En el mismo núcleo de 'Lucy', la última película de Luc Besson, anida una palpitante contradicción. En ella, Scarlett Johansson da vida a una desprevenida jovencita cuyo organismo asimila por accidente una potentísima droga que le otorga superpoderes. CPH4 lo llaman, y es una versión de laboratorio de una enzima real generada por el organismo de una embarazada a los seis meses de gestación y que, siempre según el director -que no ha desvelado el nombre de esa sustancia natural, así que tratemos el dato con la precaución que merece-, impacta en el feto como una auténtica bomba nuclear orgánica.
La contradicción reside en que la película es perfectamente consciente de su condición de fantasía con el ojo puesto en la reciente fiebre de las películas superheroicas. Pero, al mismo tiempo, se esfuerza por sustentar su historia en un (endeble, pero innegable) trasfondo científico. Empezando, cómo no, por el publicitado tema de que solo usamos un 10% de nuestra capacidad cerebral, y que ha sido rápidamente desmontado desde todo tipo de fuentes (algunas de ellas, todo hay que decirlo, con un espíritu algo aguafiestas y que un festival de la chorrada bien entendida como 'Lucy' no merece).
El mito del 10% está en pie desde hace décadas y ha servido para justificar todo tipo de fenómenos imposibles y generados por seres humanos. Sobre todo, por quienes además de defender la teoría se nos presentan como privilegiados que, vaya, sí han conseguido cultivar ese 90% que los demás tenemos empantanado. Sin embargo, la cosa no funciona así: los estudios más recientes sobre el cerebro han sabido definir qué parte de este órgano hace qué, y cubriendo casi su totalidad. Nos queda mucho por aprender acerca de, por ejemplo, cómo operan las células gliales, que apoyan el funcionamiento de las neuronas.
No es tanto una cuestión de qué hace el cerebro sino de cómo lo hace: la naturaleza de su funcionamiento sigue siendo el auténtico misterio de la cuestión. Besson se ha sabido guardar las espaldas afirmando que siempre ha sido consciente del terreno fantasioso en el que se mueve Lucy:
“¡Por supuesto que no es verdad! ¿Creen que no lo sé? ¿Cómo voy a estar trabajando en esta película nueve años sin saberlo?”
Luc Besson defiende que el auténtico poso real de la película está en el enigmático origen natural del CPH4.
Estudiando la Amplificación de la Inteligencia
Sin embargo, hay otras cuestiones que Lucy pone sobre la mesa y que podrían partir de una base algo más científica: la primera de ellas es el uso de drogas para estimular la capacidad cerebral (los llamados nootrópicos, drogas inteligentes o estimuladores cognitivos). En términos realistas, los nootrópicos incrementan la cognición, memoria, inteligencia, motivación, atención y concentración, lo que en el fondo no las pone muy por delante de una jalea real con power-ups. Pero las ciencias avanzan que es una barbaridad, y a los estimuladores naturales (de los flavonoles del chocolate negro a la combinación de cafeína más L-teanina) se suman múltiples drogas de laboratorio (empezando por la creatina, que no solo sirve para hacer bola en el gimnasio) y los novedosos estudios acerca de la Amplificación de Inteligencia.
Según estos, se están diseñando dispositivos que nos podrán conectar con ordenadores que amplifiquen la potencia del córtex visual, una de las pocas zonas del cerebro que conocemos a fondo, lo que nos permitiría mejorar de forma extraordinaria nuestra visualización espacial y capacidades de manipulación. En la película, Lucy escribe en dos portátiles a la vez, lo que está muy bien como truco para ligar en un cibercafé, pero a efectos prácticos se puede ir un poco más allá. Por ejemplo, memorizar, comprender y replicar planos complejos en poco tiempo. El siguiente paso es la potenciación del córtex pre-frontal, auténtico final boss en esto de la Amplificación de Inteligencia.
No nos distanciemos demasiado del ámbito que nos ha traído aquí, porque llegamos a la parte divertida: los superpoderes. ¿Qué beneficios nos traería esta mejora del córtex pre-frontal? Nada, niñerías: control mental de terceros o la capacidad para predecir el futuro basándonos en la observación de movimientos invisibles (con nuestra capacidad cerebral actual, se entiende... ¿alguien ha dicho predecir las alzas y bajas del mercado de valores?). Y por supuesto, crear ingenios de todo tipo que ahora no podemos ni imaginar. Hacer evolucionar la ciencia.
Amanecer del planeta de los supervillanos
No nos demos demasiada prisa, en cualquier caso: los ordenadores actuales deberían ser mil veces más potentes que los actuales para poder arrancar con esta fase de evolución forzada. Es decir, un periodo de quince a veinte años para que podamos ver los primeros pasos en el mundo de la Amplificación de la Inteligencia.
Eso, por supuesto, no sin antes asistir a uno de los mayores riesgos precognizados por expertos como Michael Anissimov, que explicó para io9 muchas de las cuestiones y contradicciones que se agazapan tras la AI. La más melodramática, gente que se vuelve loca cuando se les dispara la actividad cerebral, debido a la fragilidad e inestabilidad de esa zona de nuestro organismo. Tenemos una rimbombante pero muy ajustada palabra para definir a esa gente: supervillanos.
