El hoverboard apareció en nuestra actualidad como cuando lo hace en nuestras vidas: irrumpe ante nosotros deslizándose, dejando atrás nuestras bocas abiertas y llevándose nuestra mirada atónita. Se materializaba de la mejor manera posible una fantasía muy de película de nuestra infancia para pasar a ser algo cotidiano. Pero, ¿está nuestra realidad preparada para esa superproducción?
Tras la moda del hoverboard (el de "consumo", el de ruedas), no exenta de polémica, nos propusimos un reto con este híbrido entre monopatín y segway. Más allá de un análisis de producto, queríamos comprobar cómo es vivir con este aparato y utilizarlo en el día a día para ir a los sitios a los que acudimos en nuestra rutina, y concretamente lo hemos hecho con el Nilox Doc. Y tras ese tiempo yendo y viniendo con él a todos sitios, os contamos cómo fue la experiencia de movernos durante una semana con un hoverboard.
Día 1: vamos a hacer papeleos
La burocracia es algo que no nos suele gustar y que, por pereza o dejadez, solemos dejar para ese “otro día” que no llega hasta que no es urgente. Así que vamos a coger el toro por los cuernos y a librarnos de papeleos y citas diversas con la administración y otros compromisos que no conviene retrasar: las citas con el ayuntamiento y con nuestra salud.
Entrar en un ayuntamiento con hoverboard es, básicamente, misión imposible. La entrada es variable según el consistorio y las hay más o menos grandes y directas, pero habitualmente hay ya policías custodiando en la entrada. El hoverboard per se no pasa desapercibido, y acercarse con él hacia la puerta de un ayuntamiento es como entrar con bengalas; los guardias clavan la mirada en ti antes de atravesar el umbral, y tu reacción natural, pese a no estar haciendo nada malo, es la de bajarte automáticamente del aparato, apagarlo y entrar cargándolo cual radiocasete a hombros de un rapero de los 80.
Entrar a un centro de salud es más o menos lo mismo. La presencia de seguridad aquí es variable, y de haberla no está siempre en la entrada. Pero sea como sea la situación en este sentido, entrar sobre el micro-vehículo supone ser un peligro potencial. Como cabe pensar, el hoverboard se encuadra dentro de los patines y éstos no están permitidos en centros de salud, por lo que nos tocará de nuevo cargar con él hasta que lo abandonemos.
Día 2: vamos a hacer la compra, parte I
En la actualidad existen varios tipos de supermercados (tiendas, supermercados e hipermercados) y según de qué se trate podremos acceder más o menos. Hemos querido probar en al menos una de cada una de estas tiendas, y en general aquí el chollo también nos dura poco: en pasillos de productos no hay lugar para hoverboards.
Los hipermercados tienen la parte del mercado en sí y unos pasillos externos a modo de pequeña galería comercial con bares y tiendas de terceros (independientes del mercado). En estos casos podemos desplazarnos sin problemas por estos pasillos externos, dependiendo ya de cada tienda el que nos dejen entrar o no con él (aquí no tuvimos problemas). El personal de seguridad nos explicó que ni dentro del mercado ni en el pasillo que queda en la salida del mismo (de las cajas) no está permitida la circulación con patines, patinetes y demás, entrando el hoverboard en este grupo.
Día 3: vamos a hacer la compra, parte II
No sólo de alimentos vive el ser humano (pero casi). Además de ir al supermercado, en nuestra rutina es habitual ir a distintos tipos de comercio. Y la situación vivida en cada establecimiento entrando con el hoverboard también difiere en cada caso.
Fuimos a la farmacia con la clara intención de que no nos dejasen entrar (lo admitimos). Pensamos que el que suela haber numerosos expositores y aparatos como básculas y tensiómetros nos hacía pensar que íbamos a ser de nuevo un peligro potencial. Pero no fue así, no al menos en la que probamos. La farmacéutica nos dijo que no importaba y que de hecho previamente a nosotros había entrado una niña con una bicicleta (la cual, en una improvisada y muy personal escala de caos potencial, se situó por encima de nosotros).
En la mayoría de pequeños comercios, de hecho, no nos han puesto pegas (casi las teníamos nosotros mismos al ser bastante difícil, por ejemplo, seleccionar frutas y pesarlas). No vamos a mentir: entrar a uno de ellos con el hoverboard es un imán de miradas y un detonante de silencios o cuchicheos. Pero lo cierto es que tras eso normalmente no nos han llamado la atención, como mucho alguna pregunta curiosa. Comprar zapatos o maquillaje con hoverboard no es cómodo, pero es posible.
Día 4: tecnología versus tecnología, fight!
Aunque un hoverboard no es algo que implique una maquinaria muy compleja, lo cierto es que el perfil de usuario medio suele tener al menos curiosidad por la actualidad tecnológica y por probar lo que va saliendo. ¿Qué ocurre si vamos a un establecimiento de venta de tecnología montada sobre ella?
Pues que no pasamos del umbral de la puerta. De nuevo aquí somos una amenaza, sobre todo en las tiendas que disponen los dispositivos sobre las mesas bastante expuestos para que puedan ser probados por los clientes. Si bien no nos han sabido decir si hay una normativa al respecto tanto de estos aparatos como de patines en general, desde el primer momento no nos permitieron pasearnos con el hoverboard entre móviles, ordenadores, tablets y otros dispositivos electrónicos.
Día 5: no es raíl para hoverboards
Puede que en nuestra rutina se encuentre el tomar el transporte público en algún momento. Aquí la cosa está clara si en nuestro caso hemos de acabar en el autobús, dado que es imposible subir con el hoverboard y desplazarse a través del estrecho y habitualmente ocupado pasillo con él puede ser casi imposible según lo lleno que esté el vehículo. Por no hablar, además, de lo molesto que podría ser para otros pasajeros.
