No todos los días se estrena en librerías uno de esos libros que marcarán una nueva forma de narrar. 'Venezuela' es la crónica —en clave cómic— y el testimonio periodístico de Ángel Sastre, reportero extremeño que lleva más de 15 años recorriendo el mundo y cubriendo todo tipo de conflictos: ha explorado el Amazonas más violento, el desarme de las FARC, escribió sobre los matrimonios infantiles en Bangladesh y sobrevivió al secuestro de Al Nusra, filial siria de Al Qaeda, que lo mantuvo 299 días aislado del mundo. 'Venezuela' es también el mejor trabajo conceptual del guionista Jon Sedano y el dibujante Guillermo Fajardo.
La muerte de Hugo Chávez en 2013 y el ascenso de su vicepresidente, Nicolás Maduro, en 2015; las protestas y manifestaciones contra un gobierno deshumanizado; el amor encontrado y perdido; la pobreza extrema que empuja a miles a sus rincones más oscuros, ejecutando secuestros exprés, prostituyendo y drogando a quien haga falta; un puzle de emociones a flor de piel extremadamente humano y, sobre todo, fidedigno con lo vivido.
Podríamos decir que 'Venezuela' también son 152 páginas a todo color con portada cartoné, pero le haríamos un flaco favor. Porque ‘Venezuela’ es similar al mito de la Caja de Pandora. Pocas veces en tan escasas páginas se concentra tanta vida y tanta muerte, tanto amor y tanto miedo. Pero mejor que nos los cuenten sus autores. La que sigue a continuación es la entrevista más profunda, por exhaustividad y dureza, que hemos llevado a cabo en esta sección. De Venezuela se habla mucho y mal y esta novela gráfica es un relato exclusivo desde dentro, una mirada única que narra lo que escapó a los ojos del mundo.
Qué es 'Venezuela'
Comencemos por una pregunta de rigor, ¿de dónde nace y cómo se gesta esta novela gráfica?
Jon: La idea surgió en 2017, poco después de la liberación de Ángel, cuando vino a la Universidad de Málaga a dar una charla. Tomando unas cañas después le propuse llevar sus historias a formato cómic y así empezó a gestarse un primer proyecto —’La batalla de Mosul’, que publicamos en El País Semanal— y, tras éste, llegó ‘Venezuela’, que se lo propusimos a Planeta.
Ángel: Sí, Jon se acercó con los libros de Joe Sacco y me dijo "tus historias podrían ser dignas de estar plasmadas en un cómic". Yo desde chico ya era un gran aficionado a los cómics, mi padre me leía Tintín y siempre soñé con convertirme en un personaje de cómic y de plasmar mis historias en este formato. Venía dando vueltas a esta idea pero fue Jon el que se acercó a mí, que es un gran forofo y experto en cómic y guiones, quien me dijo que esta nueva narrativa sería el elemento perfecto para plasmar el tema.
Más allá de Joe Sacco, de sus historias de Bosnia y Palestina, ¿qué otros referentes hay para quienes busquemos lecturas adicionales a ‘Venezuela’, al cómic periodístico?
Jon: hay unos cuantos. Guy Delisle (Pyongyang), Carlos Spottorno y Guillermo Abril (La grieta), Sagar Fornies y Jorge Carrión (Los vagabundos de la chatarra), Emmanuel Guibert (El fotógrafo), Susanna Martín y Miguel Á. Giner (Ofensiva final) y muchos otros.
Absolutamente todo es realidad, es periodismo, todas las viñetas han sido extraídas de fotogramas. No hay lugar para la invención
Dentro del cómic se combina dibujo, en un estilo marcadamente americano, con fotos. Pero estas fotos aparecen en contadísimas ocasiones. ¿A qué responde esta decisión artística?
Ángel: Que el lector entienda que absolutamente todo es realidad, es periodismo, que todas las viñetas han sido extraídas de fotogramas. No hay lugar para la invención. Ahora bien, el cómic te permite generar escenas como panorámicas o planos picados. Jon peleó mucho por ese concepto, que las fotos no sobresaltasen o quedasen mal sobre el conjunto pero sí que aparecieran.
