Un día cualquiera, varios años después de empezar a trolear en redes sociales y foros, Alberto se arrepintió de todo lo que había hecho y decidió borrar su rastro en internet. Eliminó la cuenta falsa de Twitter desde la que boicoteaba a otros usuarios, cerró el perfil de YouTube en el que tenía vídeos en los que aparecía su cara y fue editando, uno a uno, los comentarios ofensivos que había hecho en distintos foros que no permitían suprimir las publicaciones.
Alberto -nombre escogido por la fuente para preservar su anonimato- había participado en troleos masivos contra perfiles de YouTube y Twitter, había subido vídeos “haciendo el tonto” en los que mostraba la cara e hizo montajes fotográficos para burlarse de diferentes personas, y aquel día pensó que todo eso estaba mal y podía volverse en su contra.
“En su momento hacías esas cosas y no pensabas en las consecuencias. Hemos sido la primera generación que ha crecido con internet y en 2008 o 2009 no te lo tomabas en serio porque no parecía real. Pero ahora lo abarca todo. Cuando me di cuenta de que en internet el pasado siempre te va a perseguir, borré todo lo que había hecho, incluso mi canal de YouTube en el que no había nada ofensivo”, explica.
Alberto nunca actuaba solo. Formaba parte de un grupo de amigos que hacían vídeos en YouTube y empezaron a hacer lo que denomina como ‘troleo defensivo’: si alguien atacaba a uno de los componentes del grupo, todos contraatacaban con contundencia. Sin embargo, con el tiempo se aficionaron a boicotear perfiles de redes sociales por diversión.
“Detrás de estos comportamientos existen una gran diversidad de motivos. Algunos adolescentes pueden hacerlo como un juego o una broma, otros por impulsividad, y también porque encuentran algún tipo de gratificación. En otros casos la motivación es de índole social, como la presión, la necesidad de ser aceptado en el grupo o la gratificación de sentirse parte de un movimiento que tiene una finalidad común”, explica Manuel Gámez-Guadix, profesor de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid.
A Alberto esa gratificación de sentirse parte de un grupo, sumada a la diversión que le proporcionaba el troleo como broma, fue lo que le llevó a convertirse en un trol de internet. En el caso de Antonio -nombre escogido por la fuente para preservar su anonimato-, las motivaciones fueron parecidas, pero el arrepentimiento le llegó antes y por las malas.
Cuando el troleo se vuelve en contra
Antonio empezó a trolear mucho antes que Alberto, con 15 años. Según explica, para él internet fue una salida a la marginalidad de la que era víctima en el mundo real. “No era muy popular ni en la calle ni en el instituto, y vi en internet una vía para ser quien yo quería sin miedo al rechazo. Al principio mi actividad era normal, pero después descubrí a los trols, me hacían gracia y también me hice trol”, explica.
Durante un tiempo, Antonio se dedicó a boicotear diferentes sitios web. En aquel tiempo, entre 2004 y 2006, algunas redes sociales como Facebook -2004- acababan de nacer y otras, como Twitter -2006- o Instagram -2010- no existían, por lo que el troleo se concentraba en los foros. Al principio actuaba por su cuenta o siguiendo a otros usuarios, pero con el tiempo se granjeó un nombre y llegó a coordinar y dirigir muchos ataques.
"Haces algo en el instituto y te echan la bronca, haces una trastada en casa y te castigan. Pero en internet te pueden joder la vida”
“En la vida real no era nadie, pero en internet podía llegar a ser el protagonista. Lo que más me gustaba era generar polémica alrededor de cualquier tema. Llegó un momento en el que tenía varios nicks porque me baneaban. Organizaba troleos a distintos foros, poniendo tonterías simplemente por joder, y nos coordinábamos por Messenger”, señala.
Pero el trol fue troleado. En un foro paralelo a uno mayor que habían creado unos usuarios descontentos, alguien se hizo pasar por él y empezó a hackear las cuentas de Messenger de los miembros de ese sitio alternativo. Las víctimas creyeron que realmente había sido Antonio y amenazaron con denunciarle. Era 2006, tenía 17 años y el mundo se le vino encima.
“Pensé que me iban a denunciar de verdad, que iría a la cárcel. Tenía miedo de que se enterasen mis padres, pensé que ya no podría ir a la universidad. Eso me llevó a cometer el mayor error de mi vida”, explica.
Desesperado por no poder demostrar que él no estaba detrás del hackeo, decidió disculparse por algo que no había hecho a través de un vídeo de YouTube. A cara descubierta, pidió perdón por el daño que hubiese podido causar, reiteraba que él no había sido y rogaba que no le denunciasen. Pero el trol volvió a golpearle.
“Cogieron ese vídeo y lo manipularon, poniendo en mi boca cosas que no había dicho, haciendo como el que lloraba, en definitiva, riéndose de mí. Y encima lo difundieron por varios foros. Entonces me obsesioné con la idea de que llegase a mi pueblo, a mi barrio. Me aterraba que eso pudiese pasar. Empecé a pensar que la gente que me miraba por la calle me reconocía por el vídeo. Por eso me volví más introvertido, más huraño, perdí totalmente la autoestima”, señala. Así, del miedo a la denuncia pasó a la vergüenza por el escarnio público.
“Las consecuencias psicológicas de una exposición como esta pueden ser depresión, ansiedad, miedo, estrés postraumático, baja autoestima, consumo de sustancias como forma de evadirse o ideación suicida, entre otros problemas”, explica Gámez-Guadix.
