La muerte es dolorosa y a poca gente se le ocurre fotografiarla en pleno siglo XXI. Los periódicos no quieren publicarlas y en las redes sale un aviso para no herir a los espectadores. Pero desde el siglo XIX hasta mediados del siglo XX se fotografiaba a los muertos para mantener su recuerdo. Vamos a hablar de la fotografía post mortem y comprobar todo lo que hemos cambiado.
La muerte siempre ha estado presente en todas las civilizaciones. De hecho, hacer enterramientos es una de las cosas que nos diferencian de los animales. No podemos olvidar que la vida de los egipcios giraba en torno al más allá y que una religión mucho más cercana, convierte a la muerte en un paso más a la vida eterna. Y las iglesias están llenas de imágenes de muertos.
La fotografía post mortem visibilizaba la muerte de una forma directa. Y dio lugar a unos retratos perturbadores para nuestra mentalidad actual. Desde que se presentó la fotografía al mundo hasta mediados del siglo XX la tradición se mantuvo, con más o menos intensidad, en el mundo occidental.
Las fotografías que ilustran este artículo son de la colección personal de Carlos Areces, que podemos ver en el libro 'Post mortem, collectio Carlos Areces' de Titilante Ediciones, escrito por la doctora en Historia del Arte Virginia de la Cruz Lichet. Acompáñenos a este mundo de la mano de un coleccionista y una de las mayores expertas a nivel mundial.
¿Qué es la fotografía post mortem?
Mucha gente conoció la fotografía post mortem gracias a la película de Alejandro Amenábar 'Los otros'. En una escena la protagonista encuentra un álbum de fotografías de muertos. Algunos pensaron que era una licencia artística. Pero era una costumbre arraigada del siglo XIX.
Carlos Areces empezó su personalísima colección a raíz de este momento. Y pasó de ver una costumbre macabra a una muestra de afecto por los que se habían ido.
La fotografía post mortem recoge una tradición pictórica y escultórica de siglos inspirados por el 'Ars moriendi', unos textos que explicaban al buen cristiano cómo morir y que terminaron por dar una iconografía concreta de la muerte que fue adoptada por la fotografía. Es la representación del cuerpo del difunto con la intención, en una primera época sobre todo, de 'camuflar' la naturaleza de lo que estamos viendo.
Hasta el siglo XIX solo podían retratar a sus muertos la alta nobleza que se podía permitir pagar a los artistas para la realización de un cuadro o una escultura para pasar a la posteridad. Pero la cámara lo cambió todo.
Es verdad que podemos encontrar retratos de gente de una escala social más baja, como por ejemplo en 'Lección de anatomía' de Rembrandt. En este caso vemos a Aris Kindt, un ladrón que murió ahorcado por su crimen. Y me imagino que no le pidieron permiso para pasar a la posteridad.
La fotografía, mucho más económica, permitió a todas las clases sociales tener un recuerdo de sus muertos. Hasta su llegada únicamente conocíamos, de forma profusa e idealizada, a los reyes y nobles. Esta es una de las razones por las que se habla de la democratización de la fotografía.
La tradición de la fotografía post mortem
La época victoriana fue el acicate perfecto para la fotografía post mortem. La relación que establecieron con la muerte permitió pasar de forma natural del retrato pictórico al daguerrotipo. Muchos pintores abandonaron los pinceles por las cámaras y llevaron toda la composición a este nuevo arte.
Muchos artistas, para ahorrar tiempo, preferían hacer una fotografía al difunto y luego utilizarla como boceto para una pintura. Pero el realismo y la rapidez acabaron por imponerse. Pronto se convirtió en una tradición en los EEUU, en Europa y por supuesto en España, donde todavía se puede encontrar esta actividad en los años 80 del siglo XX, dentro del ámbito rural.
Virginia de la Cruz Lichet, una de las mayores especialistas de la fotografía post mortem, analiza en su tesis 'Retratos fotográficos post mortem en Galicia (siglos XIX y XX)' y en el libro 'Post mortem. Collectio Carlos Areces', toda la historia de esta costumbre que hoy nos pone los pelos de punta.
Como nos cuenta, empezó a conocer este mundo por su relación con Virxilio Vieitez, uno de los mejores fotógrafos españoles que recorría las aldeas gallegas para los bautizos, las bodas y por supuesto los funerales. Ahí empezó una pasión que mantiene hoy en día.
