Las ciudades europeas apenas tienen rascacielos comparadas con las americanas o asiáticas. Hay un buen motivo

Quizás te hayas dado cuenta antes. Si has tenido la oportunidad de visitar grandes ciudades de Norteamérica, Asia u Oriente Medio tal vez te haya llamado la atención la cantidad de rascacielos que acogen. Su skyline es accidentado, muy distinto al que presentan la mayoría de urbes europeas. En el Viejo Continente tenemos grandes torres, claro, pero sin la profusión de otras latitudes.

La pregunta del millón es… ¿Por qué?

Repasemos las cifras. Más allá de las impresiones que pueda recabar uno al viajar por otros continentes, viene bien repasar los datos. Veamos. Si ojeamos el balance de Skyscraper Center comprobamos que entre las 30 áreas metropolitanas con más edificios que superan los 150 m de altura no hay ninguna europea. A la cabeza se sitúan Hong Kong (546), Shenzhen (353), Nueva York (304) y Dubái (241). Lo más próximo al Viejo Continente es Estambul, en Turquía, con 48, y Moscú, con 46. Para encontrar una ciudad más próxima hay que bajar a la posición 52º, ocupada por Londres (30), o a la alemana Frankfurt, en el peldaño 72º con 18 bloques de más de 150 m.

Los primeros puestos están copados por ciudades repartidas a lo largo de China, Emiratos Árabes, Estados Unidos, Japón, Malasia, Indonesia o Tailandia, lejos, muy lejos de suelo europeo.

Pocos y concentrados. Otra perspectiva la aporta The B1M, que en un reportaje titulado precisamente “¿Por qué Europa no construye rascacielos?” desliza un dato igual de curioso: de los 218 rascacielos construidos en el continente hasta al menos 2019, la inmensa mayoría, el 66%, se concentraban en un puñado de ciudades: Londres, París, Fráncfort, Moscú y Estambul.

En España no es fácil encontrar edificios que superen los 150 m. Suman más o menos una docena, una lista parca, en comparación con otros países, que encabezan construcciones como la Torre de Cristal de Madrid (249 m), Torre Cepsa (248,3 m), la Torre PwC (236 m) y Torre Espacio (224).

Cuestión de números. ¿Significa eso que en Europa no hay rascacielos? No. Solo en Londres la lista de Skyscraper Center, elaborada por el Council on Tall Buildongs and Urban Habitat (CTBUH), incluye 30 torres de más de 150 metros y 10 que superan los 200 m. En el distrito de Courbevoie, en Francia, un polo conocido precisamente por sus edificios, identifica otros 13. Lo que sí conviene tener presente es que esas cifras están muy lejos de las metrópolis asiáticas y americanas que encabezan el listado. Solo Shanghai suma 180 torres de más de 150 metros y Nueva York 304.

¿Y por qué? ¿A qué se debe esa escasa presencia, al menos si se compara con otros continentes? ¿Cuál es la razón de que, a pesar de su desarrollo económico y urbano y de ser núcleos densamente poblados, haya tan pocos rascacielos en Europa? ¿Por qué no nos aprovechamos de sus ventajas para rentabilizar el suelo? Para responder esas cuestiones hay que recurrir a la historia.

Como explican en The B1M, cuando hacia finales del siglo XIX los rascacielos empezaron a cobrar protagonismo en las grandes metrópolis estadounidenses, con Chicago y Nueva York a la cabeza, las urbes europeas mostraban ya entramados urbanos consolidados y salpicados por edificios históricos y espacios públicos con una zonificación homogénea. El “lienzo” urbano no era el mismo que el de otras latitudes y tampoco tan apremiante la demanda de espacio en los distritos más pujantes.

El factor cultural... y de identidad. El contraste se podría explicar por una cuestión cultural, de diferencias de identidades entre EEUU y el Viejo Continente que acabaron trasladándose al plano arquitectónico. El efecto devastador de la Segunda Guerra Mundial en algunas metrópolis europeas, como Londres o Berlín, abrió una oportunidad para un cambio de mentalidad y grandes rascacielos; pero la reacción fue entonces similar: en vez de apostar por bloques como los que se alzaban al otro lado del Atlántico, en Europa occidental se impuso el deseo de restaurar el patrimonio perdido.

En la decisión influyó también la menor presión poblacional. El valor simbólico tendría más importancia de la que podría creerse y explica en gran medida que la Unión Soviética, con la Guerra Fría como telón de fondo, optase por levantar grandes construcciones para visualizar su poder.

El ejemplo de Bruselas. Más allá de su valor cultural, el patrimonio europeo se traduce en visitas, turismo y riqueza. Compaginarlo con el desarrollo de grandes bloques no resulta sencillo. Quizás el mejor ejemplo lo deje el corazón institucional de Europa, Bruselas, que entre los años 1960 y 1970 padeció un desarrollo descontrolado que pecó de falta de respeto con su casco histórico, incluso con grandes edificios que se levantaron pegados o a costa de otros históricos. Lo allí ocurrido acuñó incluso un término: bruselización, neologismo que hoy empleamos con un matiz peyorativo.

La regulación y las restricciones en la planificación que se aplicaron en la segunda mitad del XX también complicaron que se levantasen grandes bloques de forma desordenada. Algunas ciudades incluso se dotaron de zonas específica para los rascacielos, lo que evita, entre otras cuestiones, que adulteren los espacios históricos o lleguen a alterar su paisaje. Ocurre con Canary Wharf, Londres, donde se levantan, entre otros, el One Canada Square, Landmark Pinnacle o Newfoundland; o el potente distrito comercial de La Défense, situado en el área metropolitana de París.

Imágenes: Jonas Tebbe (Unsplash) y Luca Micheli (Unsplash)

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