En 2009 Dereck Grow, un granjero de Devon, al suroeste de Reino Unido, tuvo una idea tan peregrina como prometedora en apariencia: importó desde Bélgica una docena de vacas y toros gigantes "nazis", también conocidos como ganado de Heck. Lo hizo —explicaba por entonces muy ufano a medios como la BBC— porque estaba convencido de que ayudarían a la conservación de las praderas británicas. El intento le salió rana. Seis años después, Grow volvía a ser noticia porque se había visto obligado a sacrificar a la mitad de su rebaño por la agresividad de los animales.
La experiencia de Grow y sus vacas del III Reich suena a guion de peli de sábado tarde; pero lo cierto es que es real y está relacionada con uno de los proyectos más delirantes de la ya de por sí delirante Amenia nazi: el intento de recrear en el bosque de Białowieża, en Polonia, un ecosistema basado en la filosofía del Lebensraum, el idílico espacio vital germano; y en el poema épico medieval Nibelungenlied. Para conseguirlo, no dudaron incluso en intentar revivir especies ya extintas y dar forma a una suerte de —si seguimos con las metáforas cinéfilas— Jurassic Park nazi.
¿Pero llegó a existir ese Jurassic Park del III Reich?
¿Y qué son las vacas gigantes "nazis"?
Vayamos por partes.
Objetivo: resucitar al uro
En la década de 1920, antes de que Hitler llegase al poder, Heinz y Lutz Heck, dos zoólogos alemanes, tenían un sueño: querían "resucitar" al uro (Bos primigenius primigenius), una especie de toro salvaje de enorme tamaño —rondaba la tonelada y media de peso y su cruz levantaba a la altura de un hombre— que llevaba extinguida desde el siglo XVII por la caza y la competencia del ganado. En gran medida, el interés de Lutz enraizaba en la fascinación por el pasado alemán mítico, épico, el mismo que se relata con un buen aderezo de fantasía en los versos del héroe Sigfrido.
El problema es que cuando los Heck se pusieron manos a la obra faltaban décadas aún para el descubrimiento de la doble hélice del ADN. ¿Cómo conseguirlo entonces? Pues revirtiendo más o menos el proceso de domesticación. Los Heck estaban convencidos de que el ganado moderno es descendiente de los uros, con lo que —pensaban— solo tenían que encontrar las "huellas" de su linaje perdido y recuperarlas. Con ese propósito, estudiaron pinturas rupestres, midieron cráneos y viajaron a la caza de especies que mostrasen las características que asociaban con los uros.
Para sus investigaciones, los Heck recorrieron el mundo y buscaron especies en las que creían identificar algunos de los rasgos del uro. Cada uno de los hermanos siguió su propia línea de trabajo. Lutz se fijó por ejemplo en los toros de lidia de España y Heinz echó mano, entre otros, de ganados corsos, húngaros y escoceses. Para mediados de los 30 ambos creían haber revivido a los antiguos toros salvajes europeos. De 1932 data el Glachl, el primer ejemplar de Lutz. A medida que crecía, sin embargo, el animal decepcionó a los zoólogos. El objetivo era reproducir el porte, la cornamenta y una actitud agresiva que asociaban con los uros y su capacidad para vivir en libertad.
Los años 30 serían sin embargo importantes por otra razón. En enero 1933 Hitler se convirtió en canciller y Alemania emprendió una deriva que —detalla Smithsonian Magazine— separó en cierto modo los caminos de ambos hermanos y marcó el futuro de Lutz. El mayor de los Heck se unió al Partido Nazi y logró hacerse amigo de Hermann Göring, peso pesado del Gobierno, comandante en jefe de la Luftwaffe y uno de los colabores más próximos a Hitler. Gran aficionado a la caza y con una pasión similar por el Lebensraum y el pasado mítico germano, Göring respaldó sus planes.
En 1938 el líder nazi nombró a Lutz Heck responsable del departamento de Protección de la Naturaleza y apoyó sus experimentos de crianza con toros, bisontes y tarpanes, caballos salvajes que se habían extinguido a principios del XX. Para demostrar que podían sobrevivir en libertad, sin el apoyo de los hombres, las criaturas llegaron a soltarse en el coto de caza del propio Göring, quien acariciaba la idea de emular las cacerías épicas del héroe Sigfrido. Faltaba, sin embargo, una pieza fundamental para alcanzar ese paraje mítico con el que soñaba el líder de la Luftwaffe: un escenario a la altura de los uros, un bosque digno de las aventuras épicas y las páginas del Nibelungenlied.
El escogido fue el impresionante bosque virgen de Białowieża, un territorio hoy repartido entre Polonia y Bielorrusia y hogar del casi extinguido bisonte europeo. Los planes de Göring parecían remontarse incluso a antes de la guerra. Se conserva una foto de 1937, dos años antes de que las tropas de Alemania se adentraran en Polonia, en la que se ve al dirigente nazi con Heck, en Berlín, frente a una maqueta en relieve de Białowieża repleta de figuritas de animales salvajes. Sobre el mapa, como adorno, descansa un cuervo alargado muy parecido a los del propio uro.
Hacia 1942 los enormes toros salvajes de Heck se liberaron en Białowieża, entre los osos, lobos, urogallos y los casi extintos bisontes europeos que ya poblaban la reserva, dando forma así a una suerte de Jurassic Park nazi muy en la línea de la filosofía de los dirigentes del III Reich. La historia del bosque polaco es sin embargo mucho menos divertida que la ficción de Steven Spielberg; y, por desgracia, igual de sangrienta. La creación de aquel ecosistema de cuño germano sirvió a los nazis como una justificación más para su campaña de odio, destrucción y asesinatos sistemáticos.
Bajo la bandera de la germanización y guardando un paralelismo trágico con la selección de razas emprendida por los propios Heck, los nazis persiguieron a todos aquellos habitantes de la zona que no cumpliesen con el estereotipo ario. Se cargó contra los judíos de Białowieża y el bosque sirvió de campo de batalla en la lucha contra la resistencia de Polonia y los partisanos soviéticos. A medida que avanzaba la contienda y las tropas aliadas ganaban terreno, también las criaturas "regeneradas" que durante años había mimado Heck acabaron siendo víctimas de la guerra.
El frustrado proyecto de "Jurassic Park" nazi no impidió que aún hoy, más de medio siglo después, sigan existiendo ejemplares de los conocidos como ganado o caballos de Heck. Ironías de la historia, gracias al ADN hoy sabemos que sus terneros estaban muy lejos genéticamente de los uros, tanto que se alejaron con respecto a algunas de las especies que usaron como punto de partida.
Con todo es muy probable que Lutz mirase con aprobación el carácter fiero de los toros que frustraron los planes del granjero de Inglaterra. Una prueba del carácter salvaje e indomable que él suponía a los uros; exactamente igual que los T-Rex de las películas de Steven Spielberg.
El deseo de revivir al uro salvaje, por cierto, sigue vivo y coleando.
Imágenes | Frank Vassen (Flickr), 4028mdk09 (Wikipedia) y Wikimedia
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