El tren tampoco es amigo de estos patines motorizados. Si bien al vagón podemos subir con él como quien sube con la bicicleta, una vez arriba tendremos que cargar con éste (y no es ligero ni mucho menos). En la estación no nos han prohibido estar con él, aunque en las subterráneas no nos han quitado el ojo de encima y hemos optado por ejercer de humano normal y descansar del patín.
Día 6: de centro comercial a centro comercial, y hoverboard al hombro porque me toca
Ir de compras con un hoverboard es per se un reto si somos especialmente aficionados a eso de volver a casa con una buena colección de bolsas de papel a medida que vamos acumulándolas. Pero esto en realidad no es demasiado fácil, ya que en muchas galerías comerciales hay normativa con respecto a patines y patinetes y aquí suele englobarse nuestro "medio de transporte".
Así, como ocurre con los supermercados, también hay varios tipos de centro comercial: cerrados, en abierto o tipo poblado. En éstos últimos hemos podido circular sin problemas, eso sí, por lo que son las "calles", pero no ha ocurrido mismo en los centros comerciales abiertos y cerrados. Aquí nos encontramos la señal que prohibía los patines directamente en la entrada o, como ha venido siendo habitual, hemos sido el centro de atención de la mirada del personal de seguridad y tras nuestra "triunfal" entrada en el recinto han acudido a solicitar que no podíamos circular con ello en los interiores del centro.
Día 7: por fin, sol y relax (sobre ruedas)
Siendo honestos, llamar "pasear" a nuestro desplazamiento con el patín motorizado es una especie de auto-engaño, pero lo cierto es que resulta bastante placentero y relajante dejarse llevar por este pequeño aparato, especialmente si es domingo y nos hemos ido a la playa. Aquí de nuevo da lo mismo que sea uno de los centros turísticos más importantes de la comunidad: atravesar el paseo con el hoverboard va a suponer ser el centro de las miradas y la comidilla de la gente que dejamos a los lados.
En este caso no somos ningún peligro y no existe ninguna norma que nos impida surcar la brisa marina con nuestro hoverboard, aunque nos encontremos en medio de uno de los típicos mercadillos que se montan o vayamos por la zona de terrazas y tiendas (algo que pudimos preguntar tanto a la Policía local como a la Guardia Civil). Eso sí: como ocurría con los pequeños comercios, el poder entrar con el hoverboard a un establecimiento dependerá del mismo, y en algunos sitios puede que no podamos circular con él, como en los restaurantes (algo que lógicamente se extiende más allá de los de la playa).
¿Es factible hacer vida normal con un hoverboard?
Siendo realistas y sobre todo prácticos, es muy difícil imaginar llevar una rutina "estándar" con un hoverboard. El simple hecho de desplazarnos al trabajo o a algunos de los establecimientos que hemos citado ya supone en la mayoría de las veces una complicación debido a las distintas superficies y a los cambios de rasantes (no podemos subir/bajar rampas de más del 30% de inclinación y el eje longitudinal no puede inclinarse más del 10%). Algo que, de hecho, nos vale a la perfección para ver qué zonas y comercios suponen aún barreras arquitectónicas para quienes se mueven con sillas de ruedas o carros.
En zonas nuevas y paseos nos encontramos con pavimentos habitualmente lisos o con baldosas cuyos surcos no implican mucho problema (salvo un posiblemente molesto castañeo de nuestros dientes debido a los pequeños saltos). Pero aún así hemos de ir con mucha precaución cuando los suelos son pulidos, encerados o cuyo coeficiente de rozamiento es menor, dado que es más fácil que patine una o las dos ruedas.
No hemos ido con él bajo la lluvia por motivos obvios, pero sí después, y la experiencia no es nada segura ni recomendable. Tampoco suelos arenosos o arcillosos, algo que encontramos en jardines y parques de manera habitual.
El aparato en sí no supone ningún problema salvo el peso. Se trata de un dispositivo de 10 kilogramos, es decir, como cargar con dos garrafas de agua (de 5 litros) cada vez que por lo que fuese no pudiésemos desplazarnos con el (como, por ejemplo, en los centros comerciales). Algunos incluyen una funda que tiene dos asas para poderlo llevar (a lo bolsa de deporte), pero acaba siendo agotador si nos pasamos varias horas con él.
Eso sí, lo que no habría que olvidar tampoco es la batería. Normalmente se trata de trayectos pequeños a lo largo de la jornada y suele aguantar bien el día e incluso más según el tiempo total que lo usemos (según el fabricante, la duración media son 2 horas, pero esto sería yendo con él continuamente). De hecho, cuando avisa de que el nivel de batería es bajo podemos apurar bastante y hacer incluso un par de kilómetros más. Por tanto, si en nuestro día lo vamos a usar durante horas y es itinerante tampoco nos deberemos olvidar del cargador, y esto es "un trasto más" a llevar encima.
De lo que tampoco nos libraremos jamás es de ser el centro de atención (como hemos comentado ya en alguno de los casos). Pese a haber sido noticia en su momento y a que a la gente sí le es en ocasiones familiar, ir en hoverboard en una ciudad actualmente es un reclamo para la curiosidad del resto de viandantes y es raro que no se nos pregunte por la experiencia o por el precio. Probablemente estemos preparados para él (con más o menos confianza se le coge el truco pronto), pero el mundo no lo está el hoverboard.
En Xataka | Hendo nos enseña en funcionamiento lo que realmente es un hoverboard
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