En cierta medida recuerda a Frank Miller: ágil y rápido. No en vano son 15 años de vivencias concentrados en menos de 150 páginas. ¿Temisteis no tener espacio para “sutilidades”?
Jon: Sí, de hecho hay varias referencias al trabajo de Miller, desde la directa con la viñeta que simboliza a '300', hasta el capítulo dedicado a Karina donde quise que fuera entero en blanco y negro manteniendo el rojo o azul según la necesidad narrativa. El cómic empieza de forma más o menos calmada y se va acelerando según la situación comienza a ser más extrema, algo similar a las historias de Miller. Y aunque tenía margen de maniobra para la extensión de páginas, sí que tuve que dejar a un lado aspectos más pausados para poder incluir todo lo que consideraba relevante.
De hecho, y sin que suene como eufemismo, la composición de escenas es muy Marvel. Igual que el uso del color en algunos cielos, rojizos y apocalípticos.
Ángel: No es un eufemismo, es lo que buscábamos. El cómic periodístico es muy simplista, muy lineal, muy en blanco y negro. A veces es el propio periodista el que dibuja sus obras. Nosotros queríamos algo mucho más potente visualmente: el color, el fuego, los escuderos. Creo que daba para un estilo propio del superhéroe y no se había usado en el periodismo. Por eso buscamos a Guillermo Fajardo.
Además, los escuderos utilizaban tácticas dignas de los soldados griegos o de los romanos. Cuando hacían esa tortuga, como los troyanos, prácticamente entre los escudos no quedan huecos para que entre nada. En el caso de los romanos hacían frente a flechas y lanzas. Los escuderos lo hacían para evitar balas y perdigones.
Violencia gráfica
El lector medio de cómic ha crecido con violencia: desde Sin City hasta Faust, pasando por Preacher y llegando a cotas como los últimos Crossed. Sin embargo, en ‘Venezuela’ esto es distinto, es la traslación de una realidad. Y hay escenas de una violencia gráfica abrumadora. ¿Se consideró otro estilo, otras concesiones para acercar esta novela a otros públicos potenciales?
Jon: Se ha tratado de utilizar un estilo artístico cercano al comicbook para diferenciarnos de los cómics periodísticos que hay en el mercado, así como para acercarnos a un público más afín a este tipo de cómics. El color y la violencia que se plasman aquí dejan de ser ficción para convertirse en realidad, todo ello potenciado por el uso de fotografías en ciertas páginas.
Encajaría en la línea de Aftershock. Ángel, ¿tú también has dibujado y bocetado escenas o todo ha sido trabajo de Guillermo Fajardo?
Ángel: No, no, es todo trabajo de Fajardo y Juancho Vélez. Yo lo que hacía era dar el visto bueno. Coordinaba los guiones con Jon para las adaptaciones de mis crónicas, revisábamos dudas que tenía sobre el terreno y concretábamos antes de pasar el dibujo. Luego Jon hablaba con Fajardo, hacían sus bocetos, los veíamos y luego ya concretaban el color con Juancho Vélez.
Marcha tras marcha, muerte tras muerte. Era todo así de convulso y caótico, noches y días de amor y de guerra
¿Y quién se encargó del orden de los episodios? Porque a veces parece caótico.
Ángel: Fue Jon. Elegimos las historias de máximo potencial que podían encajar en esa mezcolanza, en ese crisol. Hay algunos órdenes cronológicos, como la entrada por el Desierto de la Guajira. Las protestas tenían que aparecer cuanto antes porque era el momento en el que yo aterrizaba al país. Pero sí, el guión es de Jon y el orden también.
Era así de caótico como aparece en el cómic. Si bien había momentos de descanso, era un sinvivir en el sentido de que llegabas al hotel después de pasar un día en una marcha de tragar gas y polvo y ya estabas pensando en organizar el día siguiente, “he quedado con tal”. Porque a veces era una repetición, marcha tras marcha, muerte tras muerte, aunque suene así de duro. Era todo así de convulso y caótico, noches y días de amor y de guerra. No había momentos de descanso porque ahí estaban los Servicios Secretos de Inteligente, el SEBIN, persiguiéndote de hotel en hotel.
