La historia del V-12, el helicóptero más grande del mundo: un alarde técnico de la URSS tan espectacular como inútil

28,5 metros de largo, 4,4 m de alto, 196 pasajeros y 39.900 kilos de carga. Un auténtico monstruo

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Cuando de armamento y demás aparataje militar se trataba, en la URSS el tamaño sí era importante. De la mesa de los ingenieros soviéticos salieron los submarinos más grandes de su época, los 941 Akula, o los Ekranoplanos, enormes aviones diseñados para flotar sobre los océanos y que no desentonarían en una peli "bélico-futurista" rodada en pleno 2024. Soplaban los vientos de la Guerra Fría, los del pulso armamentístico perpetuo entre Washington y Moscú... Y —ya sabe— tan importante era tener músculo militar como que el enemigo lo supiera.

Con semejante telón de fondo, tal vez sorprenda menos la historia de la aeronave Mil V-12. Su historia y su tamaño. Aunque se fabricó hace más de medio siglo, en la década de 1960, aún se señala a menudo como el helicóptero más grande de la historia, un mérito que le reconoce el Guiness World Records gracias a una cifra sorprendente: su peso máximo de despegue rondaba los 105.000 kilogramos. A modo de referencia, un camión de dos ejes pesa como mucho 18.000 kg.

Además de enorme, el Mil V-12 —también conocido como V-12, mi-12 o simplemente "Homer", el nombre en clave que le asignó la OTAN— presentaba una peculiaridad compartida con otros alardes de la ingeniería bélica de la Guerra Fría: una historia de fiascos y grandes esfuerzos que llegan a destiempo.

Una nave enorme para pasar desapercibido

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Para conocer el origen del Mil V-12 hay que remontarse a mediados del siglo pasado, hacia finales de los años 50 y 60, para ser más precisos, cuando la URSS desplegaba una red de bases de misiles nucleares. En Moscú no tardaron en darse cuenta de uno de sus grandes puntos débiles: disponían de armamento balísticos intercontinental, pero si querían transportarlo a silos discretos, donde poder mantenerlos a salvo de la vigilancia enemiga, necesitaban moverlos.

Y moverlos a salvo de espías y miradas indiscretas, claro.

¿Qué opciones tenían? Las autoridades disponían del tren, pero la red ferroviaria soviética distaba mucho de ser ejemplar y tampoco resultaba muy inteligente que cada instalación militar estuviera delatada por un ramal de raíles y traviesas. Las bases secretas lo eran menos, en definitiva, si llegaba con coger un mapa del tren ruso para hacerse una idea de dónde podían situarse.

Otra alternativa era transportar los misiles por el aire, pero semejante solución tenía sus complicaciones. Como recuerdan en Auto Evolution, los helicópteros Mil Mi-6, una de las mejores opciones que tenían los mandos soviéticos a su alcance, se quedaban cortos para desplazar grandes cargas. Hacía falta más.

Así las cosas… ¿Cómo transportar los misiles balísticos intercontinentales de manera discreta, a salvo del control de los aviones espía desplegados por Estados Unidos precisamente para detectar y monitorear el armamento soviético?

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La solución de los ingenieros soviéticos fue bastante simple: un helicóptero de carga. Uno enorme. El mayor construido hasta la fecha. El proyecto recibió el OK de las autoridades en 1962 y durante más de un lustro sus técnicos se dedicaron a diseñar una auténtica mole aérea, el V-12, que realizó su primer vuelo en 1968.

Para dar forma a semejante aeronave optaron por un diseño de doble rotor y cuatro motores turboeje Soloviev D-25VF colocados en pares, distribuidos en góndolas externas. Cada uno generaba 4.780 kW. No mucho después, en 1971, demostraron al mundo su habilidad al presentarlo en el Salón de París.

La gran pregunta llegados a este punto es… ¿Realmente era tan grande del V-12?

Popular Mechanics desgrana algunos datos de su ficha técnica que ayudan a hacerse una idea de su magnitud: la caja de carga medía 28,5 metros de largo y 4,4 m de alto y ancho, suficiente para volar con buses urbanos en sus "tripas". A bordo podía transportar 196 pasajeros o hasta 88.000 libras, unos 39.900 kilos de carga, que se sumaban a los 69.100 que pesaba la nave para alcanzar la marca reconocida por el Guinness World Records. Su longitud rondaba los 37 metros, casi como dos buses articulados. En cuanto a su envergadura, alcanzaba los 67 entre rotores.

Para operar el V-12 hacía falta una tripulación de seis personas, entre piloto, copiloto y demás personal técnico, que se distribuía por una cabina de doble altura. Su velocidad máxima: cerca de 260 kilómetros por hora. En cuanto a autonomía, AutoEvolution precisa que alcanzaba los 500 kilómetros.

Tamaño descomunal, estampa despampanante, una genuina virguería de la ingeniería soviética… pero también un fiasco épico, digno de la estela que dejaron otros artefactos de la Guerra Fría, como el infortunado Sea Shadow de EEUU. ¿La razón? Para 1971, cuando la URSS presumía de su enorme helicóptero en París, el V-12 ya servía para poco más que eso: sacar pecho ante el resto de potencias.

El avance en la carrera armamentística y los sistemas de control acabaron restándole utilidad. Quizás viniera bien a finales de la década de 1950, pero con el tiempo se registraron varias tendencias que hicieron que el apoyo de un armatroste como el V-12 perdiese valor: primero, EEUU mejoró sus satélites espías; segundo, los propios misiles intercontinentales se hicieron lo suficientemente ligeros como para cargarlos en camiones; y tercero, el desarrollo tecnológico aumentó la potencia de cada proyectil, reduciendo la necesidad de nuevas bases.

Antes de dar carpetazo al proyecto y pasar a proyectos más asumibles, como el también enorme Mil Mi-26, la URSS llegó a construir dos prototipos del V-12, uno de ellos conservado aún en el Museo Central de la Fuerza Aérea de Rusia, en Monino, en el óblast de Moscú. Hoy, más de seis décadas después del inicio del proyecto, queda como un recuerdo del despliegue de la Guerra Fría.

Y engorda el listado de proyectos tan sorprendentes como catastróficos.

Imágenes | Alan Wilson (Flickr), Andrey Korchagin (Flickr), Clemens Vasters (Flickr)

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