Seguro que con todas estas teorías sobre la amplificación de las posibilidades del cerebro, no somos los únicos que hemos pensado inmediatamente en la palabra mágica para los lectores de comics superheroicos: mutantes. De hecho, la idea del ordenador que potencia las capacidades mentales es un viejo conocido de los X-Men: Cerebro, el supercomputador del Profesor Charles Xavier que convertía sus ya amplísimos poderes telepáticos en una auténtica monstruosidad omnisciente, perfecta para detectar nuevos mutantes.
Pero lo cierto es que la idea que propone Lucy acerca del empleo de sustancias químicas para mejorar nuestra mente y nuestro cuerpo en una cabriola que une a 'Matrix' con '2001: Una Odisea en el Espacio' no es nueva: saliéndonos en parte del tema superheroico, Hollywood explotó el tema en la fallida 'Sin Límites', que prefería disertar sobre los problemas morales de los nootrópicos antes que dejarse llevar por las posibilidades más verbeneras de su punto de partida.
El legado de los hijos del átomo
Volviendo a los superhéroes, como lo es Lucy (en un sentido amplio, no limitándonos exclusivamente a los clásicos de Marvel, DC, capas y calzoncillos), lo cierto es que el concepto siempre ha ido acompañado de un amable baño de ciencia. Ciencia pop, si se quiere, pero ciencia. No en vano Los 4 Fantásticos nacieron como exploradores espaciales (y ahí obtuvieron sus poderes) o los X-Men y demás mutantes son también conocidos como “Los hijos del átomo” (apelativo sacado del título de una de las novelas esenciales del género, 'Children of the Atom', publicada por Wilmar H. Shiras en 1953).
Por supuesto, uno de los principales ideólogos visuales de la primera Marvel, Jack Kirby, tiene un merecido puesto entre los grandes visionarios gráficos de la ciencia-ficción. La mayor parte de la culpa de todo ello la tiene Marvel, cuyos personajes bebían no solo de la literatura y cine de género, sino de las noticias que se sucedían en una época, los años sesenta, donde parecía que el ingenio y los descubrimientos científicos no tenían límites.
Y no es una tendencia que vaya en retroceso, más bien al contrario. La proliferación de libros salidos como eco del superventas y ya clásico 'La física de los superhéroes' de James Kakalios son una buena prueba de ello. La gente quiere creer en la posibilidad de superhéroes, y necesita una justificación verosímil para ello. Y qué hay más verosímil que la ciencia.
Un ejemplo paradigmático: la película de 'Watchmen', que pese a su notorio descalabro artístico, presumía de ser científicamente posible. Para ello, los productores contrataron al propio James Kakalios como asesor de mecánicas cuánticas. Él se aseguró de que el origen de los poderes del Dr. Manhattan tuviera cierta base. Kakalios contó en una entrevista con Scientific American que “querían saber qué había al girar la esquina del final del pasillo, incluso aunque el público no fuera a verlo”. De este modo, Kakalios explicó hasta el tono azulado de la piel del personaje, teorizando acerca de cómo los electrones de su cuerpo se unían de forma especial.
En realidad, casi todos los poderes del Dr. Manhattan se pueden explicar a través de la mecánica cuántica, un auténtico comodín teórico para los guionistas de aventuras superheroicas, ya que bien manipulada (desde el punto de vista dramático, se entiende), puede justificar literalmente casi cualquier cosa. Por ejemplo, con la teoría de las moléculas inestables, un galimatías ficticio del Universo Marvel sacado de la mecánica cuántica y que explica todo. ¿Superfuerza? Moléculas inestables. ¿Rayos de energía? Moléculas inestables. ¿Vuelo libre sin motor? Moléculas inestables. ¿Magia? Bueno... moléculas inestables con algo de cuentitis.
¿Teletransportación? Kakalios la explica a través del famoso Efecto Túnel de la mecánica cuántica, debido al cual las partículas se saltan a la torera los principios de la mecánica clásica. Muchas de estas teorías existen desde hace ochenta años, son solo eso, teorías, y afirma Kakalios:
“son ciencia real, pero tan fantástica como cualquier cosa que puedes leer en un tebeo”
La esencia de lo superheroico
Teorías que a veces no pueden explicar por completo fenómenos sobre los que ni siquiera existe una opinión científica completamente oficial. Es el caso de la telequinesis y sus múltiples variantes (doblar cucharas y hacer flotar sillas en su vertiente más de andar por casa, y volar, lanzarse coches, generar campos de fuerza o la más destructiva piroquinesis si nos movemos en términos más fantasiosos). La telequinesis es la base de los poderes en la estupenda 'Chronicle', que se encargó recientemente de dotar de cierto halo de verosimilitud a la cuestión superheroica.