El coste emocional
Ángel, tu voz en off impregna todo, eres el protagonista de una crónica relatada en primera persona. ¿Decidisteis desde el principio seguir esta línea u os planteasteis otras posibilidades, como la de un narrador omnisciente o un protagonista visto con cierta distancia, en tercera persona?
Ángel: Fue siempre así de directo y visceral. En realidad, el formato es una adaptación de mis coberturas, pero Jon me ha abierto en canal. Mis conversaciones con él iban más allá de la crónica que se plasmaba en televisión o en el diario. Él sabía lo que pasaba cuando yo llegaba al hotel. Sabía cómo me enamoré, lloré y me apasioné en Venezuela y dejé una parte de mí, que sigue allí, latente.
Es un retrato muy visceral de cómo vivo el periodismo, como me mimetizo y me convierto en uno más. No soy el típico cronista que llega, sustrae las historias y se marcha. Siento lo que ellos sienten, se produce una especie de simbiosis, de fusión. Y es algo que no puedo evitar, porque no sé si es bueno implicarse tanto en las historias, porque trae consecuencias. Y eso es todavía con lo que estoy lidiando. Jon solo lo narra. Y está bien, porque si no acaba siendo un simple libro de batallitas.
Hay un coste emocional, claro.
Ángel: Emocional y psicológico. Sobre todo cuando muchas historias tienen un final tan fatídico y triste. Pero yo me quedo siempre con este fondo de alegría de los venezolanos, de todo lo que me llevo del pueblo tan noble, de las valquirias y guerreros que eran los estudiantes que me acompañaban. Me quedo con la parte positiva. Pero bueno, en este libro están retratadas ambas facetas: historias muy crudas, muy salvajes que son reales y continúan, si bien ya no hay estallidos sociales.
¿Es ‘Venezuela’ una forma de exorcizar tus recuerdos?
Ángel: No, no. Todo el mundo me dice que si es una especie de catarsis. Mi problema es que no sé hacer catarsis. Yo ansío estar otra vez allí, volver.
Tu "hermosa adicción". Entonces no hay moraleja ni moralina, no hay mensaje final educativo. Es un documento periodístico, que relata los hechos tal cual.
Ángel: Precisamente es más difícil así, el reto de no caer en la polarización política. Porque ya algunos nos han acusado de chavistas. Pero el libro no es chavista ni antichavista. El libro relata lo que pasa. Ni de un lado ni de otro. Cuando hablamos de Chávez, hablamos de su muerte, del proceso y de las misiones y de los planes sociales, de la sucesión de Maduro, etcétera. Si alguien dice que no hay insumos en los hospitales, yo no tomo partido: a mí lo que me importa es la gente que no tiene insumos. Si tengo que contar que los niños rebuscan en la basura y en las cloacas para hallar alimentos —o resguardarse en las cloacas de las alcantarillas para resguardarse de los peligros de la noche—, no hablo de izquierda ni de derecha. Aquellos niños han acabado muertos, por cierto. Hablo de la pobreza y de la desigualdad. Había un pueblo levantado contra un sistema. Yo no soy de ninguna otra parte que de la gente.
Hablo de la pobreza y de la desigualdad. Había un pueblo levantado contra un sistema. Yo no soy de ninguna otra parte que de la gente.
Pero tanto tu mirada personal como la de tu cámara tienen una posición política. ¿Qué piensas de esa sentencia que dicen algunos, que ninguna obra cultural “no deberían ser políticas”?
Ángel: Es muy difícil meterte a hablar de Venezuela sin que enseguida te encasillen. Obviamente yo tengo mi opinión sobre el gobierno actual, un gobierno al que le ocurre lo mismo que a todos los que duran demasiado. En cualquier país del mundo, cuando gobiernos o gobernantes se perpetúan demasiado, se toman licencia que no debieran y que paga el pueblo.
Eso decían hasta de los peronistas.
