Estar constantemente informados puede ser agotador. Lo vimos con la pandemia y ocurre también ahora con la guerra en Ucrania. Quienes pasamos mucho tiempo en las redes sociales estamos expuestos a una sobrecarga informativa constante. Que si han atacado un aeropuerto, que si Chernobyl, que si los tanques, que si Putin ha dicho algo... en tiempos difíciles, cualquier fenómeno se convierte en una noticia que puede encogernos el corazón.
La Organización Mundial de la Salud lo definió como infodemia. Cuando un torrente de información a través de los medios digitales puede acabar teniendo efectos negativos sobre nuestra propia salud. Muchas veces se ha puesto el foco en la desinformación, pero no se trata solo de discernir si lo que leemos es correcto o no.
En ocasiones, simplemente el exceso de noticias puede causar que tengamos una visión distorsionada de lo que está ocurriendo. Podemos creer que nos estamos informando, pero ante tantas noticias nuestro cerebro no siempre es capaz de procesarlas de manera estructurada y acabamos siendo "arrastrados" por ese vendaval de sucesos. Aquí os queremos hablar sobre cómo gestionar la sobreinformación.
Contexto
Cualquiera con un móvil u ordenador puede crear un hilo en Twitter, abrir un canal de Youtube donde muestre su opinión o publicar una historia viral en Instagram o TikTok. Esta facilidad a la hora de generar contenido es la que también facilita que podamos informarnos desde miles de vías distintas. Y en casos de importancia como una guerra, la gran mayoría de conversaciones tratan de lo mismo.
Para estar informados, en este caso sobre Ucrania pero también aplica a cualquier tema, podemos seguir a un periodista concreto en su canal de Twitch o Youtube; podemos apostar por las retransmisiones de una televisión de nuestro agrado; podemos consultar las reflexiones de expertos seleccionados en Twitter o incluso podemos repasar algunos de los temas más candentes en medios digitales como Xataka. Todas las opciones son, a priori, válidas, efectivas y fidedignas.
El primer criterio que recomendamos aplicar es la de entender el contexto de lo que estamos leyendo. Lo ideal sería que el propio medio lo ofreciera, pero eso no siempre es posible de obtener. O al menos no en el nivel que uno podría desear.
Cuando estemos informándonos, el contexto es lo primero que tenemos que buscar. No todo es blanco o negro. Tampoco todo merece la categoría de 'última hora'. En el caso de una guerra como la de Ucrania, no todas las imágenes de tanques significan que se está produciendo un ataque a gran escala; las sirenas de alerta no significan que el bombardeo sea constante en el tiempo; el nivel de radiación más alto no implica que haya un problema en el sarcófago y las largas filas de coches saliendo del país no deben hacernos olvidar que la gran mayoría de habitantes sigue ahí.
Cuando nos enfrentamos a tantas imágenes o noticias impactantes, hay que saber relativizar su importancia dentro del propio conflicto. Eso nos ayudará por un lado a tener una imagen más global de lo que está ocurriendo y por otro lado a reducir la angustia que produce enterarse de esa noticia o ver determinada imagen.
Como norma general, lo ideal si una noticia nos ha impactado es que nos fijemos en cómo lo cuentan las distintas fuentes. En muchas ocasiones la imagen o el dato será el mismo en todas partes, pero también es habitual que cada periodista o experto nos aporte un enfoque nuevo, que nos permita tener un mejor contexto. Aquí es donde entra en juego nuestra capacidad de discernir si lo que nos están contando permite digerir mejor la situación o nos está generando más ruido. En caso de lo segundo, mejor detenerse e informarse por otra vía.
Veracidad
Si hablamos de guerra, hablamos de varios bandos con sus propios intereses. A la hora de informarse creo que no deberíamos buscar la neutralidad, sino la veracidad. Todos estamos condicionados por nuestro lugar de procedencia y sesgados por el tipo de información a la que tenemos acceso. Los analistas de Occidente enfocarán las noticias desde el lado de las implicaciones para la Unión Europea y Estados Unidos; las noticias que llegan desde la propia Ucrania previsiblemente querrán llamar la atención sobre la gravedad del asunto y los medios asociados al gobierno ruso intentarán justificar sus movimientos.
La propaganda en tiempos de guerra es muy habitual y es interesante tener presente qué medios están asociados a cada bando. Desde Miburo, consultora estadounidense de ciberseguridad, nos ofrecen el siguiente gráfico con medios asociados al gobierno de Rusia.
Independientemente del sesgo, hay que saber valorar el espíritu con el que se comparte la información. Si es con la intención de llamar la atención, de intentar viralizar, de poner pausa, de hablar sobre la curiosidad o de posicionarse como experto dentro del conflicto. Todos los medios tienen sus propios intereses, queda en manos del lector anticipar de qué pie cojea cada uno.
Un consejo muy habitual es acudir a fuentes oficiales. Es lógico informarse a través de terceros, ya que es bastante más fácil seguir a un medio digital o a una gran cadena de televisión que no leer los teletipos oficiales del ministerio. Pero dentro de la noticia, si tenemos la posibilidad es ideal consultar la fuente original. No porque lo que esté diciendo el medio sea falso, sino porque en el proceso de informar, no siempre se recogen todos los detalles o no se transmite con precisión el mensaje original. En ocasiones, una palabra o frase que venía a continuación puede ser muy importante para entender lo que realmente quería decir la persona. Si vemos que nos repiten muchas veces lo mismo y algo nos falla, ir a la fuente original puede ayudar a entender lo que ha ocurrido.
A la hora de ser veraz, muchas veces cuentan más los medios que no la intención. De ahí que en una guerra, quienes mejor información ofrecen suelen ser los corresponsales. Básicamente porque están en el terreno, están especializados y su vida transcurre alrededor del conflicto, por lo que ellos mismos se esfuerzan por estar informados al máximo. Estos periodistas también tienen sus propios sesgos, pero suelen ser los primeros en tener presente la importancia de transmitir correctamente las consecuencias.
Moderación
Si quisiéramos, podríamos estar 24 horas viendo imágenes desoladoras. Lamentablemente, situaciones como una guerra provocan una cantidad ingente de material publicable en redes susceptible de viralizarse. Sea una mezcla de intento de solidarizarse junto a lo llamativo y la necesidad de informar al resto, es fácil que esas noticias o imágenes sean retuiteadas y compartidas rápidamente. Hasta tal punto que muchas reciben una visibilidad que no se corresponde con su relevancia.
En redes sociales, hay muchos usuarios que aprovechan cualquier situación para subirse al carro. Y no lo decimos con mala intención. El experto en tanques aprovechará la presencia de uno de ellos en Kiev para explicarnos de qué modelo se trata; el experto en energía nos hablará de las implicaciones del gas mientras que el experto en las instituciones europeas nos hablará de las sanciones. El saber no ocupa lugar, claro está. Pero queda en manos del usuario determinar cuánta información sobre la guerra queremos recibir.
Ópticas, ángulos y mensajes interesantes hay miles, pero hay que saber diferenciar la información que recibimos porque nos interesa ese aspecto de la que recibimos por la pura adrenalina que nos genera leer sobre ello. Debemos ser conscientes que en redes sociales, todos los profesionales que se dedican a ellas saben perfectamente cómo enfocar una información para generar este efecto. El influencer que hace una broma, el medio de comunicación que pone un titular de determinada manera o el experto que empieza un hilo con un dato impactante. Hay muchas maneras de captar la atención. Y en una guerra, eso puede ser un arma muy potente.
Imagen | Max Kukurudziak
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