Como un gran círculo sin fin, la implementación de internet a nuestras vidas supuso una revolución en el mundo laboral que originó una serie de ventajas y otros tantos peajes. La comodidad y la libertad de poder realizar millones de tareas desde cualquier punto del mundo dialogan día a día con el estrés y la ansiedad que supone eso de estar conectado 24/7. Pero si situamos el foco en lo más dulce de lo digital encontramos a ciertos freelances y trabajadores que sí hallaron el Santo Grial.
La conciliación laboral busca el equilibrio perfecto entre una carrera profesional plena y el desarrollo y disfrute personal, así que aquellos que convirtieron el teletrabajo en una vida rural, obtuvieron un win-win de manual. Ahí, alejados de los ruidos y atascos de los lunes, existen periodistas, copywriters, diseñadores, ilustradores o communitys que desempeñan sus profesiones desde entornos pequeños que chocan frontalmente con sus quehaceres 2.0. ¿Un trabajador de Spotify que realiza playlists para hoteles trabajando desde una aldea gallega? ¿Cubrir el Gran Premio de Singapur desde un municipio de Extremadura? Doble check.
De nómadas digitales y expertos en teletrabajo rural
Con un modelo de negocio basado en parte en la deslocalización y la flexibilidad para sus periodistas, Webedia y sus publicaciones están plagadas de redactores que trabajan desde sus propias casas. Y aunque el cliché facilón nos puede hacer pensar en algún barbudo que golpea el teclado desde el Paseo de Gracia en Barcelona, también los hay que curran desde entornos más pequeños e incluso rurales.
En Montijo, Badajoz, encontramos a Roberto Rodríguez. Desde el pasado mes de febrero que comenzó a escribir en Motorpasión, este periodista extremeño cubre los Mundiales de Fórmula 1, Moto GP o Superbikes desde su propia vivienda. La flexibilidad del teletrabajo alcanza sus cotas máximas de posmodernidad ya que hablamos de unas competiciones que abarcan todo el planeta y cuyos horarios no entienden de oficinas, fichar y el de 8 a 3 de la tarde.
Roberto, que antes estuvo escribiendo para La Voz de Asturias o Vozpopulí, no echa de menos la vida en Madrid y Oviedo. Y mucho menos el trabajo presencial: “Nací aquí y es donde se hallan mis familiares y amigos. Estoy muy a gusto porque es donde quiero vivir. Me permite organizarme bien y no encuentro diferencias con Madrid”. Con 15 mil habitantes “una zona rural con mucho campo” gran parte de la población activa de Montijo está dedicada a la agricultura. Una localización que no impide el desempeño periodístico de Roberto Rodríguez, el cual tan solo necesita “una buena conexión WiFi”.
Poder ejercer la profesión que escogiste desde el lugar que deseas y que además coincide con tu lugar de nacimiento y la ubicación de amigos y familiares es un happy ending que no consiguen todos los nómadas digitales. Inma Mora es otra periodista cuyo curriculum vitae ofrece ubicaciones tan dispares como Uruguay, Valencia, Madrid, Italia... o Escurial de la Sierra. Con “menos de 300 habitantes” (aunque en Wikipedia dictaminan que son 900), este municipio salmantino de la Sierra Quilamas “carece de colegio, tiene un pequeño consultorio médico y hay un par de bares”, ha sido testigo en diversas ocasiones del desempeño laboral de Inma.
“Es muy distinto trabajar para el pueblo que trabajar desde el pueblo”
Actualmente copywriter en Moskito Design, Inma se escapa de su domicilio actual en Bolonia siempre que puede para trabajar desde el pueblo familiar donde ha veraneado toda la vida. El sentimiento de pertenencia y las raíces la convierten en una defensora de este tipo de ubicaciones, pero con un gran mantra: “alguien que se va como nómada digital a un pueblo debería relacionarse con su gente”.
En tres períodos diferentes de cuatro meses (desde 2009 a 2010), Inma trabajó en una asociación de desarrollo rural donde creaban proyectos de índole social. Cuando la ocasión lo requería, convertían el bar, junto a la biblioteca el único lugar con WiFi, en una especie de oficina improvisada y distendida. Una precuela que le serviría posteriormente, ya como trabajadora en remoto.
“Las últimas veces que he trabajado desde el pueblo he estado más en casa porque la biblioteca está cerrada y desde el bar no se trabaja muy bien. Aunque en casos de emergencia acabo yendo al bar para aprovechar su conexión Wifi. Por las mañanas te encuentras los trabajadores de campo que acuden a comer un pincho de tortilla y al mediodía todos aquellos que están de vacaciones y se acercan a tomar una cerveza”
Más habitantes y mejores servicios son los que disfruta José Manuel Gallego en Ordes, localidad gallega de 12 mil habitantes. Sin tener nada que ver con el rollo más nómada de Inma, pero sí con la celebración de lo rural, el coordinador de Compradiccion.com trabaja exactamente en el lugar en el que quiere estar: “Siempre intenté trabajar desde casa. Tengo un niño y es más fácil adaptar los horarios que desde una oficina. Y siempre desde entornos rurales y ciudades más pequeñas. Puedes ir andando a todos los sitios. El coche lo saco para ir a Santiago o al pueblo de mis padres”.
