El futuro del dinero se juega en la arena digital. Desde que hace más de una década Satoshi Nakamoto creó el bitcoin, el peso de las criptodivisas ha ido creciendo hasta alcanzar cotas difíciles de imaginar hace una década escasa. No solo han ganado peso, popularidad, proyección y un valor que las ha convertido en objeto de deseo entre los especuladores interesados en sacar tajada de su volatibilidad. También, y quizás esa sea una consecuencia igual de crucial, ha obligado a los Estados y organismos reguladores, como los bancos centrales o la reserva federal de EE. UU., a ponerse manos a la obra y lanzarse a la compleja labor de dotarse de su propio dinero digital.
Lo están haciendo. Que la maquinaría institucional lleva tiempo en marcha para tantear las posibilidades del dinero oficial digital es evidente; pero no lo es menos que su ritmo es lento, vacilante, marcado por las criptodivisas privadas y con un ojo puesto en lo que hacen los vecinos.
Más que por una vocación genuina de adaptarse a un escenario en el que el e-comercio juega cada vez un papel mayor, la apuesta de los organismos reguladores por el dinero digital parece motivada por la irrupción de las criptomonedas o el deseo de no perder peso a nivel internacional. Como reconoce la propia reserva de EE. UU., quedarse de brazos cruzados y renunciar a un “e-dólar” podría acabar minando la supremacía del país en los mercados mundiales.
Bendito status quo
Quizás el principal hándicap del dinero digital para organismos como los bancos centrales sea sin embargo que les obliga a afrontar debates complejos. Y desafíos. Desafíos considerables. Sobre la mesa hay preguntas de tanto calado como el impacto que el dinero digital podría tener en el sistema financiero, su seguridad, el papel de los propios bancos centrales, la privacidad de las transacciones o incluso el reto tecnológico que implicaría la puesta en funcionamiento del sistema.
Cambiar el status quo, ya se sabe, no es tarea fácil.
En un intento por calibrar el debate, hace días la Reserva Federal (Fed) de EE UU. publicó un informe con los pros y contras de dotarse de un hipotético dólar digital. En el mismo camino, en Europa el Banco Central dio su plácet en verano a “iniciar la fase de investigación de un proyecto de euro digital”. Como pronto, la fecha que se dibuja desde Bruselas para que los euros digitales sean una realidad es 2026. Bastante más aventajada está China, que ha empezado a probar ya su propia versión electrónica del yuan en algunas regiones y activado diferentes iniciativas para favorecer su arraigo, desde premios en la Lotería a la creación de un monedero digital (e-CNY).
En paralelo a la implantación de sus propias monedas, las autoridades avanzan también en su respuesta a las criptodivisas. Si la puesta en marcha de los distintos activos difiere mucho de unos países a otros, lo mismo ocurre con su relación con las criptomonedas. En septiembre, por ejemplo, el Banco Popular de China (PBC) daba un sonoro puñetazo sobre la mesa al declarar ilegales tanto sus transacciones como el minado o incluso su publicidad. En una línea similar se sitúan Rusia y la India. En Europa, incluida España, las autoridades han optado por la regularización de los criptoactivos, dejando claro —en el caso de España— aspectos como su tributación.
¿Qué está sobre la mesa? Tanto en Europa, como en Estados Unidos lo que plantean las autoridades regulatorias es la creación de un Central bank digital currency (CBDC), una moneda digital respaldada por un Banco Central. A diferencia del dinero que movemos al pagar con tarjeta, parte de la oferta monetaria y para el que es determinante el papel de los bancos comerciales, un euro digital sería dinero “puro”, público, igual que los billetes físicos que puedas tener ahora en la cartera. Su gran diferencia con respecto a criptomonedas descentralizadas, como Bitcoin, Ethereum o incluso las stablecoins surgidas para esquivar la volatibilidad, es que estaría emitido por el Eurosistema y ofrecería la seguridad del dinero respaldado por el Banco Central.