Arrepentimiento por las malas
Si a Alberto el arrepentimiento le había llegado con el tiempo, cuando vio que hacer trastadas por internet podía perjudicarle en algún momento, a Antonio le vino por las malas.
“Desaparecí del mapa, borre mis cuentas en los foros, dejé de trolear y me obsesioné con las visitas que tenía ese vídeo en el que me humillaban. Lo pasé fatal, e incluso dejé de salir a la calle durante varios días. Ahora lo miro y me parece una tontería, lo veo desde otra óptica y no me parece un drama, pero es algo que me ha marcado y me afectó mucho entre los 17 y los 23 años”, señala.
A pesar del mal trago que le supuso durante mucho tiempo, Antonio considera que tuvo suerte. Subraya que, pese a todo, salió relativamente bien parado porque su vídeo no se viralizó y sólo fue algo grave en su cabeza.
“Los adolescentes deben ser conscientes de los riesgos de internet. El anonimato no existe, aunque parezca que sí. Y es un entorno en el que todo puede escapar a tu control. A esas edades estamos acostumbrados a que todas las consecuencias de nuestros actos sean limitadas: haces algo en el instituto y te echan la bronca, haces una trastada en casa y te castigan. Pero en internet te pueden joder la vida”, subraya.
En este sentido, el profesor Gámez-Guadix señala que aún hoy, pese a que somos mucho más conscientes de los riesgos de internet que en los primeros años del siglo XXI, “existe poca información sobre el ciberbullying, el online grooming, el hate speech, la sextortion, la pornovenganza, etc. Fenómenos relativamente frecuentes y para los que aún son escasas las iniciativas de información y prevención. Es necesario avanzar en la intervención sobre estas problemáticas desde los ámbitos políticos, sociales, científicos y profesionales”.
Troleos locales y ciberbullying
El mundo del troleo en internet es amplio y abarca muchos ámbitos. En los casos de Alberto y Antonio se trataba de boicoteos a gran escala contra desconocidos y amparados en el anonimato. Sin embargo, este fenómeno se da también en ámbitos reducidos, entre personas que no ocultan su identidad y que, en algunos casos, llega al ciberacoso.
Es el caso de Alejandro -nombre escogido por la fuente para preservar su anonimato-, quien troleaba a sus amigos en los ya extintos Tuenti o Messenger y en YouTube.
Hacía montajes fotográficos en tono humorístico, subía fotos y vídeos en los que sus conocidos salían mal, borrachos o “haciendo el tonto” para divertirse, etiquetaba a gente en publicaciones de personas que no conocían, saturaba muros con comentarios por la noche y suplantaba la identidad en Messenger para gastar bromas.
"Hay que tener claro que lo que se haga en internet lo puedes arrastrar el resto de tu vida”
Él era más celoso con su intimidad de lo que fueron en su momento Antonio o Alberto, pues nunca era el protagonista del contenido que subía. Pero sí lo eran sus amigos cercanos. Por lo que, una vez superada la adolescencia, decidió borrar gran parte del contenido por si podía llegar a perjudicar a sus conocidos.
Alejandro no se muestra tan arrepentido porque, subraya, eran sólo bromas entre amigos y en ningún caso iban más allá de eso. Sin embargo, sí especifica que había otras personas que, en su mismo ámbito, usaban Tuenti o Messenger para hacer bullying a conocidos de su barrio o del pueblo.
Pone como ejemplo el caso de un usuario de Tuenti que se dedicaba a etiquetar a muchas personas en la foto de un solo chico, al que sistemáticamente todos le hacían comentarios ofensivos. Y subraya que lo hacía con su cuenta personal, exponiéndose, sin pensar que eso pudiese perjudicarle lo más mínimo ni mostrar arrepentimiento tiempo después.
“Cuando existe el temor a posibles castigos o represalias es más probable que el agresor se ampare en el anonimato online. En contextos en que las represalias sean improbables, el anonimato tiende a disminuir”, explica el profesor de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid.
Vergüenza generalizada
Los casos que aparecen en este reportaje son diversos, pero en todos se repiten dos constantes: el arrepentimiento, en mayor o menor medida, y la vergüenza. Las tres personas que han accedido a contar sus vivencias en internet han pedido aparecer bajo seudónimo porque no quieren que se sepa lo que hicieron. Otras tantas consultadas por Xataka han rehusado hablar.
Todos ellos llevaron a cabo sus troleos y gamberradas en internet cuando apenas había consciencia del alcance y peligro que conllevaba. Y aunque borraron gran parte de su rastro en la red de aquella época, confiesan que hay cosas que no han podido eliminar.
“Yo conseguí que YouTube borrase el vídeo en 2011 [se había subido en 2006]. No lo hice antes porque temía que al ser eliminado varias cuentas lo volviesen a subir y se multiplicase. Pero después de tantos años aún quedan cosas, porque borrar todo el rastro es imposible, aunque lo intenté. La huella en internet es muy difícil de eliminar, por no decir imposible. Hay que tener claro que lo que se haga en internet lo puedes arrastrar el resto de tu vida”, explica Antonio.
Por eso, Manuel Gámez-Guadix subraya que es importante educar a los menores en una serie de principios sobre el uso de internet como la responsabilidad y la concienciación acerca de los riesgos que puede conllevar, el respeto a los demás usuarios y dejarles claro que los principios éticos que rigen nuestras interacciones cara a cara también deben imperar en nuestras conductas online.
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