Ángel: Durante esos 15 años yo he estado viajando continuamente y Buenos Aires era mi base. Por eso yo cubrí América Latina entera, viajando continuamente con base en Buenos Aires. Por más freak que suene, durante mis vacaciones yo hacía otros continentes, es decir, otra vez guerras como tal. Aunque a mí me gusta la palabra conflicto, que es mi especialidad, no solo guerras, porque el conflicto abarca cambio climático, estados migratorios, indigenismo, género, desigualdad, etc. Eso, en América Latina… las venas siguen abiertas, que diría Galeano.
¿Cuántas coberturas abarca este resumen de 15 años?
Ángel: Seis o siete. Pero si bien muchas historias se sucedieron durante los meses que yo estuve allí empotrado, donde murieron decenas de estudiantes, otras muchas historias han sucedido en otras elecciones legislativas, durante la muerte de Hugo Chávez. Muchas son de tinte humano y son atemporales: están sucediendo ahora y sucedían hace cuatro, cinco o seis años. Era relativamente aceptable meterlas durante las protestas porque podían suceder en aquel momento y era una manera de encajarlas en ese puzle.
Así cubre más perspectivas.
Ángel: Claro, desde los perros en agua, es decir, los niños que, para sobrevivir, buscan en las cloacas los restos que la gente tira en sus inodoros, los paleros, los profanadores de tumbas, los sicarios, narcos o los secuestradores, la vida en las cárceles, los calabozos, la santería, insumos de hospitales...
Una cuestión de amor y confianza
Algunas de estas vivencias transmiten auténtico terror, escenas al límite que en cualquier momento podrían desencadenar una bala en la cabeza. El simple hecho de haber sobrevivido casi impone contarlo. Pero, ¿no temes alguna represalia?
Ángel: Hay momentos muy delicados como el del secuestrador exprés, en donde el riesgo a que el secuestrador se revuelva y acabes siendo uno de sus pajaritos, como él decía, era grande. Pero siempre vas con el máximo de seguridad posible. Minimizas los riesgos. Tienes una cadena de seguridad: si en un momento alguien avisa de tu desaparición, ya saben dónde estás. Y en las marchas, el sistema era protegerse, rodearse de un grupo de periodistas. Porque estaba rodeado de hienas, no sabías en quién confiar. Si en el paramilitar, el motorista, la Policía Nacional Bolivariana o los propios guayumberos que protestaban, que bajaban de los cerros… La única manera de permanecer unidos era mediante los Cascos Verdes, los jóvenes médicos que atendían a los protestantes.
La crónica periodística a veces tiende a la caricatura, o la ficcionalización, como en ‘Maus’. Vuestro relato es mucho más realista, una traslación directa. ¿Por qué habéis apostado por este tratamiento?
Jon: Por diferenciarnos de lo que ya existía. No queríamos hacer un cómic periodístico más, sino que queríamos hacer una obra que se desmarcara del resto sin olvidar su esencia, demostrando que se puede trabajar con muchos estilos a la hora de contar realidad. Por ejemplo, el uso de fotografías responde a la necesidad de mostrar que lo que se cuenta está documentado y es 100% real, potenciando la veracidad y el hecho de que los personajes que mueren o sufren en las viñetas no son simples dibujos.
Sin hacer mucho spoiler, hacia el final de la novela leemos “de puño y letra” una especie de carta epistolar sobre lo vivido. ¿Fue difícil guionizar y trasladar esos, de hecho, 15 años de vida, en tan poco espacio?
Jon: Sí, fue como tener un montón de piezas de un puzle que había que ir poniendo en su lugar. Opté por comenzar por las revueltas de 2017 y tirar de flashbacks para contar hechos pasados que ayudaran a entender la transición y evolución del país. Poco a poco le fui dando forma hasta tener un relato más o menos completo, que dividí en capítulos por facilitar la lectura a un tipo de lector que tal vez no esté acostumbrado a los cómics.
¿Se trabajó con documentación adicional además de la aportada por el propio Sastre?
Jon: Sí, a diferencia de los cómics de ficción, aquí todo tiene que estar contrastado. Cuando plasmo datos para entender la evolución histórica o el contexto de Venezuela, tuve que ir revisando fuentes fidedignas, que plasmo mediante notas al pie. Y cuando aparece un coche, un arma, una bebida, etc. iba buscando referencias de las que se utilizaban en ese momento en Venezuela, que le pasaba al dibujante para que las utilizara como base.
