Continuamos con nuestro especial dedicado a los museos y la tecnología. Tras hacer una pequeña introducción para poner en situación lo que ocurre, nos toca hablar del que posiblemente sea uno de los temas más polémicos: las fotos en los museos.
Todo un clásico, un vigilante cruzando la sala --algunos bien podrían ser velocistas-- para indicarnos que no podemos tomar fotos. ¿Absurdo? Vamos a responder a esta pregunta a continuación.
Flashes: ¿aceleran el proceso de envejecer de un cuadro?
Si hemos estado recientemente por un museo, seguro que nos acordamos de los cartelitos que nos señalan que no podemos hacer fotos. ¿Se trata simplemente de hacer fotos con la cámara? No, el problema está en utilizar el flash.
Tal y como señalan algunos expertos, las luces de xenon se emplean en las pruebas de aceleración de edad de tejidos y otros materiales para comprobar de forma rápida su resistencia al paso del tiempo.
Según estos estudios, las luces de flash xenon se encargan de eliminar los pigmentos que son fotosensibles. Dicho de otro modo: si hiciéramos un montón de fotos a un cuadro lo acabaríamos deteroriando como si por él hubieran pasado un montón de años.
Hay un par de documentos que sostienen esta hipótesis. Por un lado: Poly(vinyl acetate) paints in works of art: A photochemical approach y también Pursuing the fugitive: Direct measurement of light sensitivity with micro-fading tests. Ambos llegan a conclusiones similares: las luces de xenon desgastan ciertos materiales fotosensibles.
Ahora bien, hay que matizar esta afirmación para que no suene catastrofista. ¿Se estropearía un cuadro si le hacemos una foto con flash? No, pero estaríamos contribuyendo a ello según estos estudiosos de la materia. En definitiva, lo que se conoce como la tragedia de los comunes.
¿Hay consenso con esta hipótesis? No, otros expertos en la material son bastante escépticos por la forma en la que se compara los procesos de aceleración de edad con los disparos de un flash.
Esta técnica, que parece sencilla pero en realidad es muy compleja, utiliza luces ultravioleta (Xenon y Mercurio) para simular la luz ambiente pero sobretodo para acelerar los tiempos.
Se emplea de forma habitual, para estimar la vida útil de un producto, algo fundamental --por poner un ejemplo-- para los objetos fabricados en plástico. Sin embargo, en este tipo de pruebas se suele omitir algunas cosas.
Empecemos por los pequeños detalles: en las pruebas que se realizan nunca se mantienen los ciclos de luz natural, simplemente se expone el producto hasta que se aprecia la degradación. Luego en función de unos cálculos se estima la duración real.
Eso está bien, pero no se mantienen los ciclos de luz natural, ya que no siempre es de luz y el producto en cuestión va a estar sometido a esa luz. Luego está el tema de las ondas de longitud corta como las luces ultravioletas.
Teniendo en cuenta que la capa de ozono absorbe muchos de los rayos ultravioleta que llegan a la tierra, no tiene sentido comparar las luces ultravioleta de una prueba de estrés con las luces de un flash de xenon de una cámara.
Ni los tiempos de exposición son los mismos, ni tampoco las condiciones en las que se hace. Si bien es cierto que es un método contrastado para saber cómo de viejo es un producto, su aplicación a este caso práctico es bastante discutible.
Ahora bien, ante este escenario polarizado por dos formas de entender los efectos, absolutos o relativos, sobre las obras de arte; es comprensible que los museos sean conservadores ante el uso de usar cámaras con flash.
Una visión económica cimentada en la ambiguedad
Más allá de la parte técnica, hay otra parte igual de jugosa pero que se escapa a todas estas hipótesis. Estamos hablando de los derechos de propiedad intelectual y también de la venta de productos asociados.
Hay quienes creen que la prohibición de hacer fotos viene ligada al hecho de que la gente luego comprará más recuerdos y souvenirs. Podría ser cierto, si no fuera porque es fácil encontrar reproducciones en digital de las principales obras de arte.
Es cierto que en el caso de los cuadros es fácil, pero no tanto con los edificios, que son arte en sí, o las esculturas, están las impresoras 3D ahí, sí, pero no exactamente lo mismo. Sin embargo, el interés comercial es una visión bastante interesante.
Quienes hayan visto Exit through the gift shop de Banksy sabrán a que me refiero, aunque el título lo dice todo: la salida está atravesando la tienda de regalos en muchos museos. Hay que aprovechar cada visita, no sólo con el precio de las entradas; si es que no son gratuitos claro.
Más allá de todo este debate, hacer fotos en los museos me parece poco útil. Es cierto que puede ser relevante si buscamos inspiración o queremos guardarlo como una especie de nota pero ¿qué sentido tiene hacerle una fotografía al fresco de la capilla Sixtina si vamos a tener la misma copia, en digital, en internet?
Hay casos donde se puede entender, pero por norma general no aporta mucho a la experiencia de ir al museo. Sea como sea, el debate sigue abierto y no queda claro si realmente las fotografías causan tanto daño a las obras.
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