A mediados de la semana pasada los vecinos de las regiones norte y sureste de la provincia de Sichuan, en China, se toparon con dos drones zumbando sobre sus cabezas. Durante alrededor de cuatro horas las naves se dedicaron a cubrir una amplia región de firmamento como parte de una aún más extensa hoja de ruta de 6.000 kilómetros cuadrados que duró varias jornadas. Lo más llamativo no eran sin embargo los modelos, ni sus cabriolas bajo un sol achicharrante, sino qué buscaban: doblar el pulso de uno de los enemigos que desde hace ya un tiempo trae de cabeza al país.
¿Cuál?
La pertinaz sequía, que decían en su día en España.
Un poco de ayuda extra para las nubes. Los drones que sobrevolaban el cielo de Sichuan lo hacían siguiendo un plan trazado por el Centro Meteorológico de China (CMA) con un propósito bien definido: incentivar las lluvias de manera artificial y paliar la sequía que está sacudiendo la provincia. No era el primer intento, ni Sichuan el único escenario en el que se adoptaba el plan.
El diario The Global Times precisa que al menos una decena de regiones del centro y sur de China han recurrido a la conocida como “siembra de nubes” en un intento por combatir la ola de calor más intensa de, como mínimo, las últimas seis décadas. Según los cálculos del diario asiático, a lo largo de agosto —hasta la semana pasada— el país desplegó 91 vuelos que acumularon 260 horas y durante los que se activaron decenas de miles de medidas para incentivar las lluvias.
#China Meteorological Administration on Sat dispatched 3 aircraft to Danjiangkou Reservoir to conduct #artificial #rain enhancement, marking the first time the CMA has deployed aircraft to raise rainfall under the South–North Water Transfer Project. #Drought2022 #Heatwave2022 pic.twitter.com/80hetLz0xA
— libijian李碧建 (@libijian2) August 28, 2022
¿Y qué hacen exactamente? Lo posible para librar a China de las consecuencias de un verano particularmente seco y bochornoso, marcado por la ola de calor más intensa desde al menos 1961, año en el que se empezaron a recabar datos meteorológicos. La conocida como “siembra de nubes” no es nueva y ya se ha aplicado en otros puntos, como EEUU, Arabia Saudí o incluso en España, donde recurrimos a una filosofía similar para intensificar las lluvias o evitar granizadas.
En casos como el de China se liberan partículas de yoduro de plata u otros aerosoles en nubes con la suficiente carga de humedad para incentivar las precipitaciones. Eso en líneas generales. A la hora de llevarlo a la práctica, la ejecución es algo más compleja y depende en buena medida de cada tipo de nube. El despliegue puede completarse con rociado desde aviones, cohetes o incluso desde tierra. En China, The Global Times detalla que se han usado al menos 2.000 bengalas.
Pero… ¿funciona? Una pregunta fácil de formular, pero con una respuesta compleja. Sus impulsores defienden sus bondades, por supuesto. The Global Times, medio gubernamental chino, apuntaba que tras las maniobras de sembrado artificial el Centro Meteorológico había pronosticado lluvias en zonas del oeste y este de China y en los últimos días se registraron fuertes aguaceros en Chongqing y Sichuan, lo que no quita que las autoridades mantengan la alerta por sequía.
Que la siembra de nubes resulte determinante para incentivar las lluvias es, sin embargo, algo sujeto a debate. “No es tan simple y puede que no resulte tan prometedora como la gente desea”, recalcaba hace poco William R. Cotton, de la Universidad Estatal de Colorado. A modo de prueba, recuerda que los aumentos porcentuales suelen ser pequeños, resulta difícil saber si las lluvias se desencadenan por la siembra o son fruto de procesos naturales y los estudios suelen arrojar disparidad de cifras.
Un viejo conocido de China. Lo cierto es que lo echar mano de la tecnología para alterar la meteorología no es una novedad en China. El gigante asiático ya la ha usado antes para sus cultivos o refrescar ciudades. El país incluso hizo gala de un alarde técnico millonario hace solo unos meses para garantizar la presencia de nieve artificial durante los Juegos Olímpicos de invierno.
En 2017 el país, que afronta un serio reto por la desigual distribución de agua en su vasto territorio, llegó a tener sobre la mesa uno de los mayores programas de modificación meteorológica de la historia. El objetivo: aumentar las precipitaciones en casi el 10% de su superficie.
Lo que sí está claro: el objetivo. De eso no hay la menor duda. Lo que busca ahora China es afrontar la peor ola de calor de, como mínimo, las últimas seis décadas, con temperaturas extremas y un desplome en las precipitaciones. Motivos no le faltan. La escasez de lluvias supone un reto con claras derivas económicas: cosechas en riesgo, restricciones en el suministro eléctrico, apagones urbanos y paros forzosos en empresas, incluidas multinacionales, por problemas con la energía.
En el caso de Sichuan, donde más del 80% de la energía procede de la hidroeléctrica, el descenso en el nivel de los embalses supuso un severo varapalo agravado por el alza del 25% en la demanda para hacer frente, precisamente, a la ola de calor. Resultado: las autoridades se vieron obligadas a limitar o suspender el suministro de energía. Las restricciones afectaron a miles de fábricas y entre las empresas que se vieron obligadas a suspender operaciones hay multinacionales tecnológicas.
Imagen de portada | Chris Nagahama (Unsplash)
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