“Es un entorno bastante rural. Básicamente hay explotaciones ganaderas (vacas). La zona está a caballo entre Santiago y A Coruña. Hay edificios y tiene núcleo urbano pero es un sitio más normal. Muchas veces trabajo en Bergondo, el pueblo de mis padres. Es una aldea más pequeñita pero está al lado de A Coruña y no la veo tan rural. Aquí tengo fibra pero allí solo hay en el polígono industrial, por lo que trabajo conectando los datos del movil al portátil”.
Aunque Ordes tiene mucho de pueblo (“cuando apagas el televisor por la noche y te acuestas, el silencio es absoluto”, según señala Gallego), es en las localidades donde viven sus padres y sus suegros donde lo digital y lo rural se abrazan hasta convertirse en siameses: “En compradiccion tienes que estar atentos los fines de semana, noches y festivos. A veces me puede pillar en casa de mis suegros, una granja que está en una aldea de dos mil habitantes”.
El don de la ubicuidad y la ventaja del espacio abierto y campestre de la que disfrutan los empleados digitales en zona rural, despierta diferentes sensaciones en sus propios entornos y no se limitan al cliché esperado. Mientras uno espera escuchar un qué suerte, odio tener que enfrentarme al tráfico del lunes y fichar a las ocho de la mañana en mi oficina, el propio José Manuel niega la mayor. Quizás motivados por sus propios empleos, mayoritariamente funcionarios, preguntado por la cuestión, el coordinador de Compradiccion explica que su propia hermana no disfrutó de la libertad del teletrabajo cuando tuvo opción: “Mi hermana estuvo una época trabajando en remoto pero ella lo dejó rápido porque no le encajaba. Prefería trabajar en la oficina”.
En lo que sí emparentan más es en el choque cultural que a veces se halla en la imagen de una persona con un portátil sentado en un lugar público. Si a los lugareños de Escurial de la Sierra aún “no entienden muy bien qué es lo que estás haciendo”, José Manuel improvisa su propia fórmula para explicarlo: “A día de hoy aún no sé cómo explicar a mis suegros que son ganaderos en qué consiste mi trabajo. Al final digo que en internet”.
“Coworking está asociado al hipster y lo urbano, así que nosotros lo creamos en una aldea rural de 20 habitantes en Ourense”
Coworking. El lugar de trabajo que llegó en 2010 de las profesiones digitales la asociamos a las camisas de cuadros de los hipsters y el barrio de Malasaña (de los 900 que existen en España, el 50% se concentran en Madrid y Barcelona). Sin embargo, la tendencia natural al contraste y la asociación de conceptos opuestos han devenido en que estas oficinas abiertas, democráticas y colaborativas comiencen a situarse en entornos rurales hasta el punto de transformarse en una secuela de sí mismo: los colivings.
Natural de Serbia y con una dilatada experiencia laboral organizando “eventos educativos por pueblos sobre derechos humanos, resolución de conflictos o emprendimiento social”, Edo montó junto a su pareja María un coworking en la aldea deshabitada de Xurés, en Ourense.
“Yo organizaba todo en una aldea de apenas una veintena de habitantes y entendimos que se aprendía más en siete días en una aldea que en una ciudad. Si estas cosas se hacen en una ciudad, después la gente prefiere irse a una discoteca con los de su país. Y uno no se conoce igual en una discoteca que alrededor de una hoguera. Tras siete días, la gente se despedía llorando. Se hacían amistades muy grandes y así surgió la idea de crear algo, aunque no existía el concepto de coliving”.
Edo y María compraron unas casas de “aspecto abandonado pero que tenían su dueño” y abrieron Sende en 2014, el cual se ha convertido en todo un referente a nivel internacional. Desde este espacio rural que ocupa todo Xurés se divisa Portugal y ha sido testigo del trabajo de personas de hasta 56 nacionalidades distintas (Argentina, Sudáfrica, Estados Unidos…). Entre sus últimos huéspedes se encontró una trabajadora originaria de Namibia que pertenece a 350.org, la ONG que fomentó la manifestación por el clima del pasado viernes 27 de septiembre: “Una huelga que impactó a millones, pero ella lo hizo trabajando debajo de un árbol”, explica Edo.
El concepto de Sende orbita en torno al emprendimiento, la innovación y el trabajo en equipo. De ahí la proliferación de actividades (“cada día comemos o cenamos juntos”) o eventos paralelos como el Bosquexo, una reunión de dibujantes rurales que aúna ilustradores profesionales y aficionados para dibujar en la naturaleza (las entradas para la última edición se agotaron en “tres minutos”).
“Ahora empiezan a venir clientes españoles porque cada vez se permite más que trabajen en remoto”
Con solo un 5% de asistentes españoles, una estancia media de entre dos semanas a un mes y una profesión predominante (“programadores”), por Sende han pasado trabajadores de Google (“no dejan trabajar a gente fuera de sus oficinas, pero permitieron a un ingeniero de mapas estar un mes con nosotros”), Disney, Marvel, Cartoon Network, Unicef o Netflix.* “Ahora tenemos a un trabajador de Spotify que trabaja haciendo playlists para hoteles. Hace unas pizzas increíbles. Incluso está organizando un taller para enseñarnos”*, nos cuenta Edo.
El objetivo de Sende está fijado en convertir este coliving en un espacio gratuito. Para ello, Edo y María se encuentran “investigando cómo montar negocios online” basándose en sus propias experiencias y en las de sus clientes.
Ver todos los comentarios en https://www.xataka.com
VER 27 Comentarios