En gran sorpasso en Estados Unidos no va de siglas, colores políticos ni multinacionales, sino de drogas. Drogas reguladas y que pueden comprase en negocios con licencia, entiéndase. Aunque el proceso de legalización del cannabis es reciente e irregular en el país —no se acepta aún en todos los estados y a nivel federal se mueve en una nebulosa— su huella no para de crecer y en ciertos ámbitos eclipsa incluso al alcohol. Al menos esa es la lectura que dejan las arcas públicas.
Los datos correspondientes a la mitad del año fiscal de Massachusetts muestran que, por primera vez, ha recaudado más en tributos especiales sobre la marihuana que sobre el alcohol. Y con datos claros, además: los primeros sumaron 74,2 millones de dólares; los segundos, 51,3.
El tirón del cannabis. Los datos no reflejan tanto que los habitantes de Massachusetts sean poco dados a disfrutar de una buena copa —en 2020 un estudio determinó que el 21,2% de sus vecinos adultos consumía alcohol en exceso, tasa que supera con creces al 16,2% de la media nacional— como que cada vez lo son más a consumir hierba. O al menos a aprovechar la oportunidad que ahora les ofrecen las autoridades de hacerlo de una forma legal y abonando tributos.
Los datos de la Cannabis Control Commision (CCC) muestran que desde que se dio luz verde a la comercialización minorista, en noviembre de 2018, el monto de las ventas no ha parado de crecer y, aunque con algún altibajo, la curva del último año refleja un dibujo positivo. A lo largo de todo 2021 el estado recaudó alho más de 112 millones en impuestos especiales derivados de la venta de marihuana recreativa, lo que representa un 206% más de lo previsto en un inicio.
Una jugosa fuente de ingresos. Si se echa la vista algo más atrás y se suman todas las ventas minoristas acumuladas desde noviembre de 2018, el monto total ronda los 2,54 mil millones. A día de hoy, la marihuana de consumo adulto está gravada en las tiendas de Massachusetts con un impuesto estatal sobre el precio minorista del 10,75%, otro estatal sobre las ventas del 6,25% y una tasa local de carácter opcional de hasta el 3%. El sistema es ligeramente distinto al aplicado al alcohol, que además del 6,25% está gravado con cantidades fijas por cantidad.
En cuanto al nivel de consumo, e 2021 la CCC había otorgado 249 licencias finales y registraba la apertura de 112 negocios minoristas. Un estudio realizado con mayores de 18 años a finales de 2017, después de que se aprobase el uso recreativo de la marihuana pero antes de la apertura de las tiendas, mostraba que el 21,1% de los adultos de Massachusetts aseguraba haber consumido cannabis en los últimos 30 días, la inmensa mayoría (56%) sin una justificación médica. En otro estudio, algo más reciente, publicado 2020 con 403 encuestados —la mayoría del propio Massachusetts—, se concluía que el 37,5% aseguraba consumir la droga a diario.
Y de empleo, también. Además de ingresos vía tributo, la marihuana se está revelando una interesante fuente de empleo. Un informe divulgado en 2019 por Leafly y Whitney Economics concluía que la industria del cannabis era una de las que más había crecido a nivel laboral en el país. En concreto, registraba por entonces un incremento del 44% hasta sumar 211.000 trabajadores.
No son cifras espectaculares para una nación de más de 329 millones de habitantes, pero destacan por su tendencia y el potencial que dibujan. Dadas las características del cultivo, procesamiento y distribución, el sector necesita mano de obra. El informe señala además las perspectivas de futuro, sobre todo teniendo en cuenta el impulso legalizador en EE. UU. Sus autores estimaban de hecho que su impacto económico podría rondar los 75.000 millones de dólares para 2030.
Objetivo: regular y sacar partido para la comunidad. “Una industria del cannabis bien regulada contribuirá al Estado, las ciudades y pueblos y los ciudadanos mediante el desarrollo económico, el crecimiento del empleo, los ingresos fiscales y el acceso seguro a la marihuana para adultos y uso médico”, reivindica la propia CCC, que pone énfasis en que los establecimientos acreditados ofrecen “productos probados con información detallada de empaquetado y etiquetado sobre el contenido”.