El dinero digital —se encargan de repetir por activa y pasiva desde el BCE— no sustituirá el efectivo, pero sí busca prestar servicio a los ciudadanos en su día a día para sus compras electrónicas. En el caso de Europa, por ejemplo, uno de los objetivos es precisamente mantener la primacía de la moneda frente a otros métodos de pago. “También nos protegería del riesgo de que un medio de pago digital público o privado emitido y controlado desde fuera de la zona del euro pudiera desplazar en gran medida los medios de pago nacionales existentes”, argumenta el propio Banco.
¿Por qué dan el paso? Autoridades como el Banco Central Europeo o la Fed, en Estados Unidos, han decidido mover ficha en un escenario marcado por varios factores. El principal, quizás, sea el aumento de las operaciones de compraventa electrónica y la pérdida de peso del efectivo, un fenómeno que se viene registrando desde hace años y se ha reforzado ahora con la pandemia.
En España la Encuesta Nacional sobre el Uso del Efectivo, por ejemplo, muestra que el 54,1% de los ciudadanos se decantan por la tarjeta de débito como su medio de pago preferido. Quienes optan por el metálico representan el 35,9%, muy lejos del 80% que suponían en 2014.
En Suecia los pagos en metálico supusieron en 2020 menos del 9% de las operaciones minoristas. Precisamente para evitar la amenaza para su soberanía monetaria que podrían representar las monedas digitales de otras potencias o la competencia de las criptomonedas —recuerda Luis M. Hinojosa en Revista de Derecho Comunitario Europeo—, en 2017 y 2018 su banco central, el Sveriges Riksbank, lanzó ya dos informes en los que ahondaba sobre la emisión de una corona sueca digital. El objetivo: evitar que sus ciudadanos se viesen abocados a convertirse en clientes de las compañías que controlan los sistemas de pago electrónico para hacer sus compras.
Otra clave es el aumento de las criptomonedas y alternativas como el ahora muy desinflado proyecto Diem —antes conocida como Libra—, el sistema de pago basado en blockchain y con un valor respaldado por activos reales lanzado por Facebook en 2019. Como apunta Hinojosa, una propuesta como la de la firma de Zuckerberg supondría un reto para las monedas fiduciarias, el rol de los bancos centrales o incluso la soberanía monetaria de los Estados. Con sus CBDC, anota Edward Chancellor, los gobiernos buscan precisamente “recuperar el señoreaje perdido” y “combatir la amenaza al monopolio del Estado que suponen las criptomonedas” o iniciativas como la de Facebook, que pese a su potencial parece tener ahora los días contados.
Claves resulta también los movimientos de China, que ha conseguido tomar la delantera y lograr avances que se siguen con una atención especial desde Estados Unidos. Pekín se puso a trabajar en el yuan digital en 2014 y a día de hoy la moneda se prueba ya en varias regiones del país y hay 261 millones de ciudadanos que se han descargado la app de la billetera digital.
Además de su deseo de evitar medios de pago digitales anónimos y libres de la fiscalización oficial o de reforzar su control de los pagos digitales en su propio territorio, la apuesta del Gobierno chino por el CBDC tiene también un claro componente estratégico: ayudar a la internacionalización del yuan. No solo eso. China está buscando —explica Hinojosa— defender su soberanía monetaria frente a las monedas de gigantes tecnológicos de EE. UU. que pivotarán en el dólar.
Precisamente por ese componente estratégico, la decisión de China tiene efectos más allá de sus fronteras. En el informe que acaba de emitir, la Fed reconoce que “es importante considerar las implicaciones de un posible estado futuro en el que muchos países extranjeros y uniones monetarias pueden haber introducido CBDC”. “Algunos han sugerido que si estas nuevas CBDC fueran más atractivas que las formas existentes del dólar estadounidense, el uso global del dólar podría disminuir y una CBDC estadounidense podría ayudar a preservar el papel internacional del dólar”.