Ella prefiere hablar de fotografía de difuntos, donde aparece el cadáver dentro de un rito funerario, un matiz importante. Lo ve simplemente como una inquietud del ser humano ante el fenómeno de la muerte y la fotografía fue un nuevo medio artístico para representarla, heredando todo lo que se había hecho a lo largo de la historia.
Es muy curioso ver la evolución de la forma de representar al difunto, y se pueden establecer tres tipologías principales, que podemos observar en las fotografías que acompañan el artículo, que forman parte de la colección de Carlos Areces:
- Como dormido
- Como vivo
- Como muerto
El fotógrafo iba a la casa del fallecido y aprovechaba la luz del lugar para conseguir la representación más idealizada. Al principio buscaron la vida en los rostros muertos (incluso con trucajes para conseguir los ojos abiertos), pero no quedaba bien, así que poco a poco fue triunfando esa imagen que tenemos todos de los 'dormidos'.
¿Por qué hacían estas fotografías?
Carlos Areces nos cuenta una curiosa anécdota, cuando compró una de estas fotografías, el dueño de la tienda de Bilbao se llevó una gran sorpresa por tener eso. Y los improperios que soltó porque había gente capaz de hacer una imagen así llegó a sorprender al coleccionista.
No se puede juzgar nada sin situarse en el contexto de la época en la que se dio. La fotografía post mortem era la única forma de tener un recuerdo de alguien que jamás se había hecho un retrato en la vida. A veces era la única forma de poner en marcha el tema de las herencias, sobre todo si eran ancianos.
Era pura interacción social, un culto a la memoria a la que nunca se había podido llegar de otra forma. Así integraban a esas personas en la historia familiar, porque si no, su imagen se hubiera perdido para siempre. No podemos olvidar que la mortalidad infantil era muy alta en aquellos tiempos y solo se les podía recordar así.
Hoy la muerte se esconde. Todo es aséptico y la sociedad no quiere saber nada. Nuestra relación con ella ha cambiado totalmente. Por eso a muchos les parece una aberración y les cuesta mirar directamente a la muerte. No dejan de impresionar porque sus autores buscaban la excelencia en su trabajo.
Abundan las fotografías de niños, madres y personas mayores. Y en todas se destila un respeto por el fallecido que nos puede helar la sangre porque representa algo que ya no queremos ver. Tanto Carlos Areces como Virginia de la Cruz Lichet coinciden en que la imagen que más les impresiona es la de las niñas alrededor del cuerpo de una niña difunta. Probablemente, sería el único recuerdo que tendrían de ella.
La fotografía post mortem es la muestra perfecta de cómo ha cambiado la sociedad. La muerte formaba parte de la vida y el cuerpo reposaba en la casa, la familia arreglaba el cuerpo y esperaba al fotógrafo para tener un recuerdo. Y la vida seguía. Pero ya no, no queremos verla.
Como podemos ver en la película 'El extraño caso de Angélica' (2010) de Manoel de Oliveira, a partir de una anécdota personal, el fotógrafo podía colocar el cuerpo, pero normalmente dirigía a la familia para conseguir el mejor efecto. Él se encargaba de la luz y devolver la copia para perpetuar la memoria. Algunas veces en un estuche decorado que podía recordar a un féretro. Todo era distinto y no hace tanto tiempo.
Muchas de aquellas historias nos pueden parecer macabras hoy en día, como la de aquel fotógrafo gallego que rompió la placa donde había fotografiado a una niña fallecida y optó por retratar a su sobrina para entregársela a los familiares. La madre dijo: '“¡qué artista, señor Dionisio! ¡Quedó tan bien la pobrecita que parece que la llevan viva y que quiere huir de la caja!”.
En el libro 'España oculta' de Cristina García Rodero podemos ver cómo era la muerte en los años 80, cómo algunas procesiones gallegas llevan los féretros que recogerán sus cuerpos como una promesa... También está la fotografía de Eugene Smith en Deleitosa donde retrató el duelo de uno de los ancianos del lugar.
Hay muy poco publicado sobre la fotografía post mortem, tanto en el mundo como en España; por eso destacan la tesis y el libro que hemos señalado, donde podemos encontrar todas estas historias sobre una forma de pensar que ya no entendemos. Pero que nos recuerda perfectamente quiénes somos y adónde vamos. Y la fotografía se convirtió en el mejor testigo en aquellos tiempos.
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