El objetivo: ofrecer una “alternativas al mercado ilícito” a todos aquellos adultos y pacientes que quieren hacerse con marihuana. Eso, claro, y lograr una potente contribución a las arcas públicas que, entre otras cosas —recuerda CCC— se usa para “campañas de prevención” para jóvenes.
No todo son datos positivos, claro. El Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC), que apunta que el 18% de los estadounidenses utilizaron la marihuana al menos una vez a lo largo de 2019, sigue alertando de sus riesgos: tres cada diez personas que la consumen presentan trastornos y el riesgo es especialmente grave entre la población con menos de 18 años. El propio New York Times recogía en un reportaje realizado en 2019 en Colorado cómo tras la activación de la venta recreativa allí, en 2014, había subido el número de pacientes que acaban en Urgencias vinculados con consumo y los hospitales computaban más casos de salud mental.
Eso sí, habían descendido los delitos menores relacionados con la marihuana. En Denver, por ejemplo, el porcentaje de jóvenes arrestados por esa razón había caído un 20%.
La compleja relación con las administraciones públicas. Todos estos datos, por supuesto, hay que verlos a la luz de la compleja relación entre las administraciones y la marihuana. Tras el paso pionero de Colorado a principios de 2014, varios estados de EE. UU. se han decidido a regular su comercialización recreativa, lo que no quita que siga moviéndose en una compleja nebulosa legal a nivel federal. Tampoco está clara la mejor estrategia para abordar el consumo.
A pesar de las voces que alertaban de que la legalización facilitaría el acceso a la droga y, por lo tanto, incentivaría su uso, lo cierto es que Colorado ha visto cómo su incidencia ha caído entre los adolescentes. Si en 2013 el 12% de los jóvenes compraban y consumían hierba, el porcentaje había bajado en 2018 —cuatro después del cambio normativo— varios puntos porcentuales, al 9%.
En una encuesta realizada en 2019 en Colorado por el New York Times varios responsables de centros educativos documentaban un consumo cada vez mayor de marihuana y un descenso en el de alcohol. De hecho, las encuestas muestran que la mayoría de los adolescentes han probado la sustancia. Curiosamente, el consumo en esa franja de edad habría descendido de forma notable desde que se permite su venta medicinal y en 2019 el 80% aseguraba no estar tomándola.
Más allá de Massachusetts. Como recuerda Fortune, Massachusetts no fue, ni mucho menos, el único estado que vio cómo su recaudación crecía a lo largo de 2021. Otros que han legalizado la marihuana, permiten su uso médico o la han despenalizado, han logrado también un buen balance tributario en 2021. En Illinois, por ejemplo, los impuestos sobre la marihuana para adultos superaron por primera vez a los del alcohol: en concreto sumaron 100 millones de dólares más.
Según Marijuana Policy Project, desde que empezaron las ventas con licencia, en 2014, los estados que optaron por la legalización han ingresado más de 10 mil millones en impuestos al cannabis.
Un caramelo para la industria. No solo las administraciones se han fijado en el mercado, por supuesto. Un estudio de New Frontier Data asegura que la legalización a nivel nacional en EE. UU. supondría alrededor de 130.000 millones en ingresos fiscales y del orden de 1,6 millones de nuevos empleos, cifras de calado que han captado ya la atención de los inversores. De legalizarse, podrían hacerse incluso con la cuota de mercado en manos del narcotráfico.
Como detalla El Economista, en México, que aprobó en 2021 el uso recreativo, se estima que el 30% de los ingresos de los cárteles de la droga procede precisamente del tráfico de marihuana. En el horizonte está el ejemplo de Canadá, donde la hierba está legalizada desde octubre de 2018: en 2020 dejó 1.760 millones de euros en ventas legales, un 120% más que el año anterior, un alza de consumo que podría estar alentado en parte por la ansiedad generado por la pandemia.
Imágenes | Matt Moloney (Unsplash) y Elsa Olofsson (Flickr)
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