“El e-yuan no está configurado para desafiar directamente la hegemonía del dólar estadounidense, pero puede ser una de las muchas herramientas para elevar el estado de la moneda [de China] en línea con su poder económico”, destacaba hace días Qu Qiang, investigador del Instituto Monetario Internacional de la Universidad Renmin, en declaraciones al South China Morning Post.
Calibrar pros y contras
¿Qué problemas tiene el dinero digital, entonces? Es decir, si el futuro apunta en esa dirección y hay tanto en juego sobre la mesa, por qué —salvo contadas excepciones, como las representadas por China, El Salvador o Las Bahamas—, avanza tan lento en Europa o EE. UU.
Fácil: el proceso es de todo menos sencillo. La seguridad que aspiran a ofrecer frente a las criptomonedas, obliga a las Monedas Digitales de los Bancos Centrales (MDBC) a encarar dilemas de calado. Por ejemplo, podrían alterar de forma considerable el papel de los bancos comerciales convencionales. Como detalla Hinojosa, tanto si se permite a los particulares manejar cuentas en los bancos centrales como si se les distribuyen fichas de MDBC para sus operaciones del día a día sin necesidad de recurrir a los bancos, no es descabellado pensar que gente que ahora tiene depósitos en las entidades de créditos los retirasen para convertirlos en MDBC. ¿Sería eso un problema? Sí, porque restaría liquidez a los bancos y debilitar su capacidad para el préstamo e inversiones.
Hay opciones para afrontar ese escenario, pero exigen calibrar muy bien los pros y contras. Por ejemplo, los bancos podrían reforzar el atractivo de sus depósitos y así conservar a sus clientes, pero eso podría repercutir a su vez en el encarecimiento del crédito o las comisiones. También está la opción de fijar límites a las operaciones con MDBC y controlar su posible impacto, pero una medida así complicaría su gestión y eficiencia. Al aumentar su relación directa con los ciudadanos, los bancos centrales tendrían además que asumir funciones que ahora recaen en gran medida las entidades privadas, como la lucha contra el banqueo o la financiación del terrorismo.
Hay otros retos igual de peliagudos. Quizás el más discutido sea el de la privacidad de las transacciones. Entre los grandes atractivos de las criptomonedas destaca precisamente su carácter descentralizado o que puedan pasar bajo el “radar” de la fiscalidad, lo que explica por ejemplo su veto en China. Lograr el mismo nivel de anonimato que ofrecen las transacciones con efectivo parece difícil, pero el BCE ha trabajado ya en aras de un equilibrio entre la confidencialidad y la auditabilidad. Una máxima que debe hacerse compatible además con el esfuerzo tecnológico que requerirá el sistema y un nivel de seguridad que lo blinde frente a los ciberataques.
¿Y las ventajas? No todo son puntos débiles, claro. El dinero digital ofrece también fortalezas importantes a las autoridades reguladoras. Facilita por ejemplo la trazabilidad de las operaciones y da más herramientas en la lucha contra el blanqueo o la financiación del terrorismo.
Otro plus es el abaratamiento de los costes que implica fabricar dinero en efectivo o que reduzca el riesgo de que un puñado de compañías puedan concentrar los servicios de pago electrónico, lo que acabaría perjudicando a la competencia y a los propios consumidores. No son las únicas fortalezas, por supuesto. El propio rol de los bancos centrales podrían ganar influencia al establecer una relación directa con los ciudadanos o reforzar su capacidad para influir en la inflación o el crecimiento.
En la balanza que está marcando la relación de los bancos centrales y reservas con el dinero digital, de momento al menos, parece que pesar más el platillo de las dificultades. Todo apunta a un futuro con monedas digitales, pero como acaba de demostrar EE. UU. con el documento de sondeo de la Fed, en el que analiza pros y contras y da los ciudadanos un plazo de 120 días para opinar, no parece que vayamos a ver dólares digitales circulando en el breve plazo.
Imágenes | Bermix Studio (Unsplash), Tim Reckmann (Flickr) y Zach Copley (Flickr)
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