Cuando a finales del siglo XIX y principios del XX el ilusionismo era un arte escénico que aún se permitía jugar con la credulidad e incultura del público y no le importaba clamar que los trucos de los magos eran auténticos superpoderes, la telequinesis en sus múltiples formas se puso de moda. El resurgimiento de cierta fiebre por el fenómeno en los setenta debido a la presencia mediática de Uri Geller y al interés de los países de la órbita soviética por desarrollar ejércitos de supercomunistas en secreto renovó la atención de la comunidad científica.
Un caso concreto: en 1987, el ejército de los Estados Unidos convocó a un grupo de físicos para que corroboraran o negaran la posibilidad de que dentro de los 130 años de fenómenos parapsicológicos documentados hubiera algo de cierto. EL resultado fue el esperable, y prácticamente desde entonces la telequinesis y sus múltiples variantes se han considerado, como decía Carl Sagan, formas de “pseudociencia y superstición”.
Significativamente, la ciencia suele subrayar hasta qué punto si la telequinesis se revelara como cierta, siglos de experimentación científica serían sepultados, ya que no habría forma de repetir experimentos de física en igualdad de condiciones. Bien: pues eso, con una subtrama de pubertades conflictivas o traumas infantiles, es la esencia de lo superheroico. La poesía encerrada en lo único y lo irrepetible.
Patria, ciencia y superpoderes
De hecho, la conexión ciencia-ejército-superpoderes no fue solo una extendida fantasía del comunismo pop. Qué país del mundo no querría entre sus filas a soldados indestructibles, superdotados e incansables. El xanadú del pensamiento bélico, que se tradujo dentro de la ficción en iconos memorables pero de origen tan discutible como el Capitán América, puede encontrarse en el mundo real en el cada vez más avanzado mundo de los exoesqueletos.
En efecto, una tropa de Iron Men no es difícil de imaginar (los propios comics del hombre de hierro de Marvel lo han planteado con sus múltiples guerras del metal y pequeñas armadas de soldados relucientes), y la tecnología exoesquelética está ahí. Aquí mismo, en Xataka, os hablábamos hace un par de días del modelo Fortis de Lockheed Martin, que ha preparado un par de prototipos para uso del ejército norteamericano, porque no todo iba a ser prevenir traumatismos en almacenes asiáticos.
De momento, la intención es usar los exoesqueletos (modelos como los XOS de Sarcos y Raytheon, o el HULC de Ekso Bionics y Lockheed Martin) en tareas de mantenimiento, pero está claro su uso futuro, ya previsto por el ejército estadounidense: permitir movimientos rápidos y ágiles al usuario mientras se trasladan entre 80 y 300 kilos de peso. No hablamos de cajas llenas de tebeos de Condorito: el ejército piensa en soldados cargando con armamento pesado desierto arriba, desierto abajo.
Tampoco es muy descabellado pensar en exoesqueletos que otorguen a sus portadores de invisibilidad, un superpoder clásico de los comics de superhéroes desde los tiempos de los primeros 4 Fantásticos. Hace un par de años, io9 preguntó a unos cuantos expertos cuál era el superpoder que veían científicamente más creíble. Hubo diversas respuestas, pero la única opción que se repitió entre los distintos entrevistados fue la invisibilidad. Los últimos avances en tejidos inteligentes, en mecanismos de camuflaje y en el entendimiento que tenemos de los fenómenos lumínicos hacen más que posible un futuro invisible gracias a los exoesqueletos (o prendas convencionales, ahora que tenemos la tecnología ponible a la vuelta de la esquina).
Sobre las posibilidades y discusión científica de la manipulación espacio-temporal no vamos a hablar porque daría para un auténtico libro, pero sí conviene recordar que muchas de las teorías que se plantean su futura existencia pasan por la física cuántica, que es, en efecto la rama de la ciencia de donde salen las explicaciones realistas para muchos de los superpoderes que hemos visto.
Aunque al final, por mucho que nos guste buscarle las cosquillas lógicas a los productos de ficción, los superhéroes deben entenderse como fantasías de poder a las que no conviene revisarles demasiado las hechuras. En el documental 'Superheroes – A never-ending battle' Stan Lee, responsable de la creación de cientos de personajes con superpoderes durante la edad de oro del género, reconoce que nunca prestó demasiada atención a las explicaciones científicas de sus historias, aunque la época y la ambientación donde se generaron las propiciaran de forma natural.
Por ejemplo, afirma, Thor usa la ciencia donde un conocido personaje de la competencia de Marvel, no lo hace. ¿Cómo vuela Superman? No se sabe, no se explica, simplemente es un alienígena que puede volar. ¿Cómo vuela Thor? Haciendo girar el martillo que lleva en la mano a gran velocidad, lo que lo convierte en poco menos que un helicóptero con brazos y piernas. Pura ciencia, afirma Lee entre risitas, muy consciente de que el último y definitivo puente entre ciencia y superhéroes está en la imaginación. 'nuff said.
En Blogdecine | 'Lucy', los aburridos poderes de Scarlett Johansson
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