Karina fue ese gran amor y su episodio sirve como bello inserto, una pausa en mitad del caos que finalmente resulta quizá el relato más desolador y descorazonador: no hay escapatoria. Además, está justo en el centro y de alguna forma hace más duro continuar. ¿Estaba originalmente en esa posición, qué buscabais con ello?
Jon: Sí, decidí ponerlo ahí como punto de inflexión. Es un antes y un después dentro de la historia de Ángel, y eso se plasma en el resto de la novela gráfica. Desde ahí es un descenso hacia los infiernos, tanto en lo personal como en la selección de coberturas. Ese punto, unido a lo que se va narrando a continuación, lleva al lector a sumirse en el día a día de la dureza venezolana.
Después de haber presenciado auténticas carnicerías, Ángel, ¿tienes fe en esa sociedad venezolana? ¿Crees que puede escapar de esa espiral constante en la que llevan casi 60 años atrapados?
Ángel: En realidad ha ido a peor en el sentido de que ya no hay estallido social. La mecha ha sido apagada porque los estudiantes han tenido que salir pitando. Las familias vendieron todo para mandar a sus hijos afuera. Es un pueblo anestesiado por la situación y ha entrado en un siniestro bucle en donde no te queda más que intentar irte o aguantar y aceptar lo que hay. ¿Levantarse, un golpe de estado, una intervención internacional? Y menos ahora, con todas las miradas puestas en Ucrania.
Si tu único anhelo es comer y subsistir, no tienes tiempo para levantarte y protestar, ni que surjan estas ideas en tu cabeza.
Muchas rebeliones proceden de las universidades, donde hay cultura y son clases con más posibles. Si tu único anhelo es comer y subsistir, no tienes tiempo para levantarte y protestar, ni que surjan estas ideas en tu cabeza. Los estudiantes eran la esperanza y han conseguido ya no solo reprimirla, sino expulsarla. El país ha entrado en un estado de dictadura constitucional: controlas al Supremo, al Consejo Nacional Electoral, el Parlamento, anulas a la oposición y al Ejército. Un país a tu medida.
No hay visos de cambio, pero mi esperanza está en esos jóvenes que salieron afuera en un momento dado y vuelvan al país, que es su país, y propicien un cambio. Porque ellos son las bases, los cimientos, el futuro y el presente del país. Han tenido que irse, pero tienen derecho a un sistema democrático con todas las garantías que eso conlleva, con elecciones libres, con separación de poderes y con mucha más igualdad a nivel social. Yo espero que esos jóvenes vuelvan y reclamen sus derechos.
Jóvenes como Canserbero, ya asesinado. En el cómic aparece con una cita. Muchos estudiantes españoles solo saben de Venezuela lo que han oído rimarle a este rapero.
Ángel: Me gusta mucho el hip hop en español. Hay una nueva ola con El Prieto, como con Canserbero, Apache y otros. Más que una ola, una camada nueva. Es otra narrativa callejera y muchos raperos españoles están bien coordinados con los venezolanos. A veces la información de lo que ocurre en estos sitios llega por vías diferentes a las clásicas.
Echemos un ojo al futuro. ¿Hay intenciones de expandir esta idea como una saga, una especie de Tintín?
Jon: Todo depende de la recepción de esta primera obra. Material hay de sobra, pero hay que ver si es demandado. Eso sí, por parte de la editorial han quedado muy contentos con el trabajo publicado.
Ángel: Me gusta la idea de que esto se convierta en una saga, ya sea otro país y otro conflicto. Hay material de archivo. Ahora mismo estoy intentando sacar adelante tres proyectos con el cómic como enlace. El cómic ya forma parte de muchas series y te permite narrar con mucha más agilidad. Si, por ejemplo, quiero hablar de mis recuerdos de Siria, el cómic te permite hacer un flashback y trasladarte directamente a la escena. Permite a la animación volar y dota a las escenas de una originalidad especial.