Si te preguntas cuántos submarinos nucleares han sido hundidos en combate, debes saber que la respuesta es cero. Esto no implica que en el fondo del mar no se encuentren varios navíos de este tipo, algunos de estos en compañía del material radiactivo que les permitía funcionar por largos períodos de tiempo e incluso atemorizar a sus oponentes.
A lo largo del tiempo, nueve submarinos nucleares se han hundido. Cinco de la Armada de la URSS, dos de la Armada de Rusia y dos de la Armada de Estados Unidos. El protagonista de este artículo, el K-278 Komsomólets, surgió como un proyecto para perfeccionar el lanzamiento de misiles y acabó convirtiéndose en una tragedia marítima.
El submarino nuclear que yace en el fondo del mar de Barents
Hacia finales de la década de 1960, la Unión Soviética ya había construido varios submarinos nucleares y se preparaba para sentar las bases de la que sería la cuarta generación de estas herramientas estratégicas. La idea, según recoge el especialista en defensa H I Sutton, era que los navíos pudieran transportar y lanzar una combinación de misiles convencionales y nucleares.
Para responder a aquella necesidad, en 1966 se empezó a desarrollar un proyecto conocido como "685", que contemplaba la construcción de un primer submarino de tecnología avanzada en concepto de prototipo por parte de la compañía naval Sevmash. Así surgió el K-278 Komsomolets, cuya quilla fue colocada en 1978 y fue botado al mar en 1983.
Las características implementadas iban más allá de mejoras a nivel de armamento, sino que también estaban relacionadas con la versatilidad de ataque e inmersión. El casco estaba hecho de titanio 48T, una aleación más ligera que el acero, pero lo suficientemente resistente como para permitir inmersiones profundas en escenarios de combate.
El K-278 había sido diseñado para operar a una profundidad de rutina de 800 metros, brindado la posibilidad de alcanzar los 1.000 metros en situaciones límite. La profundidad de colapso, es decir, cuando la presión sobre el casco está a punto de causar daños estructurales graves o una implosión, se había establecido en unos 1.500 metros.
A nivel de dimensiones, tenía una manga de 12,3 metros y una longitud de 110 metros. El sistema de propulsión estaba integrado por dos reactores de fisión nuclear OK-650 de agua a presión y combustible de uranio-235 enriquecido al 20-45 %. Era capaz de lanzar torpedos convencionales y torpedos con ojivas nucleares.
La Autoridad de Seguridad Nuclear y Radiación de Noruega (DSA) reseña que el 7 de abril de 1989, el K-278 navegaba en aguas internacionales frente a su país cuando sus tripulantes detectaron fluctuaciones en el sistema eléctrico de todo el navío. Los fallos eran producto de un incendio en un compartimento que comprometió el funcionamiento de los reactores.
Producto del mencionado problema, los mecanismos de control del submarino empezaron a tener un comportamiento errático. Pese a esta caótica situación, y con el humo del incendio expándanse en el interior, el navío consiguió alcanzar la superficie y muchos tripulantes fueron rescatados. De los 69 marineros, 27 sobrevivieron y 42 murieron.
El prodigio tecnológico que prometía inaugurar una nueva clase de submarinos se hundió en las profundidades del mar, llevándose consigo dos reactores con uranio enriquecido y dos torpedos con ojivas nucleares. Desde aquel entonces yace a más de 1.600 metros en las profundidades en el mar de Barents, en el borde el Océano Ártico, en Noruega.
Aquel episodio, no obstante, está lejos de quedar completamente en el olvido. Desde aquel entonces, Rusia y Noruega han estado monitorizando los niveles de radiación en la zona del accidente. En 2019, el Instituto de Investigación Marina de Noruega utilizó el ROV Ægir 6000 para estudiar detalladamente los restos del submarino de la era soviética.
Una serie de muestras tomadas ese mismo año revelaron que los niveles de radiación en algunas partes del navío eran 800.000 veces más altas de lo normal. Otras partes, señalaban, "no registraban valores tan elevados". Aunque las mencionadas cifras podían parecer alarmantes, la líder de la expedición, Hilde Elise Heldal, creía que no eran sinónimo de peligro.
Imágenes: Instituto de Investigación Marina de Noruega | DoD
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