jennings.

Una madre recluida a sus labores del hogar, un padre ausente, una hija con extraños “dolores de crecimiento” que se asemejan demasiado a crisis epilépticas —las cuales, cada vez más, aíslan a la joven a un plano inalcanzable para su madre—.

Así apertura un libro que pronto dispara una persecución gubernamental que ansía “recuperar el equilibrio que las brujas han hecho añicos con sus excesos femeninos”. Es decir, un intento por arrebatar el poder y erradicar la libertad de las mujeres. Y no, las brujas no lo van a consentir.

Con descripciones exactas, con una prosa ordenada y directa, lo que hace Lizzie Fry es casi magia, convirtiendo la sumisión en una metáfora de dolor físico. Una magia que se remonta a una bruja ancestral, la Elegida, cuyo fin  nos recuerda el potencial de todas las mujeres del mundo.

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Y cerramos con ‘Labyrinth Lost’, primera parte de la trilogía ‘Brooklyn Brujas’ escrita por la autora ecuatoriana Zoraida Córdova. Un apunte: durante los años 1968 y 1971 vivió en Nueva York un colectivo secreto, una guerrilla feminista apodada W.I.T.C.H. Cuarenta años después, esta militancia renació en Ciudad de México, con una fuerza y energía sin precedentes. Quizá esta influencia llegó a la escritora Zoraida Córdova, en forma de ondas mágicas. O quizá solo recoge la mejor tradición de María Luisa Bombal y Juan Rulfo.

Como fuere, con una clara vocación adolescente y tomando elementos de la mitología griega mezclado con otras leyendas latinoamericanas, Zoraida presenta un escenario de brujas mexicanas residentes en Nueva York unidas por un nexo común: sus familias. En este caso no hablamos de un debut, ya que la autora ha publicado en antologías de relatos tan populares como las fanfics Star Wars: from a Certain Point of View o Star Wars: Clone Wars Stories of Light and Dark.

Labyrinth Lost’ es la epopeya de Alex, una poderosa bruja que odia la magia hasta el punto de buscar erradicarla de su vida. Para ello realiza una maldición que termina destruyendo a su familia, obligándola a viajar a Los Lagos, una especie de purgatorio en el cual no solo tendrá que salvar a los suyos, sino también explorarse a sí misma.

A caballo entre Holly Black y Cassandra Clare pero recalando en un estilo más juvenil, con una protagonista bisexual y personajes LGBTQIA+, ‘Labyrinth Lost’ se escribe en clave familiar. Un relato lleno de encanto, espeluznante a ratos y candoroso a partes iguales, con una heroína con la que es tan fácil identificarse como admirar. No sería extraño verla trasladada a la gran pantalla o en formato serie, porque bajo su identidad podemos encontrar los mimbres de las carismáticas Halliwell.

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Y si aún te has quedado con ganas de más brujas, todavía puedes recalar en ‘Newropía’, la última novela adulta de la española Sofía Rhei, una epopeya donde se mezcla la ficción política con la fantasía en una relectura de las utopías hipergamificadas al estilo ‘Ready Player One’ bajo un marco de crisis social.

O qué mejor forma de despedir este ciclo que con la infravalorada ‘El árbol de las brujas’, que mencionábamos con intención. Del padre de ‘Crónicas Marcianas’ o ‘Fahrenheit 451’, Ray Bradbury, esta aventura en apariencia infantil cuenta con un tercer acto tan implacable como bello y que, simple y llanamente, no entendemos por qué no está en la más absoluta cumbre de la literatura.

Por brujas no será y por libros, con el aval de Minotauro, tampoco. Cerramos con otra resonancia bíblica de otro gran maestro: "La manzana no puede ser vuelta a poner de nuevo en el árbol del conocimiento; una vez que empezamos a ver, estamos condenados y enfrentados a buscar la fuerza para ver más, no menos". Arthur Miller, a propósito de 'Las brujas de Salem' (1953).

Imágenes | Minotauro; pintura de 'Lilith' (1887) de John Collier. Portada: 'El aquelarre' (1789) de Francisco de Goya.

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